SOLEDAD JARQUÍN EDGAR (SemMéxico, Oaxaca). Los tonos de marzo son púrpura, morados o violetas. Colores de cambios, de transformación. Son los colores adoptados por las feministas en torno al Día Internacional de las Mujeres y todas sus actividades, excepto para la demanda del aborto libre, donde se optó por el verde.
Hay muchas versiones de por qué el violeta y hay en esa historia un hilo conductor o coincidencias. Por ejemplo, Emmeline Pethick (1867-1954) activista británica por los derechos de las mujeres, señaló que el tono violeta, púrpuras o morados, simbolizan la conciencia de la libertad y la dignidad de las sufragistas.
Y otra de las versiones se atribuye al color del humo que emanaba del incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist de Nueva York, donde habrían muerto obreras que demandaban sus derechos. Sobre esto, Ana María Portugal, periodista peruana, cita en su Historia de los orígenes del Día Internacional de la Mujer, a la historiadora Renee de Côte, canadiense, quien afirma que no existen pruebas documentales sobre ese incendio producido en 1857.
Lo cierto es que los 8M son desde hace algunos años cada vez más púrpuras, más morados y más violetas, tanto que le ponen los nervios de punta a muchas autoridades, que ven llegar lar marchas y se esconden detrás de muros y vallas, algunos operan delicados operativos policiales para detener a las mujeres, otros inventan espectáculos para no escuchar el rumor de las calles y otros más se esconden en discursos fríos, vacíos y falaces.
El fenómeno de las mujeres en las calles está impregnado de las voces de mujeres cada día más jóvenes, mujeres que nacieron en este siglo o quizá un poco antes. Mujeres estudiantes de preparatoria o universitarias que no están dispuestas a callar ni a solapar a los violentadores, ajenos y menos a los propios. Niñas-jóvenes que tienen miedo, pero que se arman de valor para gritar a un sistema misógino con estructuras simbólicas que resisten. Ellas, las feministas, son la gota sobre la piedra.
Mujeres que se cuidan durante la marcha, se protegen unas con otras. Ahí en la calle, durante el 8M nadie está sola, nadie se siente sola. Todas somos una. Dicen a su paso y advierten ¡si tocan a una, respondemos todas!
Ya pasaron casi ocho días desde el 8M, de la marcha que reunió a miles en la Ciudad de México o a cientos en cualquier municipio del país y sigue el eco de lo sucedido el pasado martes en las conversaciones del fin de semana, madres e hijas hablando de sus derechos y sus exigencias, esas que hoy hacen hablar a las paredes de las ciudades. Y sí, como lo hemos dicho, los vidrios rotos se fueron a la basura, ya pusieron nuevos. Por ahí nada pasó, excepto las rasgaduras de vestiduras de quienes defienden las paredes y no la dignidad y la vida de las mujeres. Lo que prevalece es la injusticia, el dolor, las mujeres que no vuelven a casa, las asesinadas o desaparecidas, eso que no indigna tanto como los vidrios rotos.
Ita fue por primera a vez a una marcha. Seria, como es ella, cuenta su experiencia muy satisfecha de cómo la cuidaron las otras chicas, cómo le explicaron porque rompían los vidrios en una de las marchas del pasado 8M. Cuenta la inexplicable reacción de una familia que les lanzó piedras, piedras grandes, dice con detalle; se refiere al hombre que las amenazó con unas tijeras de jardinería y lesionó a otra joven. Mientras otras personas ofrecían sus paredes para que fueran pintadas y que sirvieran sus muros para romper el silencio ante la violencia machista.
Alejandra también se sumó por primera vez a una marcha, la llevó su tía Susan. En la Fiscalía de la Mujer, dice, quemaron papeles que llevaban, cartulinas. Le sorprendió un medio de comunicación que señaló que las feministas habían quemado expedientes. Sigue indignada por la mentira. Dice que es tanta la adrenalina que no sintió el cansancio, que marchar junto a tantas mujeres vestidas de color púrpura le dio energía, entusiasmo y que nunca dejará de exigir justicia por las que ya no están.
Daniela también se sumó por primera vez a las marchas feministas. Colocó cruces en la “casa oficial” en avenida Juárez de la capital oaxaqueña. Gritó ¡justicia para todas! Unió su voz a la canción de Vivir Quintana, cargó una pancarta a lo largo de 15 cuadras. Y contó este domingo en una reunión familiar que en la marcha conoció a varias mujeres víctimas de violencia machista, “ahí estuvimos todas para abrazarlas”, dice entusiasmada. Sus madres las miran orgullosas.
Sí, el 8M es una manifestación feminista de una, dos o tres generaciones. En estos años, florece el feminismo. Es una primavera púrpura de rostros jóvenes, creativas, entusiastas. Es un buen augurio: hay feminismo para rato.