SINGLADURA/ Romper el estigma

ROBERTO CIENFUEGOS J. Bueno, y ¿ahora qué? Viene la pregunta a propósito del temblor de 7.7 grados en Richter, que como un estigma mexicano, nos volvió a sorprender y -¿por qué no admitirlo?- a atemorizar el lunes 19 de septiembre, apenas unos minutos después del simulacro nacional que ese mismo día auspiciaron las autoridades del país para prepararnos en el caso de una nueva contingencia telúrica en México, tierra de volcanes y siempre, siempre, de naturaleza sísmica, algo esto último que estamos obligados a saber y que por lo vivido en cada uno de los recientes episodios sísmicos jamás podremos olvidar.

La Coordinadora Nacional de Protección Civil, Laura Velázquez Alzúa, hizo ayer martes un resumen sobre las consecuencias del sismo más reciente: Dos fallecidos y 10 heridos; daños en al menos 153 viviendas, en 43 inmuebles, a 28 unidades médicas, 32 escuelas, cuatro templos religiosos y en nueve carreteras y seis puentes. Aún con la muerte de dos personas y los diez lesionados, la peor parte por supuesto, queda claro que el saldo telúrico de hace dos días fue menor, comparado con las tragedias que vivimos en 1985, cuyo saldo superó las 20 mil víctimas fatales, y hace sólo cinco años que la Ciudad de México registró 219 muertes y otras 150 en los Estados de México, Morelos, Puebla, Oaxaca y Chiapas.

En el caso del temblor de este lunes, y de allí el estigma al que aludo, sorprendió de manera muy especial la coincidencia prácticamente entre los dos últimos fenómenos. Lo sabemos y seguramente como digo ya nunca lo olvidaremos. Después de todo, formamos parte de una generación que comparte hechos tan aciagos como esos temblores, más, por referir otro ejemplo, la pandemia del coronavirus. Ambas calamidades han sido de sobra conocidas y se inscriben en una marca generacional compartida.

El punto crítico a la pregunta ¿y ahora qué? Tiene que ver con la práctica de los famosos simulacros, cuya institucionalización data del 2004, cuando como jefe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador, declaró septiembre como el mes de la protección civil, una iniciativa positiva por supuesto, pero que a la luz de los hechos más recientes y coincidentes, debería ajustarse en vista del estigma ya instalado en la psique colectiva mexicana, sino al menos entre los millones de residentes en la Ciudad de México, donde este último lunes afloraron en numerosas escenas de pánico, crisis nerviosas y llanto, por no añadir incredulidad y el dolor del recuerdo.

¿Qué debería hacerse entonces ante este estigma en que prácticamente se ha convertido el 19 de septiembre telúrico? Simple. Modificar al menos la fecha para la realización de los simulacros, siempre necesarios, siempre útiles y educativos, por supuesto. Bastaría una iniciativa de los gobiernos federal o en su caso del capitalino para dejar de hacer estos ensayos de prevención justo en la fecha en que ya experimentamos movimientos telúricos que llenan de temor y trastornan la conducta ciudadana. El recuerdo de esas fechas, o efemérides aciagas, arraigado en la psique colectiva de los mexicanos, debería bastar para romper esa coincidencia calendárica. Sería útil y un enorme alivio para millones de personas. Después de todo, no hay necesidad alguna de echar limón en las heridas abiertas por cada uno de los terremotos y menos aún por la coincidencia de éstos en una fecha exacta, algo que dudo mucho haya ocurrido en cualquier otra nación de condiciones sísmicas. Aun en esto no hay dos como México.

¿Es mucho pedir? ¡Adelante!

@RoCienfuegos1

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