BELLAS Y AIROSAS/ Regina Montaño Perches. In Memoriam

Por ser mi compañera y darme tu energía
No cabe en una vida mi gratitud

Por aguantar mis malos ratos y manías
Por conservar secretos en ningún baúl
Quiero ser, por una vez, capaz de ganar y de perder…

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). La canción “Aquello que me diste”, en voz de Alejandro Sanz, se escucha en el autobús de ADO. No puedo creerlo, jamás, en estos 19 años que tengo viajando había visto en sus pantallas un concierto de ese cantante que tanto nos gustaba a Regina y a mí. La sorpresa es conmovedora porque justo estoy regresando del velorio de mi querida amiga. Ella falleció el 2 de enero, tenía 60 años de edad, 47 de conocernos, nuestra amistad surgió en la secundaria “Defensores de Churubusco”. Murmuro bajito, sin dejar de llorar: Es ella, eres tú, te estás despidiendo de esta manera. Esa canción delata mucho sobre nuestra amistad.

Hoy como nunca me aferro a creer que hay un más allá, un paraíso, un cielo, un lugar especial a donde la gente que amamos se va al morir y de alguna manera su alma se comunica con la nuestra.

Regina Montaño Perches nació el 18 de agosto de 1962, de carácter fuerte y provocador, rebelde por naturaleza, inteligente, apasionada de la historia de México, excelente gusto musical, larga caballera que siempre me encantó y voz de un grosor imposible de olvidar. Nos conocimos en 1975, desde entonces compartimos todo: secretos y sueños, proyectos e ilusiones, alianzas y discusiones, separaciones necesarias y reencuentros constantes. Formamos un grupito muy lindo en aquella década de los setenta junto con Elizabeth Fernández Pavía, Ma. Teresa Salcedo Alvarado, Martha Ramírez Navarro y Lucía Guadalupe Hernández Castañeda. Las seis convivimos con mucho cariño los tres años en la secundaria. Algunas de nuestras aventuras juveniles las compartí en mi primera novela Las Melodys.

Después, mi amiga estudió en la preparatoria 6 de la UNAM y luego entró a la ENAH (Escuela Nacional de Antropología e Historia) para estudiar Arqueología. Regresó al territorio puma para realizar su doctorado en Estudios Mesoamericanos donde se tituló con la tesis “El origen del estado y del núcleo urbano en La Venta, Tabasco desde el desarrollo sociocultural diferencial” (2016). Un trabajo que le llevó 10 años de investigación y cuya dedicación se refleja en las casi dos mil hojas que conforman al texto. Estaba terminando un postdoctorado en El Colegio de Michoacán.

Me encantaba escucharla hablar con gran elocuencia de esos temas que dominaba, experta en la cultura teotihuacana, en la historia de su barrio y de la igelsia de San Mateo Apóstol y Evangelista, las zonas arqueológicas al sur del país o personajes de diferentes épocas. Ella me acompañaba a mis conferencias y también se interesaba por los temas que yo trabajaba. Claro, nuestros encuentros amistosos no se centraban solamente en nuestra vida académica, también disfrutábamos charlar sobre nosotras, las otras amistades, las villanas de nuestra vida, los amores y desamores. Sé que siempre amó a un compañero de la secundaria, aunque nunca creyó en el matrimonio ni en la maternidad, por eso prefirió no casarse ni tampoco tener hijos/hijas. No lo negaré, a veces era difícil convivir con ella, se peleó con mucha gente por diferentes motivos, solamente fue muy leal consigo misma. Creo que nos dejamos de hablar como tres veces a lo largo de nuestra vida, pero la buena suerte siempre provocaba nuestros reencuentros donde nos reconciliábamos, aunque después preferí verla poco para seguir queriéndola mucho.

En marzo de 2018 empezó a mostrar sintómas de que algo estaba mal con su cuerpo, no podía caminar bien -es cansancio, insistía, ante mis ruegos y órdenes de que fuera al médico-. Unos días antes del confinamiento nos vimos, su salud empeoraba, pero se quedó a dormir conmigo. Platicamos toda la noche. Ese día yo me iba de viaje a Sonora, me levanté muy temprano y le di un beso en la frente. Reconocí su aroma a tabaco -fumaba mucho-, su rostro de niña traviesa, esos labios delgados, las primeras arrugas y canas.

Durante la pandemia nos hablábamos por teléfono, yo la escuchaba bien, mantenía esa voz gruesa que tanto la caracterizaba, su humor e ironía, su rebeldía natural y esa pasión por el estudio. Le molestaba que las bibliotecas cerraran, que no pudiera explorar la zona arqueológica que estaba investigando, que todo se parara tan abruptamente. Amiga, le decía yo, estamos en una emergencia sanitaria, paciencia. Una vez me llamó para decirme que se sentía sola, encerrada en casa se desanimaba mucho. Le propuse llamarnos cada semana y así, aunque fuera de lejos, animarnos con nuestras charlas. De pronto, un día no solamente dejó de llamar, ya no respondía el teléfono, ni el correo o el mesanger. Presentí que algo le podía haber pasado, pero me tranquilicé al recordar también su resistencia al uso de celulares o de redes sociales, que a veces no contestaba por simple capricho de niña rebelde.

