GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Todavía no acierto a discernir con claridad qué nos dice, a sus gobernados, la imagen del presidente de México con una resortera en las manos, para justificar su acusación a los supuestos ayotzinapos de que, durante el muy breve asalto a su Palacio, los agredieron con balines. Nadie compra el rostro de la víctima
*A toda capillita le llega su fiestecita, lo mismo que a todo traidor le llega su hora de la verdad. Ahora, el Lelo de Larrea, don Arturo Zaldívar, verá exhibida su historia personal y quizá familiar y profesional, con certeza al ritmo de su cantante preferida, Taylor Swift
Me atemoriza la imagen de Manuel Andrés López Obrador con una resortera en las manos. La primera suposición, es que desea equipararse al empeño de los palestinos por salir adelante, obtener la aprobación internacional y asentar su proyecto de nación, de patria, derrumbado con las murallas de Jericó.
Por el momento unos supuestos estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, sólo rompieron la puerta de acceso a Palacio Nacional que da a la calle Moneda, lo que suscita más preguntas cuando confirmo que lo hicieron montados en una camioneta de CFE, como si la mano de Manuel Bartlett los guiara.
Nunca nada quedó claro de ese hecho, salvo la imagen presidencial con una resortera en las manos, para acusar a los “asaltantes de su Palacio” de traer armas, lo que causa más alarma que risas, porque indican los actos de necesitar convertirse en víctima, que está aquejado de un infantilismo complejo, lo que de inmediato me lleva a evocar la película original, en blanco y negro, de La guerra de los botones, de hace 60 años.
Para ubicarnos, recupero un resumen de la ficha de Wikipedia, que nos da cuenta de la épica de “niños de dos aldeas francesas vecinas que mantienen una rivalidad eterna que los enfrenta en batallas donde los botones son el precio de la derrota. La primera adaptación de la novela homónima de Louis Pergaud, que fue publicada el 1912, fue esta cinta dirigida en 1964 por el realizador francés Yves Robert. Treinta años más tarde, en 1994, saldría un remake irlandés, dirigido por John Roberts”.
Nunca me he armado de la paciencia necesaria para sentarme a ver las segundas versiones de lo que ya me dejó satisfecho, de lo que me permite evocar cómo atesoran los botones de camisas y sacos y pantalones de los enemigos; fui testigo de que, para ellos, en el imaginario del autor de la novela, se trató de auténticos tesoros. La gesta heroica de la infancia perdida, ya fuese en Francia o en Tabasco, pero no, nunca en Palestina, donde como en Ucrania, es necesario matar para vencer.
Todavía no acierto a discernir con claridad qué nos dice, a sus gobernados, la imagen del presidente de México con una resortera en las manos, para justificar su acusación a los supuestos ayotzinapos de que, durante el muy breve asalto a su Palacio, los agredieron con balines. Nadie compra el rostro de la víctima.
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A toda capillita le llega su fiestecita, lo mismo que a todo traidor le llega su hora de la verdad. Ahora, el Lelo de Larrea, don Arturo Zaldívar, verá exhibida su historia personal y quizá familiar y profesional, con certeza al ritmo de su cantante preferida, Taylor Swift.
Sobre su expediente abierto en el Consejo de la Judicatura Federal, me escribe un lector y amigo: “De este asunto por el que están criticando a la ministra Piña, Zaldívar dijo mentiras, las denuncias anónimas proceden y se deben de investigar, conforme a la Ley de Responsabilidades, le piden que no acate la Ley como hace el gobierno, politizaron una investigación administrativa, todavía no se sabe si procederá para hacer el expediente de responsabilidades, pero ya la satanizaron los medios. Lo único que hizo fue actuar conforme a derecho y no esconder la denuncia”.
Tamañita ha de estar Claudia Sheinbaum.
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