HALLAZGOS/ Vacío

ROCÍO FIALLEGA (SemMéxico, Ciudad de México). Mis pezones se asoman por la barandilla mientras me recargo en ella para mirar hacia la calle donde está mi vecina observando cuántas personas entran a mi casa. Hace unas semanas mi pecho estaba reservado a la intimidad de mi piel y ahora parece como si quisiera gritarle al mundo algo, creciendo; mientras que mi cintura se ha transformado de un caudaloso río a un riachuelo que va dirigiéndose hacia algún manantial, ese lugar que sangra con la luna desde hace dos años.

Dejo de pensar en mi cuerpo.

Mi padre ha muerto.

No es cierto.

Él nunca me dejaría sola.

Mi padre no ha muerto.

La sala de mi casa se sigue poblando de gente. Mi madre y mis hermanos tratan de mover el cuerpo de mi padre, ¿por qué no lo dejan descansar?, que no ven que se le metió ese aire cuando fue al baño y de repente al sentarse en la silla del comedor solamente empezó a decir que no podía respirar; entonces Elisa y Enrique lo abanicaron y mi madre, oyendo los gritos desde la sastrería, acudió corriendo, mientras Herme y yo nos escondimos detrás de las sillas, sólo para ver si todo acababa.

Dicen que mi padre dejó de respirar, pero también dicen que fue un paro cardiaco de esos fulminantes, pero nada es cierto, cómo puede dejar de mirarme ese hombre de sonrisa eterna, con sus dos cicatrices en los pómulos, como las marcas de los pachucos que se pelean en las calles; cómo va a dejar mis manos huecas de amor ese papá que me llevó de la mano al kínder de las madres de la Academia Moderna; cómo sería posible que aquel niño que apaleara a su madrastra y huyera con sus hermanos en la madrugada, dejara de contarme historias de revolucionarios y de cómo se ganaba la vida en la frontera, y de cómo en Lecumberri conoció a tanto truhan siendo Jefe de sastres.

Mi padre ha muerto, eso dicen para hacerme sufrir. Mis hermanos no me quieren porque él me quiere nada más a mí y a ellos les pega; también mi madre está celosa de que yo sea la mujer que él más ama y amará en el mundo (él me lo dijo, bueno, en realidad, con ese calorcito de su aliento me sopló en el oído que yo era la niña más bonita y que nunca amaría a otra como a mí), aunque mi mamá tenga ojos verdes, él me ama a mí y ningún hombre podrá hacerlo como él.

Mi padre no ha muerto. Esa es la verdad, porque si fuera lo contrario entonces yo me moriría de pena y no tendríamos nada de comer, como cuando él se fue una semana porque mi mamá le dijo cosas feas, ahí teníamos hambre y no había nada, sólo veíamos correr las ratas de un lado para otro.

Mi padre ha muerto. Mi madre ha elegido la peor ropa para ponérsela a él. Todos los vecinos están en la sala, pero nadie ayuda, todos observan, se va quedando vacío el espacio entre mi corazón y mi sexo. Entran y salen de la cocina, ya alguien trajo dos guisados, ya mis hermanos comen unos tacos y yo con este espacio ciego adentro de mí, como si se me fuera a salir el alma.

Mi padre no ha muerto. Él me llevará del brazo hacia el altar para entregarme al mejor hombre que pueda yo encontrarme. Debe estar en mi boda, aunque no vaya ninguno de mis hermanos, mejor que se mueran ellos.

Llegó mi Tío Toño, el que es padre en la iglesia de Coyoacán, con cuatro palabras de su boca salí corriendo “Tu papá se murió”, encarrerada hacia la escalera escuché a lo lejos: “Ya le di los Santos óleos”; por eso estoy aquí recargada en la barandilla, para que Dios venga en una nube y me diga la verdad.

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