OCTAVIO CAMPOS ORTIZ
Se cumplen 214 años del inicio de la Independencia de México, pero ¿realmente los criollos buscaban dejar de ser colonia española o solo rechazaban al emisario del rey y al mal gobierno local? Seguramente solo querían el poder para ellos, hartos del enriquecimiento de los virreyes y la poca movilidad social que había, lo que limitaba el ascenso de los hijos de españoles nacidos aquí. Iturbide llegó hasta la traición con tal de instaurar el efímero imperio de Agustín I. No había en los libertadores una conciencia de las conquistas democráticas ni la emancipación del pueblo para que asumieran el poder. Salvo Morelos, “el siervo de la Nación”, entre los insurgentes nunca estuvo presente la idea de reivindicar a los desposeídos, a los trabajadores o a los campesinos; buscaban el reconocimiento político, social y económico para los criollos. La incipiente República solo era un remedo de la forma de gobierno francés y norteamericano.
Las aspiraciones monárquicas siempre estuvieron presentes incluso en las mentes brillantes del partido conservador y de los militares. Por ello recurrieron a Napoleón III para pedir prestado a un noble de la Corte e instaurar un segundo Imperio y hacer que Juárez fuera un presidente nómada con la República en una carreta.
Dejamos de ser una colonia, pero nunca ejercimos plena independencia y mucho menos supieron los gobernantes hacer respetar nuestra soberanía, ni defender lo que hoy se conoce como seguridad nacional. Muy a nuestro pesar, cuanta potencia extranjera quiso mancillar el suelo patrio lo hizo, como Francia y Estados Unidos, más allá de las batallas del 2 de abril, del 5 de mayo o las pobres defensas de Veracruz y Matamoros. El Benemérito mismo huyó al vecino país del norte para ser espectador de la expulsión de los invasores y años después el propio Madero instrumentó la Revolución Mexicana desde la frontera con el apoyo de los gringos.
Independencia y libertad para todos los mexicanos solo en las constituciones. Siempre ha habido una ambición de poder de nuestros gobernantes que vuelven los ojos a otros países para mantenerse en el cargo. El pastor de Guelatao tampoco fue un demócrata y para perpetuarse en el cargo también recurrió a la ayuda extranjera en detrimento de la soberanía -tratado Mc Lane-Ocampo-, y solo la muerte interrumpió su reinado de 14 años (1858-1872). En el siglo XX también se firmó el Tratado de Bucareli para obtener el reconocimiento del gobierno gringo al de Álvaro Obregón. La historia está llena de traiciones a la Patria y humillaciones a la soberanía nacional.
En la segunda mitad de la centuria pasada, la época dorada del partido hegemónico, el PRI, se creó la figura del nacionalismo revolucionario, apoyada por la fortaleza del llamado “milagro mexicano” o desarrollo estabilizador. Se cerró la economía, se implementó la sustitución de importaciones y se inculcó un patriotero nacionalismo. Cabe recordar que nuestro Ejército, llamado de paz, tampoco pudo contrarrestar la violación a la soberanía cuando la fuerza aérea de Guatemala atacó a barcos pesqueros mexicanos en aguas nacionales en 1958, donde murieron tres pescadores mexicanos y hubo varios heridos, nunca llegó la respuesta de nuestras fuerzas armadas. México rompió relaciones diplomáticas con los chapines en 1959.
Ese falso chauvinismo o nacionalismo a ultranza nos llevó a convertirnos en una economía emergente o en el mejor de los casos en un país maquilador, cuando el mundo entero se perfilaba a la globalización, donde cambia el concepto de soberanía y la seguridad nacional se ve con otra perspectiva.
El periodo conocido como la “docena trágica” (1970-1982), se caracterizó por su populismo y economía de Estado, lo que nos llevó a profundas crisis económicas, devaluaciones y conflictos internacionales. Las irresponsables declaraciones del entonces presidente Echeverría contra Israel y sus críticas al sionismo le valieron un boicot de la comunidad judía internacional contra México, lo que obligó a que el canciller tuviera que retractarse de las declaraciones presidenciales.
Es tiempo de que ante los reclamos de gobiernos extranjeros dejemos de envolvernos en el lábaro patrio para instar a la defensa de la soberanía: “mexicanos al grito de guerra el acero aprestad…”. Hay varios pendientes, como restablecer las relaciones con España y Perú, rehacer la convivencia con la Comunidad Europea, hermanarnos nuevamente con Argentina, Panamá, Ecuador y dejar de descalificar a la ONU o la OEA. Lo más preocupante es la relación con Estados Unidos y Canadá. Ya no hay economías cerradas, autárquicas, ni es el mismo concepto de fronteras. La globalización borró las líneas divisorias en Europa y el verdadero nacionalismo se ve en dinámicas economías, respeto a las idiosincrasias, fortalecimiento de la educación y la cultura, avances científicos y tecnológicos a compartir.
La crisis económica que vivimos no es producto de un agandalle de las potencias que quieren invadirnos y colonizarnos nuevamente, es la fallida política económica, perdimos el timing para aprovechar el nearshoring por un falso nacionalismo. Tampoco en temas de seguridad nacional se puede hablar de fronteras y soberanías. El narcotráfico, como otros jinetes apocalípticos, es un problema multinacional que exige la intervención de las agencias americanas ante la connivencia de algunas autoridades mexicanas con el crimen organizado, por ello violentaron nuestra soberanía para extraer a un barón de la droga.
Este mes de la Patria festejemos nuestra mexicanidad con orgullo y dignidad, no con falsos nacionalismos.