BELLAS Y AIROSAS/ Carmen Rincón, la denuncia constante a la violencia obstétrica

Elvira Hernández Carballido (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). La tarde del 23 de mayo de 2022 en el auditorio del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Hidalgo, la voz de Carmen Rincón conmovió al público compuesto en su mayoría por jueces, magistrados y personal del poder judicial, su historia sigue llegando al alma, una historia donde luchó hasta lograr la justicia en su caso, una historia conmovedora donde después de perder a su bebé por una negligencia médica y haber quedado estéril, no cesó hasta encontrar la justicia.

La Magistrada Yanet Herrera Meneses, presidenta del Tribunal Superior de Justicia, del Consejo de la Judicatura y Representante del Poder Judicial del Estado de Hidalgo fue quien además de encabezar el evento, lo organizó con total sensibilidad, con el maravilloso apoyo de Briseida Martínez.

Fue así como Carmen, junto conmigo, compartimos la manera en que escribimos en el libro que narra su historia de vida titulado “Justicia para Carmen”. Con voz entrecortada las dos expusimos la manera en que se escribió el texto, lo mucho que lloramos, yo al escucharla, ella al evocar los momentos más dolorosos de su vida, y la forma en que se fue estructurando el testimonio, con el absoluto ideal de que fuera leído, comprendido y llegara al fondo del corazón de quienes lo leyeran.

Carmen, la misma que en un reportaje publicado a finales de 2017, la periodista y feminista Sara Lovera describiera como “la primera mexicana en abrir un juicio contra un médico por lo que hoy se denomina violencia obstétrica, se convirtió en un ícono de los derechos reproductivos y todos esos años ha contribuido al cambio de prácticas y modificación de leyes, normas y visiones.”

Fue precisamente por Lovera, cuando coordinaba el suplemento “DobleJornada”, que yo conocí a Carmen Rincón justo el año en que enfrentó esta tragedia. No la olvido, subió al templete colocado en el centro del Zócalo de la Ciudad de México y con voz fuerte denunció la violencia que sufrió durante su parto. Desde entonces, quedó muy grabada en mi vida. El destino me llevó a vivir a Pachuca, de donde ella es originaria. Entre encuentros y desencuentros, tuvo la confianza de invitarme a escribir junto con ella su testimonio.

Fue Carmen Rincón y su fuerza lo que determinaron con mayor fuerza para que en el año de 2015, seis años después de su promulgación, la Ley de Acceso de las mujeres a una vida Libre de Violencia para el Estado de Hidalgo, además de la violencia psicológica, física, patrimonial, económica y sexual. incluyera ahora en su tipificación la obstétrica, la cual es definida “como toda acción u omisión ejercida por el sistema de salud público o privado o cualquier agente ajeno que asista a la mujer, o incida directamente en ella en el proceso de embarazo, parto o puerperio, que viole sus derechos humanos.”

Pero, por qué fue Carmen Rincón una mujer importante en esta decisión. Su historia, historia que a través de entrevistas pude recuperar con ella en el libro “Justicia para Carmen” no deja de conmover, de provocar la reacción que hoy palpamos en entre el público que nos acompañó en esta tarde nublada de mayo. Hice un gran esfuerzo por no llorar al leer:

Cuando llegué al hospital, tenía mi propio cuarto, el lugar era atendido todavía por monjas, pero también había enfermeras. Todo transcurría como en cualquier situación de parto. Pero, algunas cosas empezaron a no cumplirse. No quería que me bloquearan y me bloquearon. Yo quería a José Luis junto a mí, pero dijeron que ya no era permitido. Entré solita al quirófano.

El trabajo de parto fue de las doce de la noche a las siete de la mañana. Estoy segura que me aplicaron demasiada “oxitocina” para provocar la dilatación. Sentía ese medicamento correr por mi cuerpo y que me quemaba. Ardía. Parecía querer devorarme por dentro. Las palpitaciones en mi útero querían acabar conmigo. Me lastimaban, como si millones de piquetitos al mismo tiempo te quisieran torturar. Pellizcos crueles. Tormento agotador.

El ginecólogo me pedía pujar y yo lo hacía con toda la fuerza de mi alma. El médico aseguraba que ya se veía la cabeza de mi bebé, que alcanzaba a notar su cabello. Que pujara otra vez. Y yo pujaba con todas mis fuerzas. Pero me hija se quedó atrapada. Mi útero tan dilatado se atragantó con mi bebé. Ese bebé de mis entrañas se quedó en mis entrañas. Cada contracción la dejaba más cautiva dentro de mí. El dolor de no verla y el dolor de retenerla en contra de mi voluntad me hacía gritar con más fuerza.  El médico empezó a hacer llamadas y decidieron hacerme una cesárea. Estoy segura que todo se hacía con descontrol absoluto por eso ella nació sin ningún latido ni suspiro. No pude besarla, decirle que la amo. Su color no fue ese rosado poema, su llanto no se unió al mío. Su color ya delataba mi luto. Su silencio me traspasó el alma. Su silencio me hizo levantar la voz. Empecé a gritar…  ¡Asesinos! ¡Asesinos!  Han matado a mi hija. Ustedes le quitaron la vida.  Ustedes la mataron… Tuvieron que sedarme.

