ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). “Buenas tardes. Soy su servidor Saúl Uribe, bisnieto de la pintora tulanguense Dolores Soto Madariaga, a quien usted menciona en su obra “Bellas y Airosas: mujeres en Hidalgo”. Le comentó que el próximo 7 de octubre presentaremos en el claustro de la Catedral de Tulancingo un libro sobre su vida y obra. Ojalá nos pudiera acompañar.”
Fue así como en uno de los lugares más bonitos del estado de Hidalgo se reunió un número representativo de personas para escuchar a quienes presentaban la obra titulada “Dolores Soto Madariaga, paisajista mexicana entre dos siglos”, de Miguel Ángel Jasso Espinosa.
Varias voces destacaron la importancia de este personaje femenino. Lorenia Lira Amador, cronista de Tulancingo, agradeció a la familia de la pintora homenajeada la gran labor que hicieron para recuperar detalles biográficos y, sobre todo, sus cuadros, donde puede observarse en todo esplendor su vocación, técnica y trazos precisos que dio en cada lienzo.
Juan Manuel Menes Llaguno, cronista vitalicio del Estado de Hidalgo, demostró su dominio en la historia de la región. Explico el significado de Tulancingo, sus lugares representativos y la presencia de una mujer que rompió con prejuicios para poder dedicarse a lo que ya era su vocación y siempre fue su pasión: la pintura.
Yo los escuchaba con mucho interés, pero más, con el corazón en la mano, pues tanto en el libro como en el evento aludieron la investigación que hice en 2009 para hacer visibles a las mujeres hidalguenses. Es bonito que te citen, pero mil veces más que tu trabajo ayude a subrayar, reiterar y reconocer la presencia femenina en todos los escenarios sociales, en este caso en el arte. Fue así como recuperé ese breve apartado donde hago referencia a doña Dolores:
El siglo XIX también fue testigo de una pionera en las artes hidalguenses, su nombre fue Dolores Soto (1869). Sin duda, fueron los amaneceres de Tulancingo, los primeros paisajes que quiso atrapar en los lienzos. Atrapó el color del río, mientras caminaba hacia la escuela y trazó al aire la perfecta arquitectura de la Catedral.
No hubo cuaderno u hoja en blanco que no aprovechara para combinar colores e imágenes. La primera mirada crítica pero justa fue la de su madre, que poco a poco se convenció del don artístico de su hija y le dio permiso para que se fuera a la Ciudad de México a estudiar a la Academia de San Carlos.
Y ahí llegó Dolores, a la calle del Amor de dios, ahora Academia. Entró al magno edificio y los latidos de su corazón se aceleraron. Sabía que entraba a un recinto mágico, lleno de arte y sensibilidad, emociones que también latían ya en su alma. Dio algunos pasos, discretos pero seguros, admiró las esculturas que adornaban las fachadas y patios. Creyó que le musitaban al oído una honesta bienvenida. Aspiró el olor del arte y reconoció el ambiente inspirador, que solamente los artistas naturales lo identifican de inmediato.
Desde el primer día de clases tomó con amor y vocación los pinceles, jugó con las acuarelas y se impresionó con el óleo. Realizó los ejercicios a la perfección y destacó por su gran destreza para realizar copias de otras obras de arte como la Sagrada familia de Rafael Flores.
El maestro José María Velasco descubrió su calidad artística y se convirtió en su guía y experto orientador. Le mostró la magia de los colores y la manera de darles vida e intensidad. La motivó a participar en algunas exposiciones donde ella presentó claroscuros, copias del natural, paisajes y estudios de monumentos. Poco después también dominó el arte sacro, el retrato y la naturaleza muerta.
Gran parte de su adolescencia la disfrutó entre lienzos y pinceles, enamorada del arte. Al convertirse en mujer de tres décadas conoció el amor de otra manera y se casó. Tuvo cinco hijos. Nunca vivió de su arte y las pinturas que realizaba siempre adornaban las paredes de hogares de familiares o amistades. Nunca vendió sus cuadros y muy pocos de ellos han sido exhibidos. Actualmente pertenecen a colecciones privadas. Atrapó en sus telas a niños, vírgenes veneradas y santos milagrosos. Su mirada supo apreciar la puesta de sol en el bosque de Chapultepec o el Ajusco. La ternura quedó atrapada en el retrato de su hija Mili. Y atrapó la vida laboral de la ciudad de México al pintar la fábrica de Peña Pobre. Los utensilios cotidianos se transformaban con la magia de su pincel como lo hizo en su obra llamada “Objetos de costura” y en “Bodegón con flores y pájaros”.
Fue reconocida por la sociedad de su época y por otras mujeres que como ella abrían nuevos espacios para sus contemporáneas. Así, una de las publicaciones femeninas más importantes del siglo XIX, El álbum de la mujer, dirigido por Concepción Gimeno, le dedicó un amplio artículo para reconocer su talento.
Se dedicó más tiempo a su familia, pero nunca dejó de pintar. Recibió en vida homenajes y varios reconocimientos. Dolores Soto vivió entre colores y pinceles, disfrutó durante 95 años el placer de la pintura.
Por supuesto, el libro “Dolores Soto Madariaga, paisajista mexicana entre dos siglos”, está mucho más completo pues se da con precisión las fechas de su nacimiento y muerte, se citan textos del siglo XIX donde se hizo referencia a su obra, así como trabajos más contemporáneos donde destacan su trayectoria y que fueron escritos por Beatriz Espejo y Tania García, entre otras grandes personalidades.
Y si bien, los datos trazan un perfil más preciso de esta pintora hidalguense, lo que da un toque de belleza sublime al libro es la reproducción de sus obras. La portada está ilustrada con una de sus pinturas más bella titulada “China Poblana” y en las páginas de la publicación pueden admirarse también retratos y muchos paisajes, entre ellos el que hizo del río de Tulancingo o la hacienda de Mimiahuapan. Trabajó al óleo y se consideró que tenía “muy buena ejecución, dibujo impecable y acertada combinación de colores y luz… El conjunto de su obra acusa el dominio del oficio y la asimilación sorprendente del estilo de su maestro, el gran pintor Velasco, lo que hace notable la semejanza de sus pinturas con las de su profesor”.
Se casó con Rafael Aurelio Agustín Barona López el 17 de noviembre de 1899 y nunca dejó de pintar. Tuvo cinco hijos, aunque dos murieron muy niños. Entre los documentos que lograron encontrarse, es muy significativo el ejemplar del semanario El Álbum de la mujer donde alababan su talento y aseguraban que la gloria le esperaba:
La pintora guardó ese artículo y años después, en 1935, escribió en el margen con letra menuda: “y no hubo nada de gloria artística; mi gloria fueron mis hijos”.
Fueron precisamente esos hijos quienes lograron mantener su recuerdo, por eso ahora sus bisnietos, principalmente Saúl Uribe Barroso, se empeñaron en recuperar su obra, por eso, además de la presentación del libro, en el Centro Cultural “Ricardo Garibay” se inauguró una exposición con sus cuadros. Dolores Soto Madariaga, ya jamás será olvidada.