LA CAJA DE PANDORA

Raquel Pankowsky: “Conocí el éxito, puedo irme tranquila de este mundo”.

Elvira Gomezturja

Ciudad de México, 12 de abril (entresemana.mx). Raquel Pankowsky fue una gran primera actriz. Pero sucede con frecuencia que en este mundo no siempre el reconocimiento es justo y suficiente.

La conocí en los 80s en los foros de Televisa San Ángel. Ya tenía una larga trayectoria. A pesar de su talento y disciplina no lograba el éxito que tanto anhelaba.

Era una mujer amable, dulce, ocultaba su tristeza detrás de su permanente sonrisa. Alguna vez me comentó: “No quiero irme de este mundo sin conocer el éxito”.

Era una mujer comprometida con su trabajo, lo amaba. En una ocasión la contrataron para interpretar a una maestra de piano en una telenovela. Tomaba clases para hacerlo, con tal ahínco, como si se preparase para ser concertista.

Una de esas largas pláticas fue en su departamento, lleno de plantas, no tenía ventanas pero fue para lo que alcanzó, como sucede a tantos. En cambió me enseñó orgullosa su recámara como de una zarina, la cama ubicada sobre una plataforma con dosel y el tocador hermoso. Platicaba con orgullo la transformación del lugar, amaba su espacio.

Raquel tenía un enorme talento, pero en este mundo del espectáculo la apariencia es lo primero. La Pankowsky no era muy alta, tenía a su favor su blanquísima piel, sus ojos claros… y su inteligencia, sus ganas de estar informada sobre los acontecimientos nacionales e internacionales, su ímpetu inagotable por sobresalir.

A finales de los 90s, Raquel atravesaba una depresión. Su carrera estaba estancada y vivía la menopausia.

Su hit fue durante el sexenio del expresidente Vicente Fox (2000 a 2006). Grababa una telenovela con Natalia Esperón y una mañana que entró a maquillaje la joven actriz le comentó: “Tú eres del tipo de Marta (Sahagún de Fox)”. Raquel por un momento lo dudó, sin embargo, la idea empezó a darle vueltas en su cabeza.

Así comenzó a urdir la caracterización y de la mano de la controvertida primera dama, le pegó al premio mayor. Todo mundo quería contratarla. Hizo esquetches, teatro, giras, cabaret, aquel inolvidable programa de televisión El Privilegio de Mandar, La Marta del Zorro y todo lo que se le presentó cobrando como una estrella.

Hubo un momento en que sintió miedo. Temor al poder, terror a que a la señora de Fox le disgustara su trabajo, pavor a las represalias. Pankowsky lo hacía de manera magistral, a Martita Sahagún no le agradaba, pero interiormente reconocía el talento de la actriz, lo bien que la interpretaba y lo bien escritos de los esquetches. Quizá le pidió cambiara un par de detalles, solo eso y la dejó trabajar. Solo le pidió que al final de cada actuación le agradeciera y Raquel así lo hizo. Total, Martita le estaba dando tanto y todo lo que había soñado.

Raquel se reunió con ella: “Fui a verla un día. Me llevaron a Los Pinos, se portó muy linda conmigo. Fui disfrazada de ella, era una entrevista para la revista Época. Yo le dije: Usted me puede parar cuando usted quiera, pero si me da la libertad para trabajar, le va a dar un cambio a este país. Me dejó trabajar. Ella nunca me silenció, aunque no le gustaba lo que yo hacía. Le agradezco porque lo pudo hacer y no lo hizo”.

Al finalizar el sexenio, Raquel enterró a Marta, pero este personaje fue la llave que le abrió las puertas y el reconocimiento de sus pares y del público.

Un día me dijo la actriz: “Puedo irme tranquila de este mundo, conozco el éxito”. Gracias a su trabajo compró un departamento nuevo con grandes ventanales y mucha luz. ¡Ah Raquel! la vida te premió gracias a tu persistencia y resistencia.

Raquel además de inteligente, divertida y sensible, leía las cartas. No le gustaba mucho que se supiera, pero si alguien le pedía el favor realizaba una lectura sin costo. Pensaba que no debía cobrar porque era una orientación para las personas.

Vivía feliz y satisfecha. Una mañana llegó una mala noticia: padecía epoc (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y la vida una vez más le cambió… como nos cambia a todos. Raquel comenzó su carrera de fumadora muy joven. Increíblemente al ser diagnosticada, dejó de fumar de golpe, pero el tabaco ya había dañado sus pulmones. Usaba oxígeno y su ánimo se mantenía.

Raquel no se casó. Vivió un amor compartido. No tuvo hijos porque así lo decidió. Era intensa, con un ácido humor negro y le sacó jugo a la vida a pesar de sus tropiezos y decepciones. A los 69 años dejó este plano y voló para alcanzar la felicidad que aquí, le fue negada.

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