GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Con todo lo que hoy se ve, se experimenta, se sabe, se comunica, se vive, los hijos deben capacitarse más y mejor para satisfacer esa responsabilidad del deber cumplido, porque en ello les va la posibilidad de vivir su vida hasta agotarla. ¿Qué se requiere para que hoy los jóvenes puedan cumplir con sus deberes escolares y de hijos, y los padres con esa difícil tarea de aprender a protegerse y protegerlos de todo lo que hoy hace daño y mata y mutila y esclaviza? Ni idea
* En este síndrome del deber cumplido inscribimos los adeudos políticos de Manuel Andrés López Obrador, porque son raros, siempre cobra los favores y nunca, pero nunca los retribuye
Hemos permitido y tolerado que el entretenimiento, la propaganda y los acuerdos entre grupos de poder económico, político y militar modifiquen conceptos que debieron ser eternos. Ni hablemos de la irrupción del narcotráfico y sus derivaciones, en la transformación equívoca del comportamiento humano.
Hace mucho la familia dejó de ser un mundo cerrado, equiparable a la de ese militar nazi que hace un jardín casi edénico a su esposa e hijos a espaldas del campo de concentración y bajo el humo de los hornos crematorios. Hoy, padres e hijos viven con las ventanas abiertas, sobre todo después del retrato literario de Jesús Sánchez y su familia narrada por Óscar Lewis, que le costó el puesto a Arnaldo Orfila por editarlo en el Fondo de Cultura Económica. También desapareció el castillo de la pureza. Lo cubren de tierra las redes sociales e Internet.
Cierto es que hay diferencia que queda establecida en los idiomas. En español es absolutamente claro el concepto de tarea escolar, en francés son los deberes escolares. Sutil, pero precisa, se marca una distancia, sobre todo si consideramos que también “deber” es un concepto que compromete, ata, indica un compromiso con el banco, el prestamista u otro acreedor. Es sinónimo de deuda, fuerte. La religión católica lo desapareció de su oración emblemática. En el Padre Nuestro el término deuda fue sustituido por ofensa. Definitivamente no es lo mismo solicitar perdón por las ofensas que pedirlo por las deudas.
Es en el seno de la familia donde se aprende la esencia de dos conceptos útiles e inmodificables para vivir: deber y cumplir. Deber cumplido. Asumimos, como si nada, la tergiversación de esa idea de los deberes conyugales y la necesidad de cumplirlos, para sujetar la voluntad de la mujer al capricho del hombre. La esposa es libre. Cierto, debe cumplir con deberes, pero éstos son los de madre, los de ama de casa, los de administradora del hogar, los de estabilidad emocional entre los integrantes de una familia. No es la hembra, es la señora.
Los padres están más allá del limitado papel de proveedores. ¿Pueden y deben enseñar a cumplir con los deberes? ¿Debe negárseles mostrar ternura porque son los “machos” y supuestos protectores de un rebaño que hace mucho dejó de estar resguardado por cercas y lejos del riesgo que significan trata, violencia, narcotráfico, extracción de órganos para traficarlos?
Con todo lo que hoy se ve, se experimenta, se sabe, se comunica, se vive, los hijos deben capacitarse más y mejor para satisfacer esa responsabilidad del deber cumplido, porque en ello les va la posibilidad de vivir su vida hasta agotarla. ¿Qué se requiere para que hoy los jóvenes puedan cumplir con sus deberes escolares y de hijos, y los padres con esa difícil tarea de aprender a protegerse y protegerlos de todo lo que hoy hace daño y mata y mutila y esclaviza? Ni idea.
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En este síndrome del deber cumplido inscribimos los adeudos políticos de Manuel Andrés López Obrador, porque son raros, siempre cobra los favores y nunca, pero nunca los retribuye.
Entusiasmado está el presidente de la República, tan contento que hasta amenaza: ¡Sale Alpízar, sale Piña!, como si tuviese la atribución constitucional de intromisión en el Poder Judicial. La nota de los medios indica: “En la conferencia matutina de Palacio Nacional (18 de abril), López Obrador dejó en claro que, si es retirado Alpízar como funcionario de Segob, también se tendría que separar de su cargo la ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña”.
Así de inmenso considera su omnímodo poder. Quiere, necesita cumplir con ese deber para salvarse a él mismo.
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