*Andrés Manuel López Obrador gusta de coaccionar desde la tribuna, se sirve de la palabra para torcer la realidad y exculparse por violar la ley y nunca observar cabalmente su mandato constitucional. Es el perfecto amoral, siempre más allá de lo que pueden ubicarse los odiados jueces y la vilipendiada mafia del poder
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Para el presidente López Obrador el grave problema del Poder Judicial de la Federación es su soberanía. Debe conducirse de manera autónoma, ser independiente de criterio y asumir su función de tribunal constitucional. Le causa indigestión saberlo.
Los paganos somos los que vivimos en esta aterida nación. De 2006 a la fecha hemos transitado del haiga sido como haiga sido, a mandar al diablo a las instituciones, para que después ese lépero presidente en funciones aseverara que ningún chile les embona, y llegar a feliz final con la contundente frase que refleja toda una personalidad: no me salgan conque la ley es la ley.
Es en este contexto que Andrés Manuel López Obrador refiere la amoralidad de los jueces, sin ver la viga de la casa gris y los sobres de Pío, su hermano, en el seno de la familia presidencial.
Ciertamente que deben existir jueces débiles para estirar la mano, como los hay entre los integrantes del Poder Ejecutivo, pero el presidente es incapaz de detenerse a considerar que las sentencias pueden torcerse porque los barones de la droga -esos que reciben sus abrazos- amenazan a los juzgadores. Sucede como en las películas, pues los sicarios conocen las actividades de las familias de esos seres humanos que optan por perder el prestigio a ver morir a alguno de sus seres queridos.
¿Queda la opción de la renuncia? Parece que no, pues la amenaza va acompañada de un “si renuncias se mueren ellos y tú”.
Y todo porque en la SCJN decidieron asumir su función de Tribunal Constitucional, y advertir que la prisión preventiva oficiosa atenta contra esa procuración y administración de justicia avaladas en los términos determinados por los constituyentes. El berrinche se escuchó desde Palacio Nacional hasta el Ángel de la Independencia (de poderes).
Andrés Manuel López Obrador gusta de coaccionar desde la tribuna, se sirve de la palabra para torcer la realidad y exculparse por violar la ley y nunca observar cabalmente su mandato constitucional. Es el perfecto amoral, siempre más allá de lo que pueden ubicarse los odiados jueces y la vilipendiada mafia del poder.
Dista mucho de ser un asunto de criterios. Es un tema de falta de educación cívica y de formación cultural.
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Para redondear la puntualización basta retomar la lectura de La columna de hierro, la biografía de Marco Tulio Cicerón escrita por Taylor Caldwell, cuyo epígrafe, tomado del biografiado, indica: “El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición… el poder del hombre es perverso, no importa con qué nobles palabras sea empleado o los motivos aducidos cuando se imponga”.
Tenemos un presidente de la República perverso.
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