El discurso de los insultos

JAVIER ESQUIVEL DÍAZ. El uso de expresiones peyorativas para desacreditar al rival se ha convertido en la táctica de uso común para tratar de ganar visibilidad entre los electores y como herramienta dilatoria para distraer la atención pública en asuntos particulares.

Esta clara tendencia de incluir verbalizaciones, mensajes y tonos cada vez más belicosos en la retórica política no es exclusiva de una sola persona o de un partido político en específico, ya es de uso común para una gran mayoría de actores claves en la política.

Provocar la riña verbal, la violencia discursiva e histrionizar cada reclamación e inconformidad es utilizada también como anzuelo de reflectores más que ser parte de una estrategia persuasiva para convencer de que lo que se dice y se hace genera beneficios sociales.

El uso disonante de la palabra no excluye tampoco a ninguno de los protagonistas de los tres órdenes de gobierno. Lo vemos en las alcaldías, en las conferencias de prensa, en los gobiernos estatales y por su puesto en el ámbito legislativo. Está presente en todos lados.

Está mala práctica retórica también se ha acentuado en un par de consejeros, en representantes de partidos políticos en los órganos electorales, y lamentablemente también es inexcluible de los micrófonos de los conductores de programas de noticias en los medios de comunicación.

Con estos nuevos modos persuasivos se han quedado ya muy atrás aquellos tiempos en los que los oradores se esforzaban por dar solidez a sus argumentos e incluir contenidos noticiosos propositivos para obtener el apoyo de sus seguidores.

Al igual que en el pasado se quedaron los modelos discursivos para intercambiar razonamientos para encontrar soluciones en conjunto. Hoy pareciera que quien grita más y ofende más, le asistiera en acrecencia la razón y la verdad.

Sin embargo, el adoptar esta actitud pugnaz en la comunicación legislativa o de gobierno no garantiza ampliar los márgenes de representatividad que se tienen en la sociedad, ni refuerza los atributos de control, fuerza y autoridad.

Así como tampoco ayuda a las y los aspirantes a un cargo de elección popular a ganar intención de voto, ni a los presentadores de noticias a obtener mayor credibilidad de los públicos que los ven y escuchan.

La verbalización beligerante, las palabras de confrontación, los retos disonantes, generan una simpatía momentánea o el reflector mediático del día, pero también agota, aburre y hace altamente predecible el comportamiento de las personas que optan por esta alternativa.

La violencia verbal nunca es aceptada en razón de que va contra la escala de valores de la mayoría poblacional sin importar la ideología o simpatía partidista.

Asociar la beligerancia discursiva a la imagen personal no es lo más adecuado ni lo más estratégico cuando las mediciones del humor social manifiestan que la población votante está agotada de tanta crispación y polarización social.

Representar y dar vida a un personaje siempre combativo y rebelde que se hace acompañar de un discurso basado en el inconformismo generalizado – encarnar a la persona que se queja de todo, pero no resuelve nada- pierde en el mediano plazo ese efecto inicial esperanzador y justiciero de su palabra.

Esta percepción de falta de efectividad, transforma obligatoriamente el discurso de confrontación violenta a una retórica y narrativa de justificación excesiva.

La exoneración total de la responsabilidad por un mal desempeño tampoco se logra con la narrativa beligerante contra el rival. Aunque ésta funcione como retardante y amortiguador, la gente siempre lo tendrá presente en su evaluación final para determinar un cambio o continuidad.

En este sentido, vale recordar que los escándalos mediáticos y lo ataques verbales recurrentes entre políticos junto con sus constantes justificaciones, son irrelevantes a los oídos de los electores y más cuando para ellos lo importante es cómo mejorar su calidad de vida.

Y, si lo que se busca es diferenciarse y resaltar al insultar, también es una estrategia fallida ya que son tantas las personas que forman filas para ser insultadores profesionales con la retórica política.

“Por sus palabras seréis juzgados”, dice un versículo que jamás es olvidado.

@javoesquivel.

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