JUAN CHÁVEZ. Hace 60 años el mundo no vivía la amenaza de una guerra, que resultaría fatal para todos los habitantes de la Tierra.
En 1962, el presidente López Mateos regresó de su gira por Oriente, en forma intempestiva por la crisis de los misiles en Cuba, también conocida como crisis de octubre o crisis del Caribe.
Rusia, entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), había enviado barcos a la Cuba de Fidel Castro, cargados de misiles y advertido el entonces presidente mexicano de que de La Habana zarparían para ser disparados contra territorio estadounidense, fue lo que obligó a ALM a ese apresurado regreso desde Honolulu, Hawái.
“Me engañó Fidel Castro. Me Dijo que eran armas defensivas”, diría después López Mateos.
13 días después, por su intervención directa, los buques soviéticos retornaban a territorio de la URSS.
Las diferencias políticas, ideológicas, sociales y culturales entre Rusia y los Estados Unidos se manifestaron abiertamente durante la Guerra Fría, que surgió a partir de la terminación de la segunda guerra mundial en 1945 y que se prolongó hasta 1989. Fue dentro de ese periodo, donde surgió la amenaza de la Tercera Guerra Mundial.
Ahora, nos encontramos en una situación donde Ucrania podría convertirse en un “lodazal sangriento”, según la definición que The Economist le ha dado a los “tambores de guerra“ que suenan a distancia y que, ante el fracaso de los acuerdos diplomáticos y del Consejo de Seguridad, la ONU se apresta a dirimirlo en una asamblea de su pleno.
Hace solamente algunos días -cuando empezaba a crecer la tensión en las fronteras de Ucrania, un artículo de análisis de la publicación británica The Economist decía que “Rara vez han dependido estas cosas en el ámbito del conflicto humano de los caprichos de un solo hombre”, haciendo referencia a Vladimir Putin. Agrega que nadie puede estar seguro de sus verdaderas intenciones. “Da la impresión de que incluso su propio ministro de Asuntos Exteriores las desconoce.
La movilización de casi 200 mil efectivos militares rusos en la frontera con Ucrania, el reconocimiento de independencia de dos regiones o repúblicas separatistas generan un exponencial crecimiento de la tensión y reduce sensiblemente la posibilidad de resolver las diferencias a través de vía diplomática. Esto último ha quedado descartado con las acciones de Putin y las sanciones de Biden y de los países miembros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), que solo dejan al destino que un movimiento en falso de parte de ambas partes sea pretexto para iniciar la incursión total en terreno ucraniano y con ello provocar la movilización de contraataque que nos llevaría a una etapa de la historia que nunca hubiéramos querido ser testigos.