OLIMPIA FLORES ORTIZ. (SemMéxico, Ciudad de México). ¿Qué es para ti el Estado? Una entelequia, un aparato, una cosa. Una cosa cuya fuerza se basa en la magia de lo intangible, lo omnipresente y lo todopoderoso, tal cual El Padre y el padre (un agente representante) a quienes llevamos en la conciencia y en el inconsciente respectivamente. Una informidad a la que estamos sujetos/sujetas/sujetes.
Los símbolos son una evocación del Estado-nación; o todavía de algo mucho más difuso llamado La Patria, femenino de una paternidad a la que nos acogemos como un regazo. Guadalupe es una metáfora religiosa y nacional del regazo. Ella es constituyente del lazo social.
Todo Dios-Estado-Nación, es una convención; si toda margen es ficción, el cuerpo-Estado por lo tanto es también un artificio. Ilusiones a las que conferimos cualidad de Ser y nombramos con mayúscula para habitar en ellas y darle hogar al alma. “Por eso es tan importante el alma: es la reliquia imprescindible que mantiene abierta la posibilidad de lo que pudo ser, en otro entonces, en otro lugar.”
Como Dios, el Estado tiene un origen mítico. Y ambos un relato, muchas veces sincréticamente el mismo, parecido o interviniéndose el uno al otro: El Génesis, la Sagrada Familia, ¡la Virgen María, santa por virgen! el Cristo; y La Ciudad Profética de Aztlán, los héroes que nos dieron Patria. El relato de estos muertos por sacrificio se materializa en los códigos civil y penal y esa cosa nebulosa que llamamos valores; más ampliamente, la cultura y su tradición. La fuerza omnipresente del Legado se debe a que los legatarios están ausentes. No hay manera de deshacerse del legado de los muertos.
-Por cierto, ¿No les fastidia el providencial taconazo de Josefa Ortiz?
Piedra sobre piedra, el mito se sobrepone y se reinventa a sí mismo, como en los murales de Cacaxtla. Un anunciado fin del mundo y un nuevo comienzo. Un Centro Histórico con las piedras de la colonia sobrepuestas a las de los templos y palacios de los originarios y sus tzompantlis. Y la dudosa modernidad sobre de ambas, la Unidad Tlatelolco.
El Estado laico-no laico
Laico-no laico porque el argumento del control religioso pasó sin más a las leyes de Reforma en 1857; y porque tenemos genética teocrática. La idea de laicidad para este tiempo, aún no se atreve a llegar a las últimas consecuencias que exige como precepto de Ley y como atributo inherente. La laicidad es el exacto punto de la neutralidad necesaria que requiere un Estado para ser incluyente y democrático -en tanto justo. Y de partir de que la “anormalidad” es reamente inexistente, porque lo humano, su condición es de por sí anomalía. -Con dedicatoria a Amelia Valcárcel, (y fans) Teórica del feminismo que afirmó en la UNAM que la cuestión trans está en el orden de lo “anómalo”.
Esa omnipresencia intangible del Estado nos coacciona (más que cohesiona) por medio de la promesa (siempre vaga y por cumplir, pero que impide el motín) y de la Ley (siempre un cálculo del poder). El caso es que el Estado nos antecede y nos trasciende. Y la transgresión de la prohibición del tabú que consagran la religiosidad popular y el Estado, no lo suspende, sino que lo confirma.
El carácter místico de la Ley
Si la Ley y Dios tienen un código convergente, el paradigma del Derecho es un mandato, ya sea que se obedezca o transgreda; uno u otro acto lo confirman. Sólo se puede desobedecer lo que llama a obediencia. Ambos códigos comparten la omnipresencia.
Nos movemos en la obediencia/desobediencia de los mandatos de una Ley cuya fuerza es mítica y de un Estado laico-no laico, al que fetichizamos, confiriéndole el poder.
Cuando la Ley pierde el carácter mítico (en estado de anomia social como el que andamos bordeando) se le obedece por miedo, porque la fuerza es violenta y arbitraria. Un guiño a Derrida. El desafío es poderoso.
La obediencia y la desobediencia comparten lenguaje, son referencia la una de la otra “La ‘tarifa extraoficial’, por ejemplo, pertenece tanto al mundo de lo oficial como a una suerte de parodia burlesca de ese propio mundo, en tanto que se refiere a un soborno que es ilegal pero que se ha convertido en tal grado rutinario que ya resulta esencial para poder ejercer gobierno y control. Lo que hace que esto pertenezca a la órbita de la magia del Estado es, por supuesto, junto con el engaño detrás del procedimiento de mímesis y alteridad, la simultánea admisión y negación de esta necesaria, pero, de otro modo, absolutamente evidente contradicción.”
Conclusión
Nación y origen, México es una nación de naciones. La Patria es lo sensible de la identidad. La Ciudadanía es la participación activa en el pacto de la República, en tanto formamos parte del Estado mexicano.
Tendríamos que apostar por la vitalidad de la República antes que andarse con el cuento de la Patria encarnada en el Estado pater-nalista y autoritario.