EDUARDO MERAZ. Hablando de “casas grises” y traiciones, se fue diluyendo el cuatroteísmo, debido a la grave fisura entre la clase gobernante y amplios sectores sociales, en particular con la prensa -tradicional y no- y algunos empresarios; diferencias que se han vuelto irreconciliables.
Haber llegado a esta circunstancia de enfrentamiento y crispación en forma alguna debe interpretarse como un acto sorpresivo. En realidad, lo que hoy semeja un rompimiento de lanzas, se ha venido gestando desde los tiempos en que el ahora presidente sin nombre y sin estatua era regente del Distrito Federal.
Durante más de dos décadas de querer imponer a los periodistas y medios de comunicación sus criterios o, de lo contrario, “ya saben a lo que se atienen” -como dijo en una mañanera-, terminó por derramar el vaso y hoy está cosechando lo sembrado en ese lapso.
Como sus antecesores del PRI -de cuyas prácticas sigue abrevando- recurre al apoyo de las “fuerzas vivas” del morenismo, cuya capacidad de subordinación es ilimitada, para dar la impresión de fortaleza; vigor que en muchos casos es sólo de dientes para afuera.
De ahí, la pretensión morenista, impulsada por su jefe máximo, para que todos los periodistas estén obligados a hacer públicos sus ingresos, raya en el autoritarismo y es violatorio de los derechos y garantías individuales consagradas en la Constitución.
Acto con pretensiones intimidatorias que se le revirtió, como quedó de manifiesto este 15 de febrero, cuando los reporteros que cubren la Cámara de Diputados y el Senado de la República dieron la espalda, crearon un vacío, a los legisladores de Morena, que querían hacer declaraciones a la prensa.
Declaraciones en las únicamente buscaban dar a conocer su respaldo “incondicional” al ejecutivo sin nombre, que ya no siente lo duro sino lo tupido. Además, en el caso de los senadores, en su escrito amagan con acciones de fuerza si es necesario, para detener lo que llaman calumnias.
Tampoco le funcionó mostrar públicamente -en el teatro en atril mañanero- la cristalización de su mirada, cuando el innombrable mandatario trataba de dar a conocer el sufrimiento que tuvieron que soportar a sus descendientes por su actividad política.
Lo que para algunos dirían eran lágrimas de cocodrilo o pejelagarto, estuvieron lejos de conmover a la prensa, que nuevamente tuvo que escuchar los epítetos presidenciales, que no entiende la labor de los periodistas, muy diferente a la que están obligados a desarrollar sus panegiristas.
Pero como dice Adrián LeBarón: a él le mataron a su hija y a sus nietos, mientras que al huésped del “Palacio del Bienestar”, sólo evidenciaron a uno de sus hijos y no por eso busca venganza.
En realidad, el principal dolor que tiene es darse cuenta de cómo el periodismo exhibe hechos y declaraciones de su pasado, reciente y remoto, que lo desnudan a plenitud y muestran a un presidente sin nombre que ha hecho de la mentira y el engaño su “modus vivendi”.
La soberbia que siempre lo ha caracterizado ya no le alcanza para defender lo indefendible: la corrupción entre colaboradores cercanos y familiares. Los escándalos se acumulan y no hay coraza que sea irrompible.
Los conflictos de interés son en efectivo o se convierten en favores que son recompensados con prestaciones que no entran a los registros públicos. Y justamente en ese escenario se encuentran no únicamente su hijo mayor, sino el mandatario mismo, al designar como “supervisor honorario” a quien le dio trabajo a su vástago.
Perdido el “supremacismo moreno” de honestidad, aumentan los riesgos de conocer el lado oscuro del cuatroteísmo en todos los ámbitos; y uno de los principales blancos sería el periodismo.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
La desaparición de los órganos autónomos, tal y como lo sugiere el presidente Andrés Manuel López Obrador, implicaría que se modificara la Constitución y el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), aseguró Adolfo Cuevas Teja, comisionado presidente del Instituto Federal de Telecomunicaciones.
@Edumermo