LA COSTUMBRE DEL PODER/ Teresa y Francisco Benavides


*Irse, equivale a llevarse. Lo entiendo cuando Francisco Benavides intenta o se esfuerza por contarme lo que amó a Teresa por cincuenta años, diez lustros durante los cuales se comparten los sentimientos, los agravios, los sufrimientos, las angustias, el decoro y el pudor de vivir una vida en paz

GREGORIO ORTEGA MOLINA. El beneficio de la luz es desigual. No ilumina a todos, a algunos les llega de manera intensa, los quema y deseca; otros parecen vivir en invernadero, y sólo a unos cuantos les llega en cantidad suficiente para darles el discernimiento necesario para entender. Cae sobre ellos como regalo de la naturaleza o la divinidad, a tiempo, la más de las veces llega tarde.

Comprender es un don que llega con esa luz. No es el estudio ni la memoria lo que proporciona conocimiento, que comparte habitáculo entre el corazón y la razón. Las emociones la convierten en un obsequio sensorial. Ahí anidan las pulsiones del amor, los afectos, hasta que maduros se convierten en tu razón de ser. Algunos los pierden en el camino, y no se percatan de ello. Se consideran autosuficientes, están consumidos por el egoísmo y la envidia.

Otros florecen en medio de afectos, ya sean familiares o extra radio. Éstos son los que entienden de qué va vivir, cómo transcurre el sentir de la naturaleza y de qué manera se entrelazan los sentimientos. No se requiere ser poeta, se necesita haber sido amado y corresponder ese amor desde la pasión, pero sobre todo desde la razón.

Reflexiono lo anterior como consecuencia de lo que Francisco Benavides me cuenta de Teresa, su mujer, a partir de la vida y desde los momentos iniciales de su viudez; desde los desvelos por la enferma, y el cuidado que muestra con sus hijos y nietos.

Me percato entonces que, si bien he sentido un vacío cuando mis afectos o familiares se despidieron para siempre, lo que realmente ocurre es que empiezas a desarmarte, pierdes andamiaje, consistencia, peso corporal y, por encima de todo, el alma y la razón se empequeñecen, y te das cuenta que pronto -a la edad que ahora tengo es más temprano que tarde- todo tú entrarás también en una urna, con los fragmentos de vida de los que dejas vivos.

Irse, equivale a llevarse. Lo entiendo cuando Francisco Benavides intenta o se esfuerza por que contarme lo que amó a Teresa por cincuenta años, diez lustros durante los cuales se comparten los sentimientos, los agravios, los sufrimientos, las angustias, el decoro y el pudor de vivir una vida en paz.

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