LA COSTUMBRE DEL PODER/ El poder nunca es absoluto, salvo para la divinidad

GREGORIO ORTEGA MOLINA 

*¿Está enterado de la enormidad de su farsa y del costo que pagaremos los mexicanos? ¿Sabe ya que la corrupción no menguó, que tampoco hay menos pobres y sí más fosas clandestinas, más violencia y muerte sin fin, más allá del hermoso poema de José Gorostiza?

Yahvé tuvo a bien notificar a Sansón del necesario cuidado de su “melena”, advertirle que no podía ser cortada, pues era el origen de su fuerza; no ocurrió lo mismo con Aquiles, el hijo de Tetis, que debió sorprenderse cuando la flecha envenenada de París le atravesó el talón y destruyó lo que hoy es identificado como tendón de Aquiles.

Entre los humanos lo absoluto no existe. El poder total es un engaño, una quimera que se quiebra cuando la realidad muestra otras fuerzas que pueden ser, o de hecho son, superiores a las aspiraciones de quien anhela la inmortalidad de la fama, tan efímera como los suspiros de amor.

La muestra del aserto se manifestó en las fotografías de las celebraciones del segundo centenario del Heroico Colegio Militar (11 de octubre de 2023). Luis Crescencio Sandoval observa, con beneplácito y sonrisa sin disimulo, el rostro desencajado de Andrés Manuel López Obrador, jefe de las Fuerzas Armadas y presidente de la República, entregar una presea a Salvador Cienfuegos. Esa imagen nos muestra quienes son la verdadera autoridad política y administrativa en México, porque el poder económico, los poderes fácticos, mangonean sin responsabilidad, como lo hacen ya en buena parte del territorio nacional.

La fuerza política es una metáfora que se sostiene mientras todos aquellos que temen hacerse responsables de su destino, de lo que se sirve en su mesa y ocurre en sus camas, acatan esa autoridad ficticia.

Lo mismo sucede con la fuerza de la fe, que se diluye en cuanto los creyentes consideran que asumir la responsabilidad de su libre albedrío, los faculta para la prevaricación y el abuso, sin detenerse a considerar que únicamente se lesionan a ellos mismos.

Es momento de preguntarnos, y preguntarle, si el presidente de la República sabe ya cuál es su tendón de Aquiles, ese punto neurálgico de su debilidad y su vanidad, que día a día lo aleja de la rotonda de los mexicanos ilustres, y de las letras de oro en el recinto de san Lázaro.

¿Está enterado de la enormidad de su farsa y del costo que pagaremos los mexicanos? ¿Sabe ya que la corrupción no menguó, que tampoco hay menos pobres y sí más fosas clandestinas, más violencia y muerte sin fin, más allá del hermoso poema de José Gorostiza?

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