ADOLFO RAMOS ESPINOSA
A pesar del optimismo presidencial, la violencia que impera en el país es un mal augurio para el sexenio venidero.
En boca de Andrés Manuel López Obrador se ha minimizado el terror que impera en diversas entidades de la República Mexicana, al grado de considerar que no hay tantos muertos.
El terror que impera en el estado de Sinaloa es de tal magnitud que una vez más el gobierno norteamericano recomienda a sus ciudadanos que no visiten esos lares.
Pero no es el único territorio donde impera el hervor criminal. Los estados de Nayarit, Chiapas, Guerrero, Puebla, Morelos, Nuevo León y Michoacán también forman parte de la escenografía de la furia desatada con el cobro de vidas humanas.
Los cuadros donde aparecen vehículos incendiados, cierre de comercios y pavor en la población, es algo que no tiene importancia para el gobierno que está a unos días de concluir.
A manera de pretexto, y la de minimizar los hechos, se argumenta que es una exageración de los medios informativos.
Habría que preguntarle a López Obrador si está dispuesto a realizar una gira por esos estados donde el frenesí de los criminales que se disputan territorios y plazas han creado el caos que solamente no es tomado en cuenta por el Ejecutivo Federal.
Otro argumento utilizado, es que han sido enviados elementos del Ejército Mexicano y de la Guardia Nacional, lo que no se dice es que son omisos o simplemente observadores y en contadas ocasiones intervienen sólo para aumentar el número de elementos caídos.
Más esos hechos no son dignos de ser tomados en cuenta por quien desde una tribuna en Palacio Nacional se limita a menos preciar las muertes registradas.
Quizá si el presidente saliente se atreviera a pararse en uno de los hogares que están de luto, conocería el verdadero sentir de quienes han perdido a sus familiares ante la indiferencia gubernamental.
O yendo más lejos, habría que preguntase cuál sería el sentimiento y la reacción si un familiar cercano del jefe de las Fuerzas Armadas fuera una de las víctimas de estos acontecimientos que se desprecian, pero siguen enlutando decenas de hogares.
Con ese llamado al crimen organizado a actuar con responsabilidad, argumento y lenguaje que no corresponde a quien sueña con figurar como un estadista, es una burla que solamente los ignorantes aplauden y aceptan.
La herencia que AMLO deja a CSP, no es nada envidiable. Un país donde la incertidumbre, la violencia, la amenaza de que no lleguen nuevas inversiones y ahuyentar al turismo, sólo puede considerarse como un presagio fatal de lo que viene.
Sin embargo, todavía es tiempo de hacerse unas interrogantes que quizá ya no tengan sentido.
Por ejemplo, saber si el amigo del pueblo bueno y sabio tendrá los arrestos para transitar por la vida son esa falsa sonrisa que lo caracteriza. Si estará dispuesto a caminar saludando a la gente a la que tanto daño ha hecho.
Seguramente habrá de viajar y trasladarse de un lugar a otro sin la custodia de los guardias que ahora lo acompañan, y entre los que no estará el jefe de seguridad porque ya es diputado federal, porque él no necesita de custodias.
Como parte de del anecdotario de las falsedades, habría que preguntarse hasta donde escurre la sangre bucal al recordar eso de no mentir y no validar la corrupción.
También es oportuno conocer si entre las imposiciones, disfrazadas de recomendaciones, en su testamento dejará instrucciones para que sigan las visitas a las tierras de El Chapo y El Mayo.
Y como una derivación, si sugiere que les continúen llamando Don Joaquín y Don Ismael, para no faltarle el respeto a la investidura de tan prestigiados personajes.
El lamento no debe nacer en quien arriba al poder, sino en los millones de mexicanos (inmensa mayoría) que no concuerdan con las expresiones donde el cinismo y la risa socarrona han sido una moneda tan falsa como su investidura.
En fin, falta poco para decirle adiós, aunque no se vaya.