MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Otro ocho de marzo y nuevamente saldremos a exigir el avance de la agenda feminista en un México pletórico de misoginia enmascarada e indiferencia simulada, disfrazada de transformación fundamental. La paridad en los cargos de elección popular establecida en la reforma constitucional de 2014 se dio gracias al esfuerzo de muchas mujeres que lograron tener metas comunes y la sabiduría para superar sus pequeñas o grandes diferencias en aras de un fututo más justo. Con esto se dio un salto cuantitativo y cualitativo en la representación de las mujeres, y se renovaron las esperanzas de igualdad real, sustantiva, total. Sin embargo, hoy vemos que la paridad ha decepcionado.
La idea central era tener congresos paritarios, federal o locales, que legislaran con perspectiva de género e hicieran de la igualdad su bandera en todas las esferas; diversas voces trabajando por la agenda feminista, poniendo en el centro de las políticas nacionales y locales la necesidad de reducir las brechas de desigualdad entre mujeres y hombres —brechas precisamente identificadas, con copiosa información estadística que permitió mostrar que su existencia era dolorosamente injusta—. El compromiso implícito era proteger y brindar oportunidades a las mujeres en toda su diversidad, para que ellas mismas se empoderaran y participaran en la conquista, concreción y vastedad de sus derechos. Ahora, muchas se sienten traicionadas o muy decepcionadas.
La efervescencia paritaria se extendió, del poder legislativo al judicial y al ejecutivo, del gobierno federal a los gobiernos estatales y municipales; tocó a la puerta de las empresas, las escuelas, las familias, las organizaciones profesionales y las no gubernamentales, la academia, las policías y el ejército y la marina, entre muchas otras, impulsando dos ejes: eliminar las múltiples formas de violencia contra las mujeres e impulsar la igualdad en todos los ámbitos, incluyendo el ámbito privado donde se habían identificado violencias terribles.
Es cierto, teníamos grandes esperanzas y a la vez un inmenso trabajo por delante para construir una patria igualitaria, incluyente, respetuosa de la diversidad; sin discriminación y sin violencia, donde mujeres y hombres colaboraran con todos sus talentos en la construcción de un nuevo paradigma civilizatorio para la humanidad.
Grandes esperanzas que se originaron en el hecho de que, a pesar de las muchas diferencias, se podía construir una narrativa de sororidad que hacía posible avanzar en muchos frentes; sin dejar de dialogar sobre todo aquello donde las perspectivas eran contradictorias o inaceptables. Grandes proyectos que necesitaban de la conjunción de voluntades y del compromiso de todos y todas.
Este ocho de marzo me pregunto, ¿dónde está esa pujante agenda de la igualdad que abarcó todas las esferas de la Plataforma de Acción de Beijing? ¿Cómo fue posible que entre finales de 2018 y 2022 se restringieran las políticas de igualdad, las acciones afirmativas, los recursos presupuestarios para la agenda feminista, los recursos para prevenir, atender y sancionar la violencia contra las mujeres? ¿Qué permitió que retrocediéramos tanto en el tema de los cuidados de los más vulnerables? ¿Dónde están las insumisas, dónde están las indómitas, dónde están las legiones feministas trabajando por sus pares?
Quizás estoy haciendo una lectura equivocada y las feministas estén —como siempre— alertas, innovando, agrupadas, solidarias. Quizás todas saben lo que tienen que hacer, y lo están haciendo de forma efectiva y discreta, enfrentando con hechos a la voz —por poderosa que sea— que nos gobierna. O quizás tengamos que recomenzar, reagruparnos y volver a entretejer esa agenda que tanto nos costó en el pasado.
Tal vez, sean tiempos de reflexión y análisis, de evaluación y paciencia, esperando que los obstáculos actuales desaparezcan o se superen para retomar el paso. O tal vez no debamos juzgar, desde la decepción y el desconsuelo, a las que parece que acatan y callan, a las que silenciosamente han retrocedido, a las que algunas consideran traidoras a la causa y cómplices del retroceso. Tal vez no se trate de sumisión ante la sorpresiva e inimaginada derrota, sino de la única estrategia viable en tiempos adversos. Tiempos donde unos cuantos, por poderosos que sean, consideran al feminismo como un invento neoliberal al que no hay que tomar en cuenta porque sus aspiraciones son vanas y espurias, desconociendo que el feminismo tiene una muy larga historia y muchas posiciones.
Quizás pensemos que hay que esperar tiempos mejores para reemprender la construcción de ese país igualitario, al que muchas aspiramos, pero que parece perdió la brújula y la fuerza, y no sabe cómo enfrentarse al que cree que la igualdad es un distractor vacuo y que las mujeres —indómitas o no— siguen siendo esas extrañas criaturas que, cuando se salen del huacal, no vale la pena ni ver, ni oír, ni considerar.
Hoy no es claro el horizonte. Pero, al menos en apariencia, por primera vez este país puede vislumbrar la oportunidad de tener una presidenta, con formación científica, que trata de gobernar con firmeza y claridad, pese a los innumerables problemas que enfrenta. Hay que recordar que las estrategias que han seguido muchos de los designados —en el pasado— señalan que el pragmatismo sucesorio tiene puntos de quiebre hasta poéticos una vez que se detenta el poder.
Quizás estemos dándole mucha importancia a una sola voz, la del que gobierna, sin considerar los muchos y constantes murmullos de quienes saben que, al menos en cuanto al amplio movimiento de mujeres respecta, esa voz está equivocada.
O tal vez, este ocho de marzo las mujeres logremos salir con voluntad, ánimo, fuerza, agenda y determinación, y poner un alto a cualquiera que ose apostar por menospreciarnos o sobajarnos. Y tal vez sea este ocho de marzo cuando veamos a las verdaderas indómitas, insumisas, feministas, activistas, luchadoras y mujeres en su luminosa y amplia diversidad, exigir sus derechos, obligar a que se asuman nuevos compromisos, y lograr —por fin— incidir en todas las conciencias.