JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ. El Nacimiento han sido parte de nuestra vida cada diciembre desde la infancia. En la vieja casa de Tacubaya se ponía en una mesa en el patio, sobre una capa de musgo y estaba coronado por ramas de pino adornadas con heno, esferas, farolitos, foquitos y el cometa en el centro. El Niño Dios era más grande que José, María, el ángel y los pastores.
Era una costumbre familiar, herencia de una tradición de vieja data en México, aunque sufrió amagos durante la Guerra Cristera de hace casi un siglo (1926-1929), pero después se retomó sin necesidad de permisos o prohibiciones para poner los Nacimientos inclusive afuera de las casas o los templos, es decir, en sitios públicos.
El asunto cambia cuando se hace con recursos del erario y en espacios gubernamentales. A finales de octubre nos enteramos de que un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) preparaba un proyecto de sentencia para amparar a quienes se quejaron porque las autoridades civiles de Chocholá, Yucatán, dos años atrás habían instalado un nacimiento en el palacio municipal con fondos públicos.
La sentencia, que podría sentar precedentes a escala nacional, iba a ser votada por el pleno de la SCJN el 6 de noviembre, pero se pospuso para una fecha indefinida a petición del propio ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, autor de la propuesta que apelaba al argumento del Estado laico.
Pero ante la posibilidad de que la sentencia prosperara, la Conferencia del Episcopado Mexicano se inconformó porque a su juicio “el derecho a la libertad religiosa supone un verdadero Estado laico que permita la libertad de creer o no creer, incluso de cambiar de credo u opciones fundamentales”, y calificó de absurda la eliminación de las manifestaciones públicas de la vida religiosa.
Y hasta consideró que, en los países democráticos, el erario “debe estar al servicio de las personas, y éstas tienen orientaciones religiosas”. La Arquidiócesis Primada de México juzgó por su parte que la libertad religiosa en el país estaba en duda, mientras que algunos laicos fueron a colocar un Nacimiento en la entrada a la Suprema Corte como protesta.
Al opinar sobre el tema, el presidente López Obrador dijo no estar “a favor de eso” (la prohibición), “porque creo que eso no tiene fundamento legal ni tiene que ver con nuestras tradiciones, con nuestras costumbres. Además, creo que es contrario a la libertad religiosa”.
Luego comentó que Benito Juárez era anticlerical, pero no antirreligioso, y que de aprobarse el proyecto finalmente retirado de la votación en la SCJN, se estaría prohibiendo “la celebración del hombre que más ha luchado por los pobres, porque Cristo fue un luchador social”. Además, “¿en qué daña (esa tradición)?”, preguntó AMLO.
Cierto. México no es Nicaragua, agregamos nosotros, donde la tiranía ha perseguido y hasta expulsado y encarcelado a sacerdotes, prohibido procesiones, profanado templos e imágenes religiosas, clausurado canales y radios católicas, desterrado a misioneras y acusado de “terroristas” a los obispos.
Conviene comentar que en el siglo de Juárez, el XIX, -ya que el presidente mencionó al benemérito- el Estado se alineó con la religión de tal manera, que hasta lo plasmó en sus leyes fundamentales.
Así, la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, del 4 de octubre de 1824, iniciaba con esta frase: “En el nombre de Dios Todopoderoso, autor y supremo legislador de la sociedad”, y su artículo tercero mencionaba que “La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.”
Luego, en la etapa conservadora fueron promulgadas las Leyes Constitucionales (30 de diciembre de 1836) mediante un decreto cuyas primeras palabras eran: “En el nombre de Dios Todopoderoso, trino y uno, por quien los hombres están destinados a formar sociedades y se conservan las que forman…”.
En la primera de esas Leyes, sobre “derechos y obligaciones de los mexicanos y habitantes de la república”, quedó estipulado que el primero de esos deberes era “profesar la religión de su patria, observar la constitución y las leyes, obedecer las autoridades”.
Y no se crea que la Constitución liberal de 1857 fue distinta, aunque sí más moderada, cuando en su presentación consignó: “Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, sancionada y jurada por el Congreso general constituyente el día cinco de febrero de 1857. En el nombre de Dios y con la autoridad del pueblo mexicano”.
Este repaso nos coloca finalmente en la actualidad, donde esa añeja costumbre de poner Nacimientos cada diciembre, lejos de haber sido desplazada por los árboles de Navidad, convive con ellos y se mantiene en lugares públicos y privados, al parecer sin agraviar a nadie.
Y no sólo Nacimientos: dentro de un hospital y una clínica del IMSS -una institución pública- en la ciudad donde vive este tecleador, hay crucifijos y representaciones de la Virgen de Guadalupe sin que nadie proteste. Y una de ellas la adornaron con rosas y nochebuenas el 12 de diciembre.
En el céntrico jardín Zenea de Querétaro -un sitio público- llegamos a ver hace algunos diciembres no sólo Nacimientos de tamaño natural, sino hasta escenas bíblicas incluidos Adán y Eva, con un sentido festivo y turístico, más que religioso.
Y si nos vamos a la Ciudad de México, ahí sí con un propósito devocional, en el templo de san Hipólito y san Casiano se venera a san Judas Tadeo cada 28 de mes, especialmente el de octubre, cuando las multitudes hacen su romería en la avenida Hidalgo e interrumpen el paso del Metrobús sin que la fuerza pública intente despejar esa arteria.
También llega a san Hipólito gente que carga esas calacas -para decirlo coloquialmente- que llaman Santa Muerte y las tienen como objeto de culto aunque las iglesias católica, evangélica, pentecostal, bautista, presbiteriana, metodista, anglicana y otras, rechazan y condenan su veneración.
Nadie debe espantarse por todo esto. Hay libertad de creencias y de cultos con sus respectivas manifestaciones externas como en el caso de los Nacimientos, que durante siglos han estado presentes desde que el México actual se llamaba Nueva España, y sin duda con un toque de sincretismo aportado por las culturas prehispánicas. Qué bueno que la SCJN dejó “en lista” el proyecto de sentencia. Creemos que ahí seguirá.