Destapes y corcholatas

FLORENCIO SALAZAR ADAME (SemMéxico, Chilpancingo, Guerrero). La mayoría de los hombres son como la piedra de imán, tienen un lado que repele y otro que atrae. Voltaire.

El destape está muy adelantado. Las corcholatas –como se les llama a los aspirantes– están por todas partes, regadas en el piso como en una cantina de feria. Con el destapador en la mano, el presidente López Obrador dice acabar con el tapadismo. Falso. Está empleando otra forma de tener tapado, pues cuando hay muchos, en realidad no hay ninguno.

En el pasado, el futuro de un político dependía de atinarle al tapado. No se trataba de evaluar méritos sino de interpretar palabras, modos y gestos del presidente hacia sus colaboradores. De encontrar la señal promisoria, el hilo para llegar al destino soñado. Ser de los primeros en adherirse para ser de los próximos. Juan José Rodríguez Prats, autor de la biografía de Adolfo Ruiz Cortines, refiere que el veracruzano llamó a sus secretarios de Hacienda, Antonio Carrillo Flores, y al de Agricultura, Gilberto Flores Muñoz, este último mencionado como posible sucesor.

–Te he mandado llamar Pollo –así le decía ARC a Flores Muñoz– porque quiero que el secretario de Hacienda arregle tus cuentas. Que no tengas pendiente alguno.

A la salida del acuerdo presidencial, Carrillo Flores le dijo a Flores Muñoz: –Te felicito, tú serás el sucesor de don Adolfo.

El destape favoreció a otro Adolfo, al secretario del Trabajo, López Mateos. A quien, por cierto —escribió José Romero Apis, en su colaboración de Excélsior— en el último año Ruiz Cortines tuvo en la congeladora, a tal grado que Adolfo El Joven, comentó a sus próximos sus deseos de renunciar, pues encontraba inexplicable la actitud del presidente: no lo llamaba, no lo recibía en acuerdo y era bastante frío con él. Ignoraba que Adolfo El Viejo, lo tenía a prueba.

Al conocer el resultado, Flores Muñoz pidió hablar con el presidente, quien lo recibió de inmediato.

–¿Por qué me engañó, Señor Presidente?

—No te engañé, Pollo.

—Usted instruyó al secretario de Hacienda que pusiera en orden mis cuentas.

—¿Tú crees, dijo socarrón Adolfo El Viejo, que, de ser el ungido, necesitabas que arreglaran tus cuentas?

En la sucesión de Luis Echeverría, los posibles eran Mario Moya y Hugo Cervantes del Río.

En una comida que ofrecí a Miguel Alemán Velasco en la residencia de la Embajada de México en Bogotá, este comentó, ante una docena de empresarios, que lo mandó llamar el Presidente Echeverría y le dijo:

–Dígale a su papá –el ex presidente Alemán– que él no va a poner al próximo presidente. Que no será Moya.

De Los Pinos —dijo Alemán Velasco— me dirigí a Bucareli y pedí hablar con Mario Moya. Estaba muy ocupado y no me pudo recibir.

No se dio la oportunidad de comentarle lo dicho por Echeverría. Cuando salí de la antesala de Moya encontré a Luis Ducoing, gobernador de Guanajuato, quien me mostró unos carteles para la campaña de Mario.

El candidato fue José López Portillo. Candidato único, pues la oposición –el PAN– hizo el vacío.

Mario Moya fue nombrado director general de la cadena de los soles. Cervantes del Río, director de la Comisión Federal de Electricidad. Renunció a los dos años. Al parecer no resistió el fracaso político. Retirado, en su casa, de pronto se arreglaba, pedía su carpeta de acuerdos, porque lo habían llamado de Los Pinos. Algún familiar luego le decía de un reciente telefonema de Los Pinos, posponiendo la reunión por compromisos de última hora del presidente. Se dice que Cervantes del Río perdió la razón.

Tuve oportunidad de reunirme en varias ocasiones con el ex Presidente Miguel de la Madrid en el Fondo de Cultura Económica, del cual era director general. Dos o tres veces me invitó a desayunar en su casa del León Rojo, en Coyoacán. Como he comentado, fuera del poder, la discreción ya no tiene la cerradura de la bóveda del Banco de México. Pregunté a Don Miguel cómo había sido su destape:

–Me llamó a su despacho el presidente. Después del mensaje de rigor, me dijo que no lo comentara con nadie. Para mí fue imposible no compartirlo con mi familia. En la cena abrimos una botella de vino blanco, les di la noticia. Previamente, dispuse que se cortara la comunicación con el exterior y pedí a mis hijos que no salieran de la casa.

El sainete protagonizado en el destape de Carlos Salinas de Gortari, es memorable. Un político de segunda fuerza tocó a las puertas de Sergio García Ramírez, procurador general de la República de Miguel de la Madrid, para decirle que él era el bueno. Los medios recogieron esa especie y, no faltaba más, conspicuos priistas llegaron a felicitar al reconocido jurista, quien no salía de su asombro, pues no había recibido mensaje alguno.

Por lo pronto, varios oportunistas quedaron exhibidos.

En sus memorias El tiempo, mis tiempos, todo el tiempo, dice JLP que pensó en dos posibles sucesores. Si el problema del final de su sexenio era de seguridad, sería Javier García Paniagua; si económico, Miguel de la Madrid.

Ahora parece que se ha popularizado la descorcholatada, políticos de diferentes pesos y magnitudes se sienten con la fuerza para destapar a este o aquel. Y los presuntos del partido en el poder, se pican los ojos, se golpean las espinillas y, como la pantera rosa, inflan el cuerpo para mostrar musculatura.

“El político profesional debe encontrar una respuesta a todo reto que se le presente, y cuando esto sucede, adecuar su imaginación y saber en los límites y oportunidades trazados por su circunstancia. El actor político concibe y procura buscar la mejor respuesta a los problemas que aparecen en su circunstancia”, señala Córdoba Elías. Político, se entiende; de calibre.

Me imagino la sonrisa del mandamás mientras se mira en el espejo con la banda presidencial cruzada en el pecho

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