LA COSTUMBRE DEL PODER: Marcela Turati, la realidad pura y dura, los “otros datos” y los desaparecidos borrados (III/V)

GREGORIO ORTEGA MOLINA

*Crece la certidumbre de que el próximo dos de junio, ante las urnas electorales, está la última parada de la República, de la democracia, de las instituciones. ¿Permitiremos que secuestren a la nación, la patria, para extorsionarla como lo han hecho hasta ahora?

En algún momento -debido al precarismo político y a la “inflación subyacente- los beneficiarios de los programas sociales se percatarán de que su condición social no cambia y, por el contrario, los expone más a la inseguridad y la violencia. Se convierten en reos de su propia debilidad.

Suponer que la renovación moral propuesta nos ha conducido a ser mejores, es de ilusos, ingenuos e incluso tontos. San Fernando, en Tamaulipas, no fue un fenómeno aislado, casos similares ocurrieron antes y otros se suceden desde entonces. Se debe al desinterés de las autoridades y su concupiscencia por la corrupción.

Marcela Turati nos comparte uno de los testimonios recabados por ella: “Matar gente para ellos era como tener fiesta. Porque se daban gusto. Es su gusto matar gente”. Además, nos transmite una amplia reflexión originada por lo que escuchó y encontró y vio:

“Hubo mensajes de texto y llamadas entre familiares confundidos. Hubo reportes nerviosos en las terminales de autobuses y en las compañías de transporte. Hubo angustiosas peticiones de auxilio a las autoridades que encontraron en el camino -en las estaciones, en las líneas telefónicas de emergencia y a través de correos electrónicos o plataformas para reportar incidentes- informando de los secuestros recientes en las carreteras. Hubo testigos presenciales denunciando los hechos. Pero no sirvieron de nada. Las dependencias y las autoridades de los tres niveles de gobierno encargadas de brindar la seguridad en los caminos y en los poblados, de investigar los secuestros, de proteger a las personas migrantes y mexicanas, no activaron búsquedas ni alertaron a otros viajeros que iban a tomar las mismas rutas. Mucho menos investigaron o detuvieron a los criminales (negritas mías)”.

Puede sostenerse que nada se ha modificado, sobre todo desde la percepción de ese humanismo de la 4T que considera a los delincuentes como personas que no merecen ser castigadas por la represión legítima del Estado. Lo muestran las imágenes del besamanos presidencial en la carretera a Badiraguato, y las del festejo de unos quince años en Culiacán, donde no es fácil estar alegre y vivir con seguridad.

Crece la certidumbre de que el próximo dos de junio, ante las urnas electorales, está la última parada de la República, de la democracia, de las instituciones. ¿Permitiremos que secuestren a la nación, la patria, para extorsionarla como lo han hecho hasta ahora?

¿En manos de quién estamos; a quiénes dejamos nuestro propio futuro y el de nuestros hijos? ¿Será que la república entera es la última parada que Marcela Turati nos describe en su investigación sobre lo ocurrido en San Fernando, Tamaulipas?

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Para reunir mayor información sobre la persona que decide el destino de 120 millones de mexicanos, comparto con ustedes lo leído en Metrópolis, de Philip Kerr:

“… Shakespeare nos enseña que lo más seguro es que un hombre así sea alguien que está decepcionado con la vida. Que no ha colmado sus expectativas. Que busca con desesperación la importancia y el poder. Por encima de todo, yo diría que es un hombre que sabe cómo odiar. <<Malignidad inmotivada>>, dijo Samuel Taylor Coleridge al referirse al Yago de Otelo. Sí, hay un problema, sargento. Es muy probable que este hombre no tenga ningún móvil real. Quizá sea alguien que sencillamente disfruta de la maldad por la maldad. Me temo que está lidiando no solo con el misterio de quién ha cometido los asesinatos, sino también con el misterio de la vida en sí”.

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