MARCELA ETERNOD ARÁMBURU
SemMéxico, Aguascalientes, Aguascalientes. Relata Alicia Puleo que “Tres guineas”, el texto feminista por excelencia de la escritora británica Virginia Woolf, se gestó en 1932. Durante seis años, su autora, recopiló hechos y datos; leyó, analizó y organizó ideas e información, y dio cuenta del proceso en varias cartas y apuntes en sus conocidos diarios, hasta que, finalmente, con enorme satisfacción y tranquilidad, publicó su ensayo epistolar en 1938. Diez años antes que el ícono del feminismo de la cultura occidental, Simone de Beauvoir, publicara “El Segundo Sexo”.
“Tres Guineas” responde una pregunta: ¿cómo podemos evitar la guerra? Considerando que los horrores de la Gran Guerra (1914-1918) estaban todavía presentes y que la Guerra Civil Española, más los notorios avances de Mussolini y Hitler, provocaban en Inglaterra una alarma insistente, ante la cual el jerarquizado y ritualista patriarcado inglés no podía responder más que con las armas, en defensa del imperio y la patria, la propiedad y el poder que configuraban su mundo.
La respuesta de Woolf empieza por hacer notar lo sorprendente que resulta la pregunta y que ésta la haga un hombre educado, social y económicamente bien situado, y que se la haga a una mujer, a ella, que no hace otra cosa más que “rascar papel con una pluma”. La respuesta woolfiana se centra en tres ejes. Acceso total de las mujeres a la educación, con igualdad de oportunidades, sin escaleras con peldaños rotos y sin techos de cristal. Independencia económica, contar con recursos propios para decir con libertad que ser y hacer, garantizando el acceso de las mujeres al trabajo, a una renta o a una pensión para todas las que trabajan sin remuneración, incluyendo a las amas de casa. Y, finalmente, la conveniencia de pertenecer y participar en una organización pacifista que impulse la civilización y la cultura, la libertad y la justicia, de la que forma parte el destinatario.
A lo largo de todo el texto está presente la pregunta que lleva a reflexionar sobre las posibilidades que tienen las mujeres de impedir la inminente guerra, cuando es evidente que hay “tres motivos que conducen a los miembros de su sexo al combate: la guerra es una profesión, una fuente de felicidad y estímulo, y también es un canal para las cualidades viriles, en cuya ausencia los hombres se degenerarían”. Por eso se gastan cientos de millones de libras anuales en armar a Inglaterra bajo el conocido lema de que es indudablemente mejor matar que morir.
Woolf profundiza su análisis de manera didáctica, con abundantes datos y ejemplos para demostrar, argumentando, sus puntos de vista. Respecto a la educación, comenta que como las mujeres no se han educado, es la oportunidad de educarlas de otra manera, ya que está visto que como han sido y son educados los varones no conduce a la paz, la civilización, la igualdad ni la libertad de las personas en un marco de justicia. Respecto al trabajo, afirma que las mujeres han trabajado, intensa y gratuitamente, durante siglos, lo que permite que ahora puedan trabajar solo para vivir sin pensar en acumular para enriquecerse y dominar. Y, ante la necesidad de mantenerse en la marginalidad, escapando de fama, poder y honores, tan necesarios para los varones, salvaguardar la conciencia y la libertad intelectual para construir la paz y la civilidad porque “somos inmunes a cuantos móviles y estímulos los hombres han tenido”.
Paciencia, estamos en la década de los treinta y “Tres Guineas” tiene inexactitudes, contradicciones y limitaciones. Además, se centra en la Inglaterra urbana de los hombres educados, de la élite que gobierna, manda, dispone e impone, la que concentra recursos y dirige un imperio, donde las mujeres no participan sino como obedientes observadoras.
Este punto lo ilustra muy bien la autora, en la parte final de su libro, donde aborda lo que el destacado profesor Grensted —especialista en el análisis de las pulsiones básicas y las fuertes emociones— definió como la “fijación infantil” de los hombres, de la que abundan ejemplos que permiten ilustrarla. Están las fuertes emociones que impulsaron al Señor Barret de Wimpole a impedir que su hija se casara y que tenían su origen, según cuenta Virginia, en cierta zona oscura, situada debajo del pensamiento consciente que lleva a fuertes e inexplicables reacciones ante la sola idea de que una mujer los desafíe, cuantimás si los desobedece. Lo mismo ocurrió con la desafortunada Charlotte Brontë ante las fuertes emociones de su padre (el calmado y reflexivo reverendo Patrick Brontë) cuando le comentó que Arthur Nicholls quería casarse con ella. Brotaron de él oscuras e inconscientes emociones, marejadas de ira e indignación ante la sucia idea de que su hija se casara. Con estos y otros ejemplos, Woolf concluye que es la sociedad patriarcal, con todas sus instituciones y sus leyes, explicitas o tácitas, quien cobija y alimenta la “fijación infantil”.
“Los rugidos de la fijación infantil arman tal clamor […] que tenemos la impresión de oír los gritos de un niño de cuna llorando. Pero no es un grito nuevo sino un grito muy viejo.” Es el grito que impulsó los innumerables esfuerzos de los hombres educados, de los letrados, de los hombres de dios, de los militares y los jueces, de los jefes de familia, esposos, hermanos e hijos, a demostrar la inferioridad femenina, su condición de apéndices y sus naturales limitaciones para confinarla en el espacio privado a servir y agradar, a obedecer y agradecer, lo que con magnanimidad incuestionable él, su amo, con generosidad le otorgaba.
Ante cada avance de las mujeres, nos cuenta Virginia Woolf, se multiplicaba la violencia. Cuando solicitaron ingresar a universidades y hospitales, a la vida pública, se argumentó que sus cerebros eran incapaces. Cuando esos cerebros demostraron sus capacidades pasando con excelencia los exámenes, recurrieron a la peregrina idea de que sus cerebros no eran creadores, ni organizados y, por tanto, ellas eran incapaces de asumir responsabilidades.
“Tres Guineas” es un ensayo erudito, novedoso e ilustrado, escrito en una época en que las mujeres ya habían conquistado el derecho al voto y el ingreso a las universidades, donde empezaban a derrumbarse, una a una, las mentiras sobre su inferioridad, su naturaleza, sus capacidades y sus comportamientos. Ese colectivo de ellas que durante la Gran Guerra demostraron que podían participar en la esfera pública con eficiencia, imaginación, organización y rapidez; y ante el cual los varones hacían esfuerzos, sobre humanos pero infructuosos, para regresarlas a la esfera privada, a la obediencia y la dependencia. El libro termina con la potente idea de construir un mundo donde mujeres y hombres progresen juntos reconociéndose como iguales. “Si usted, en la inmensidad de las abstracciones públicas, olvida la figura privada, o si nosotras, en la intensidad de nuestras emociones privadas, olvidamos el mundo público, […] mientras se mantengan separados ambos mundos, inevitablemente serán derruidos.”