EL OTRO DATO/ ¿Qué le queda a Claudia?

JUAN CHÁVEZ

Ahora que López Obrador está enojado y sentido contra Claudia Sheinbaum porque “no defendió los logros de su gobierno en el debate”, a la candidata que talló, formó y lanzo a la contienda presidencial el propio presidente, le queda hacer un quiebre y ser ella en la campaña, para conservar su ventaja de 17 puntos en las encuestas.

Las quejas lopistas fueron colocadas en su contexto por la Rayuela del miércoles, que La Jornada publica como pequeño editorial.

Decía: “Fue tanta la preocupación por ganar la batalla que se olvidaron de los logros conseguidos por un fuerte liderazgo y muchos leales profesionales ¡que vaya que los hubo!”.

El momento que se vive es extraordinario, porque el conflicto entre el rey y la delfín alteró el metabolismo político-electoral que coloca a Sheinbaum en un campo de batalla impensable, donde López Obrador es su rival y la obliga a tomar decisiones y definiciones que la marcarán por el resto de su vida.

Para Claudia, más que mítines y declaraciones a la prensa, es urgente e indispensable que pacte con los grupos de poder, sindicatos de obreros y de empresarios, y que se hagan formalmente públicos.

Cuentan antiguos líderes del PRD, correligionarios del eterno candidato López Obrador, que en las campañas presidenciales del 2006 y 2012 —derrotas ambas para el aspirante de izquierda— le presentaban a AMLO distintos actores sociales para construir puentes y alianzas de apoyo a su candidatura.

En la llamada real politik, la corriente política más pragmática, se establece como postulados clave el hacer a un lado todo prejuicio ideológico, de rencores por antiguas animadversiones o incluso contiendas, para conseguir el objetivo: ganar.

Acceder al poder democrático ha sido, por décadas, una obra de tejido fino entre grupos, sectores sociales, partidos políticos, grupos de interés y los detentores del poder real en lo económico, lo colectivo, lo religioso, etcétera.

El pragmatismo sostiene que no importa si antes fueron tus enemigos, detractores o contendientes, incluso si su práctica social, económica y política es contraria a la del candidato en turno. Si pactas respaldos para alcanzar la victoria, ya después se verá la viabilidad de cumplir los acuerdos. La clave es llegar.

López fue un candidato puro, o purista, señalan sus antiguos colegas del PRD.

Cuando le presentaban empresarios, líderes sindicales —de cuestionable trayectoria— o incluso políticos de arrastre regional provenientes de otras fuerzas políticas, AMLO respondía como sentencia dorada: “Yo no pacto para llegar, pacto al llegar”.

La respuesta, críptica y en algún sentido soberbia, pero al mismo tiempo ingenua, sostenía la postura del candidato impoluto, el que no se mancha ni arrastra compromisos ni ataduras, que le impidan, después, ejercer su plan de gobierno.

AMLO estaba convencido de esta posición y lo repitió hasta el cansancio, cuando líderes del PRD proponían acercarse a sectores, cúpulas o personajes útiles para obtener la victoria final.

Para la campaña del 2018, aquel candidato áureo y de plumaje impecable, le perdió el asco a las alianzas. Tal vez las duras derrotas del 2006 y del 2012, le dejaron la lección de que sin pactos ni alianzas o respaldos preacordados, no llegaría jamás a la Presidencia de la República.

Por lo que el péndulo se fue al extremo contrario.

Con todos y por encima de cualquier prurito, AMLO pactó para la campaña del 2017-2018: sindicatos corruptos (CNTE, SNTE, electricistas, centrales obreras, etc.), liderazgos acusados de corrupción, desvíos y desfalcos (Napoleón Gómez Urrutia), empresarios de poca y mediana monta, interlocutores expeditos que a la postre, no sirvieron para nada.

Claudia ahora, deberá pactar con los grupos más sucios de México. No le queda de otra.

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