Cuando desperté ya estaba en mi cuarto. La mirada de José Luis me lo dijo, pero tuvo que verbalizarlo para que lo creyera: “Nuestra hija murió”. Yo quería verla. Le pedí a José Luis que me la trajera a escondidas. Que la robara, aunque la sabíamos toda nuestra. Que me dejaran despedirme de ella. Que le pudiera demostrar mi amor con un solo beso. Pero ya la habían enterrado. Ni siquiera me dejaron despedirme de ella. El llanto invadía mi alma quebrada. Iracunda pedía compasión. Débil maldecía con todas mis fuerzas… Otra vez me sedaron. Dos días después me dieron de alta. Sin embargo, al regresar a casa, donde pensé estar en mi refugio seguro, todo empeoró. No quería levantarme de la cama, pero tampoco podía levantarme de la cama. Me sentía muy mal, seguido me subía la temperatura. Y el dolor, ese dolor del cuerpo, del alma, de la vida.

Regresamos al hospital donde me habían atendido, quiero que reconozcan que me dieron de alta cuando yo no estaba nada bien. Deciden operarme, pero esta vez exijo que mi mamá esté en el quirófano. Durante la operación los médicos me abren y encuentran mi útero lleno de pus. Han matado a mi hija, pero también asesinaron una parte de mí. Por eso, cuando desperté, contuve la respiración y le pregunté a mi madre: Quedé estéril, ¿verdad? Mi mamá solamente dijo: Sí.

No quería ver a nadie. A nadie. Nadie. Pero la gente que me quiere no me hizo caso. Mi familia, mis amistades lloraban conmigo, pero a la vez estaban muy enojados. “Tú nos dices qué hacemos y lo hacemos”. Yo en esos momentos simplemente quería ya estar en mi casa. Y fue esa vez, que asomada a mi ventana las vi. Iban de la mano. Una mujer y una niña. ¿Y si a esa niña le pasa lo mismo? ¿Y si esa niña un día es mutilada, maltratada, quebrantada, lastimada? ¿Y si esa niña fui yo, soy yo, puedo ser yo? ¿Cuántas más? No, ninguna más debe pasar por esta situación. No, que ninguna más viva esta rareza inerte. Que ninguna se hunda en la oscuridad, en el dolor más doloroso. Ninguna. Si yo puedo impedirlo, lo haré. Que ninguna mujer pase lo que he pasado… Voy a demandar. Sí, voy a demandar porque lo que me pasó fue por una negligencia médica.

Fue así como Carmen Rincón hizo despertar a la ciudad de Pachuca.  La misma Carmen, lo recordó conmigo cuando hicieron una marcha en la calle de Guerrero, la primera vez que en el estado las mujeres salían a protestas.  Pilar Muriedas escribió en una pared: “Justicia para Carmen”.  Esa frase quedó muchos años ahí, hacinada en la pared. Fue una consigna, pero también como un presentimiento, como una luz de esperanza. Muchos años después ganó la demanda. “Aunque mi útero no tiene precio. Mi dolor no terminó. Mataron a mi hija, la lloraré toda mi vida. Por momentos quise morirme, pero no me dejé traicionar por mí misma. Decidí vivir y contar esta historia”. Así, ella sigue luchando, su testimonio fue, es y seguirá siendo muy importante para que la violencia obstétrica no sea ignorada.

Al terminar la presentación que hicimos en el Tribunal, un juez se acercó a mí, aseguró que hoy más que nunca estará atento a no olvidar que en cada caso hay un ser humano, puede haber una mujer como Carmen Rincón. Entonces, volví a citar esa declaración que ella me confío: “¿Y si todo hubiera sido diferente? ¿Qué habría pasado conmigo? Tal vez no tendría esta fuerza. No, no hubiera logrado ser esta mujer que ahora soy: con momentos llenos de dolor, pero también de fuerza, de alegría, de solidaridad, de fe, de inspiración porque la justicia para Carmen llegó y esa justicia en mis manos alcanza para compartirla, repartirla, hacerla eterna para mujeres que ya nunca más enfrenten un momento tan difícil en su vida”. Hoy ningún juez, ni magistrado, ni gente del poder judicial de Hidalgo la olvidará.

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