Sólo deconstruimos lo que amamos; si no, ¿para qué? Y el camino de la deconstrucción siempre es una ética.
OLIMPIA FLORES ORTIZ (SemMéxico, Ciudad de México). La deconstrucción es el camino que recorremos para desmontar las estructuras conceptuales de los discursos, su ideología subyacente, la cultura que producen, la tradición con que aprisiona.
Los discursos tienen una génesis histórica en cuyo decurso se envuelven sus falacias. Deconstruir es hacer evidente a lo oculto del discurso. Nunca un discurso es prístino en sí mismo.
Pero, además, la deconstrucción de un discurso no tiene una sola dirección, sus significaciones son diversas, sus lecturas pueden ser múltiples.
La hospitalidad amorosa
Toda forma de amor es hospitalidad. El querer es una forma de acoger.
Para Derridá, en El Principio de Hospitalidad (1997), consiste en “acoger al arribante antes de ponerle condiciones, antes de saber y de pedirle o preguntarle lo que sea, ya sea un nombre o ya sean unos «papeles» de identidad” [] “hacer todo lo posible para dirigirse al otro, para otorgarle, incluso preguntarle su nombre, evitando que esta pregunta se convierta en una «condición», una inquisición policial, un fichaje o un simple control de fronteras”. Es allí, donde se decide toda ética.
¿Es posible esta incondicionalidad? ¿Puede ser el amor un absoluto?
Es en la conexión entre la hospitalidad absoluta y la hospitalidad condicionada como relación de mutua necesidad, que de alguna misteriosa manera se realiza lo imposible en lo posible.
La hospitalidad, como todo fenómeno de lo humano, tiene siempre un contexto histórico y circunstancial que la atravesada por las concepciones sobre lo admisible y lo inadmisible de la vida en sociedad en cada tramo.
Entonces, la hospitalidad amorosa incondicional en primer plano no es factible, porque es relativa y depende de los entendidos tácitos que configuran a los lazos de la intersubjetividad.
En medio la sombra
En otro plano, las posibilidades objetivas de la incondicionalidad también son coartadas por la subjetividad propia; se atraviesa el problema de la identidad: ¿Quién me digo que soy? ¿Cómo creo que transmito a quien creo que soy? ¿Cómo me percibe y codifica el otro/otra/otre a quien también le atraviesa la incógnita de sí? ¿Dónde queda la esencia de mí si desconozco a mi sombra? ¿Hay identidad propia posible?
Y esta interrogante nos lleva hacia la negación del espíritu de los pueblos, ¿hay identidades colectivas?
La hospitalidad amorosa es así un imposible de realizar porque no tenemos más remedio que encontramos requiriendo de un cierto marco regulativo para la praxis que concerte la relación entre el ámbito jurídico con las leyes de la hospitalidad como un sueño irrealizable.
Sin embargo, la hospitalidad que es el acontecimiento del arribo del otro tampoco puede ser pensada bajo la forma de un ideal regulativo, porque este arribo no es anticipable y por lo tanto no es regulable. Queda así que mi responsabilidad hacia el otro/otra/otre, tampoco puede cuantificarse o calcularse.
Es inimaginable la hospitalidad absoluta, ¿cuáles sus derroteros hasta la perversión y la locura?
Roberte esta noche
…] los demonios o bien son mediadores entre los dioses y los hombres, o bien —y éste es el caso más frecuente— no son más que las máscaras, los mimos que interpretan su papel. Pierre Klossowski
No hay más demonios que los de mi propia sombra que me sigue, quiere decirnos en su novela este escritor francés del siglo XX (1905-2001), en la que lleva a las Leyes de la Hospitalidad hasta sus últimas consecuencias. El viejo voyeur Octave, un erudito y esteta, ofrece hospitalariamente a su esposa a sus huéspedes en un recóndito palacio, sin resistencia de parte de ella por amor incondicional a su esposo. Ella se muestra. ¿Es sólo un cuerpo ofrecido? ¿Es un instrumento de los apetitos de otros, los que miran? ¿Es en el cuerpo de ella donde el viejo que la exhibe y el adolescente que la mira con exudante deseo resuelven la transferencia entre ambos? ¿Qué ve cada uno y qué de ello pueda ella reconocerlo propio? ¿Bajó que mirada se constituye Roberte?
…frente a la imposibilidad de disponer de un espacio para el otro, en tanto todo espacio se halla desde siempre contaminado por la alteridad, no obstante, es necesario insistir en la posibilidad de una apertura hospitalaria al otro en tanto compromiso con el otro, respeto de la diferencia, aun cuando la apertura solo pueda ser deficiente y provisional, o justamente por ello. Derrida en Adiós a Manuel Levinás
Es quimérico pensar que puedo amar al prójimo como a mi mismo, porque no conozco al sujeto de ese amor que soy yo mismo, misma, misme. No me conozco. No conozco a nadie. Nadie se conoce.
La condición de posibilidad del amor surge del reconocimiento de su imposibilidad, para que lo posible sea.
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