NOEMÍ MUÑOZ CANTÚ (SemMéxico, Toluca, Estado de México). Así como bailar reguetón y el perreo intenso es lo de hoy, también portarse como sicario.
He pensado estos días en lo ocurrido con el jugador del Cruz Azul, “el Cata” Domínguez, a quien se le hizo buena idea hacerle una fiesta a su hijo de diez años con temática de “El Chapo” con gorras y uniformes de asalto, jugaban los niños a ser “La chapiza”. Las fotografías se subieron a las redes y de inmediato empezó a correrse la voz sobre lo políticamente incorrecto que había sido el festejo con temática de la narcocultura.
Todos se pronunciaron sobre el hecho, que, si el jugador debía ser suspendido, amonestado, incluso requerido por la Fiscalía, para explicar el porqué de su festejo. ¿Acaso es seguidor o tiene vínculos con el narco?
Pero, no sólo es él. La normalización del crimen está en todos lados. Las series más vistas son las que narran las aventuras de los cárteles de las drogas, “El señor de los cielos”, “La reina del sur”, “El cartel de los sapos”, “Escobar” y una infinidad de historias que retratan “el lado humano” del crimen organizado, así como sus excesos y descenso a la muerte o a la cárcel.
No solo son las series o películas, también son las canciones y los narcocorridos que propagan la idea de poderío y de fuerza sobre policías, políticos, personas.
El modo de vida de estas personas dedicadas al crimen es glamorosa, como lo ha sido siempre, dinero, mujeres, drogas, excesos, viajes, derroche, placer y dolor infinito.
¿Por qué tiene tanto éxito este tipo de vida? Porque es la fórmula rápida del éxito, se trata de vender o secuestrar o matar y obtener de forma inmediata todo lo que se soñó, un auto espectacular y una vida sinigual, hasta que no lo es.
En México esta situación va creciendo. Ahora los niños no aspiran a ser policías, al contrario, la idea es engañar a la autoridad. Quieren ser admirados, respetados y ven a los capos o al cártel como la única fuerza que hace válida la “justicia”, pues ellos deciden quien vive o quien muere.
Así que linchar a un jugador me parece hipócrita cuando somos consumidores de esa narcocultura al escuchar cierta música o admirar la manera en que se salieron con la suya, El Chapo, Escobar, el Mayo, etc.
Para nadie es un secreto que tenemos varios sexenios entre balaceras y tomas de plaza. Ningún Estado de la República se salva de la toma de plazas, de las narcofosas, de la trata de personas, venta de drogas y todo lo que acompaña a este modo de vida que nos tiene aterrorizados.
La normalización de este tipo de vida no fue a partir de una fiesta. Ha ido paulatinamente ganando terreno. No podemos comportarnos como si no fuéramos partícipes de esa apología del delito.
Necesitamos reflexionar sobre lo que hacemos como sociedad. No podemos enaltecer una actividad que siembra el terror y causa tanto dolor a mujeres, niños, hombres.
A veces empatizar con este tipo de situaciones habla de un profundo miedo a ser parte de los que sufren, es mejor pensar que todo es una fiesta a que estamos viviendo una etapa terrible en nuestro país.