LA COSTUMBRE DEL PODER/ “A los países no se les destruye, se suicidan”

GREGORIO ORTEGA MOLINA

*Enumerar los disparos que nos propiciamos en el paladar o en la cabeza debiera bastarnos para aceptar que somos un país que se suicida en honor de la 4T

¿Qué se requirió, además de la familia de Papa Doc y sus descendientes, para que Haití llegara al honroso lugar que hoy ocupa? ¿Cómo fue posible llevar a Venezuela, de un país con enorme producción de petróleo, a la miseria en que viven sus habitantes? ¿Qué le deben los nicaragüenses a la vida, para merecer el castigo de Rosario Murillo y Daniel Ortega? ¿Y nosotros, los mexicanos, dónde estamos como país, nación, patria, sede de nuestros sentimientos y nuestros hogares?

¿Cuántos millones de rusos ahogó José Stalin en el gulag, y esa nación sobrevivió? ¿Qué debía Ucrania para pasar las hambrunas? ¿Y los polacos? ¿Fue tan grande la deuda de los hebreos con su Dios, para ser los perseguidos de la historia, y lo mismo padecer el poder de Faraón, que de Isabel la Católica o Adolfo Hitler? ¿Seis millones en el holocausto, son muchas o pocas víctimas?

Todas las anteriores interrogantes me fueron suscitadas tras la lectura del artículo de Lluis Bassets en El País de 27 de julio último. Comparto con ustedes el aguijón: “Hay que escuchar la voz de Shlomo Ben Ami, eminente historiador y ex ministro de Exteriores israelí, en su libro Profetas sin honor. La lucha por la paz palestina y el fin de la solución de los dos EstadosA las naciones casi nunca se les asesina: se suicidan”.

¿Dónde hemos colocado a México, nosotros, los electores, los que debemos asumir la responsabilidad de la nación, de nuestra casa? ¿Estamos al borde del suicidio colectivo? ¿Falta mucho, o poco?

Es posible y comprobable determinar dónde nos hayamos parados, después de casi un millón de muertes durante los últimos cinco años, de más de 72 mil desaparecidos, de 10 menores de edad diarios cuyo paradero se desconoce, de haber destruido el sistema de salud, de haber propiciado, por aviesos intereses, el desabasto de medicamentos, de haber prometido erradicar la corrupción y tenerla más enraizada y mayor, de facilitar o propiciar o solapar la creación de un narco Estado en buena parte de la república, donde son los barones de la droga los que mandan, sin ninguna responsabilidad constitucional.

Enumerar los disparos que nos propiciamos en el paladar o en la cabeza debiera bastarnos para aceptar que somos un país que se suicida en honor de la 4T.

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