Ricardo Burgos Orozco
Ciudad de México, 12 de diciembre (entresemana.mx). Ahora que se ha perdido un poco el temor por los contagios de Covid, en mis diarios recorridos en el Metro veo mucha más gente que a principios de año. Bueno, seguro también tiene que ver que hay mayor movilidad por la época decembrina, pero todas las líneas están saturadas.
En estas últimas semanas me he fijado más en los pasajeros que traen algún tatuaje. Se ha vuelto una costumbre para muchas personas cuando antes era muy difícil encontrar a alguien con este tipo de marcas. Ahora ya los usan en todas partes del cuerpo. Hace unos días, en la Línea de Taxqueña a Cuatro Caminos, vi a un hombre de unos 40 años con grabados de todos colores en la cabeza. Se extendían hasta la frente.
En Centro Médico se subió la semana pasada un chavo joven, con rasgos orientales. Traía la camisa semiabierta, se notaba que traía un tatuaje en su pecho; me atreví a preguntarle. Me dijo que se grabó un búho en recuerdo de su abuela fallecida. Fue muy doloroso, pero valió la pena, comentó.
Otro día, en Mixcoac, vi a una chica vestida de negro con un amplio escote en la espalda. Traía tatuajes en distintas partes del cuerpo, incluso en las piernas. Me dijo que se fue grabando poco a poco las imágenes. Le pregunté si los costos son altos; me contestó que el diseño y el tamaño es lo que se toma en cuenta para el precio, mientras más detallado sea el diseño, más laborioso y cuesta más.
Estuve investigando y hay tatuadores que cobran por hora y puede ser entre 800 y mil 500 pesos. Hay otros que cobran por sesión de cuatro o cinco horas. Muchos basan sus costos por los diseños y los colores que se deban usar. También tiene qué ver la zona de tu cuerpo que elegiste para tatuarte ya que la elasticidad y grosor de la piel es variable por zonas.
He visto muchas chicas que se tatúan las piernas, los pies y los brazos casi completamente; tapan la piel. Igual hay jóvenes que traen grabados muy discretos. Vi a una señorita con una flor en la muñeca, a otra en la yema de los dedos, una más en el empeine. Cada quien sabe lo que significan sus tatuajes.
Observé el jueves los tatuajes discretos y muy bonitos en los brazos de Alejandra, una mamá joven a quien me encontré a la salida de la estación Barranca del Muerto. Los trae grabados por sus dos pequeños hijos, uno de seis y otra de un año, Mateo y Hanna.
Se dice que tatuarse el cuerpo existe desde hace muchos años. Los antiguos vikingos consideraban una necesidad y era parte de su jerarquía grabarse la piel. En México todo empezó alrededor de los años noventa; antes de eso, cualquier trazo en el cuerpo se consideraba de personas de bajo nivel cultural, clandestina, antihigiénica, discriminatoria, de delincuentes.
José Rivera Guadarrama, en La Jornada del domingo 12 de enero de 2020, escribe que entre 1982 y 1986 los lugares furtivos para tatuarse estaban en Tepito, Santo Domingo, Iztapalapa, La Raza, el tianguis de El Chopo, la colonia San Felipe de Jesús y Nezahualcoyotl. Los pioneros tatuadores eran más conocidos por sus apodos: El Aguarrás, El Güero, El Zorro, El Ganso, El Chanoc. El periodista menciona a un “padre del tatuaje en México”, un señor de Guadalajara, Jalisco, que en 1970 le decían “El Ruco Tattoo”. Tatuaba con palitos de paleta y amarraba las agujas a los palitos.
En el Metro he visto gente con tatuajes que son todo un arte ¿Cuánto les habrá costado en dinero y en dolor? Mis respetos, pero yo paso.