A los pocos días de mi cumpleaños sesenta recibí la noticia terrible: Un micro infarto cerebral la había paralizado, le había afectado fatalmente su memoria, empezaba a olvidar quién era. Imposible por las cuestiones del confinamiento moverme a la Ciudad de México, entonces decidí acudir a nuestro grupo de la secundaria pues nos seguimos tratando y tenemos un grupo de WhatsApp: Por favor, ¿alguien puede ir a casa de Regina a confirmar su estado de salud? Generosos/as y solidarios/as, empezaron a moverse. Fue así como Víctor Lazcano la visitó, la noticia que compartió nos partió el alma, ella estaba muy mal. De inmdiato buscamos ayuda, Elizabeth consiguió una consulta en el Hospital Ángeles y yo en el de Psiaquiatría. El diagnóstico fue el mismo: Demencia Vascular.

Mucha gente la apoyó, jamás olvidaré a Horacio Cantú Díaz, enviándole cada mes una despensa. A Omar Dergal llevándole un refrigerador. Gaby Morelos visitándola. Lety Huerta y Rocío Rodríguez limpiando su casa o llevándole los pañales necesarios. Tere, Elizabeth y yo entregadas para conseguirle lo mejor. Tantos gestos de solidaridad. Sus hermanas, Ana y Andrea, hicieron lo que pudieron, pero la enfermedad avanzaba sin compasión alguna. Todavía en confinamiento, gracias a su hermana Andrea, pude tener una videollamada con Regina, pese a estar perdiendo la memoria me reconoció al otro lado de la pantalla, lloramos tanto. Ella tan frágil, yo tan impotente desde Pachuca. Su mirada pedía ayuda, ya no lograba articular con orden ni lógica sus palabras. Repetía mi nombre, ese apodo tan familiar que solamente en casa me dicen: Vivis.

Al terminar el confinamiento fui a visitarla, ya era imposible charlar con ella de manera natural. Nuevamente partió mi corazón en pedacitos cuando al verme entrar a su departamentito gritaba: ¡Mamá, mamá, aquí está Vivis, vino a visitarme! Yo trataba de no llorar, le daba ánimos, que siguiera yendo al médico, que se tomará sus medicamentos, hasta le prometí llevarla a comer pozole si le echaba ganas. Me abrazó con gran fuerza al despedirnos.

El día de su cumpleaños 60 le llevamos comida y un pay de queso que devoró con gran alegría. Gracias a mis compañeros y compañeras de la secundaria 49 le obsequiamos una silla de ruedas. No podía ya hablar con coherencia, pero me hizo llorar al buscar mi mano para besarla, de alguna manera buscó cómo agradecer este amoroso detalle. Salimos a pasear y ella reconoció las calles de su barrio coyoacanense, las casas, las tiendas. Señalaba como niña cada esquina, cada balcón y hasta a los perros callejeros. Le pregunté: Si fuéramos a la secundaria, ¿por dónde tendríamos que irnos, Regina? Pues por Tlalpan, mensa, por dónde más, respondió juguetona.

El 17 de diciembre fue el último día que la vi, estaba postrada en su colchoneta, casi no podía moverse, solamente podía mover la mano izquierda, la misma con la que tomó mi mano y le apretó con fuerza, dijo: “Eres Vivis, mi mejor amiga de toda la vida”. Quiso que me sentara junto a ella. Pese a dormirse, no me soltó. Nunca imaginé que sería la última vez que la escuchara, que la sintiera, que le diera un beso.

El día del velorio no quería verla encerrada en ese ataúd, me parecía una fatal desventaja verla inmóvil, con sus ojos cerrados, maquillada para engañarme y dudar que se trataba de ella, pero era ella. Hasta pronto amiga, espérame en ese paraíso, busca un lugar bonito para que sigas leyendo, desde donde puedas seguir explorando más zonas arqueológicas, donde puedas espiar libremente al amor de tu vida, donde puedas poner la música que te gusta y de vez en vez me hagas un guiño al dejarme escuchar esas canciones que sabemos nuestras y así sentirte cerquita, aliada como siempre, amiga eterna.

Hasta pronto, Regina Montaño Perches.

Perdona si me ves perder la compostura

En serio, te agradezco que hayas sido mía

Si ves que mi canción, acaso, no resulta

Avísame y recojo la melancolía.

Te dejaré una ilusión

Envuelta en una promesa de eterna pasión

Una esperanza pintada en un mar de cartón

Un mundo nuevo que sigue donde un día lo pusiste…

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