DRINA ERGUETA (SemMéxico. La Paz, Bolivia). La catarsis musical de la cantante Shakira, producida hace unos días, la ha catapultado al primer lugar en el escenario internacional más allá de los espacios puramente artísticos y la ha mostrado a ella poderosa, como mujer, en su campo profesional, en su visión comercial y de negocio y, fundamentalmente, en su llegada a otras mujeres. Nadie puede negar, a estas alturas, que la colombiana es una mujer empoderada y que con su canción se ha colocado en un lugar referente femenino, pero ¿eso es ser feminista?
En su último tema musical, cuyo vídeo ya superó los 100 millones de vistas en pocos días generándole varios millones de dólares, Shakira expone y explota la ruptura de la relación con su ex pareja, el ex futbolista Gerard Piqué, señalando que “las mujeres no lloran, las mujeres facturan”, lo que ha dado lugar a innumerables comentarios y análisis desde distintos ángulos.
Ella se muestra poderosa, se dice: “una loba como yo” y mediante metáforas se compara con la tercera en la relación colocándose a sí misma como producto de lujo y a la otra mujer en una posición inferior en calidad y precio, con lo que le dice a él “es igualita que tú”. Ha sido en escenarios feministas donde también se ha producido un debate respecto de la sororidad y sobre si la cantante estaría reproduciendo ciertos discursos del patriarcado que enfrentan a las mujeres entre sí.
Como en toda materia viva y fuerte, como es el feminismo, las discusiones son variadas, constantes y provienen desde muchos puntos de vista, por ello se habla de los feminismos que son muchos, tantos como tipos de sociedades en los que han nacido. Tienen en común la lucha contra el patriarcado, que es el poder estructural masculino omnipresente.
Se podría decir que Shakira práctica, con su tema musical, un feminismo intuitivo en la medida de su posición de privilegio que le dan los más de 200 millones de dólares que tiene, utiliza su poder de llegada global con un mensaje que cala en las mujeres porque, desde esa posición, no teme decir esta boca es mía. A las mujeres se les enseña a callar, a ser discretas y según su posición social, además, a no ser escandalosas y ordinarias ventilando ‘asuntos privados’.
En ese no callar, Shakira menosprecia a ‘la otra’, que fue con Piqué y a su propia casa/cama cuando la cantante estaba de gira. La sororidad tiene un límite, aunque sea una chica joven de 22 años y de clase media alta que está en desventaja frente a una estrella de fútbol que usó su poder que no es sólo de atracción física. Entre Shakira y el futbolista había cierta igualdad en la relación de poder y, con la traición de él, ella se alza despechada pero enorme. Pocas mujeres lo podrían hacer ya que lo habitual es tener muchos menos recursos y posibilidades y es por ello que ella representa, de alguna manera, a todas las mujeres que no han tenido esa opción.
Es que cuando se habla de igualdad esto tiene que ver con muchos aspectos y en un mundo capitalista, donde la cantante triunfa, tiene que ver con el acceso a recursos económicos. Y es en los términos que ella habla, de facturar, de asemejarse a sí misma con productos de lujo. Desde esa visión, en alguna medida y reduciendo mucho, también se podría hablar de un feminismo liberal. No toma en cuenta las diferencias de clase entre ella y la otra y por eso sus comparaciones -producto de lujo versus producto común- resultan también clasistas, aquí no hay un feminismo de izquierda.
Shakira no saca a relucir su posición de latinoamericana migrada a España (ya que de hecho cambió su residencia a Cataluña), poque es socialmente desventajosa y porque seguramente no se siente identificada con este colectivo, ella es global y no tiene un discurso feminista decolonial. Podríamos seguir.
Shakira es una mujer empoderada, pero no plantea cambios de fondo en las desventajas de las mujeres en la relación con los hombres en una sociedad de hombres, patriarcal. Es la diferencia entre el empoderamiento y el feminismo.