FRANCISCO RODRÍGUEZ
Entre los campesinos irlandeses existe un refrán que se aplica para desear a un conocido que su triquiñuela no sea descubierta, que pueda ocultarse para el resto de los tiempos. Dice: «Ojalá que el diablo se entere de lo que hiciste… ¡diez minutos después de que hayas muerto!». Para ellos es un augurio digno de ser recompensado entre júbilos y carcajadas.
Ojalá, también, que el diablo se entere del plan Fortalecimiento de la Democracia y Gobierno Honesto recién presentado por Claudia Sheinbaum… ¡antes de que probablemente lo ponga en práctica! Antes de que le ponga un segundo piso a la dizque Transformación, tan opaca como la información del segundo piso del periférico capitalino que mantuvo reservada por diez años para que no se hicieran públicos los trastupijes.
Y es que en México a lo largo de nuestra historia, siempre hemos convivido con el diablo y sus perversas artes… casi lo sentimos miembro de nuestra familia… nunca se ha ido, siempre ha estado tomando café en nuestra sala. No nos abandona porque siempre hemos vivido en su compañía y a lo mejor nunca nos hemos dado cuenta.
Se disfraza de cacique atrabiliario, poderoso coyote, constructor inmobiliario, fruncionario cuatrotero, señor de horca y cuchillo, dueño de vidas y haciendas, burócrata vendepatrias, confesor religioso entregado al mejor postor, periodista taimado, arrastrado y mendaz, empresario marrullero, candidato de la 4T que no sabe ni qué onda.
Ya como candidata a la Presidencia de la República, la señora Sheinbaum definitivamente no supo en la que se metió al anunciar el eje sobre el que correrá su campaña proselitista, al comprometerse a fortalecer la democracia (¿cuál?) y a encabezar un gobierno sin corrupción en el cada vez más remoto e improbable caso de ganar los comicios del 2 de junio.
Su proyecto, en pocas palabras, parte de una visión superficial del sentido real de la Administración Pública.
Porque en un proceso que debería ser de definiciones profundas, de gran visión sobre los objetivos básicos, lo embarga el concepto absoluto de la moralina, mala consejera de los regímenes dizque transformadores.
Lo anterior no pretende decir que una posición de arrase contra la proverbial corrupción que nos embarga no sea recomendable. Pero si se lleva a cabo debe ser a fondo, no revestida de paspartú ni de confeti que es clásico de los mítines de campaña.
Parece una estrategia –y en política lo que parece es, decía don Jesús Reyes Heroles, parafraseando a algún teórico alemán– cargada de revanchismo, no de posturas francas y a fondo.
Si lo que se pretende es luchar, ahora sí de a deveras y decididamente en contra de la delincuencia administrativa, lo que se está anunciando son, otra vez, muchos palos de ciego.
No hay necesidad de bordar en lo esquemático o francamente publicitario. Los peces chicos distraen, no aciertan a pegar sólido contra los tiburones de la barbarie cometida contra este país en el pasado inmediato por los hijos de AMLO: José Ramón, Andrés Manuel y Gonzalo López Beltrán, así como por muchos de quienes rodean al todavía Presidente de la República.
De otra suerte, incoar carteros –como se ha hecho siempre– carece de la relevancia que el pueblo espera.
Ir al árbol, no a las ramas. No ofrecer un espectáculo barato, cargado de ignorancia e impericia. No gastar las energías y el favor popular en un carrusel de barbaridades que otra vez exhiban inexperiencia o confabulación. Que no vuelvan a fallar los actores principales de la cacería de corruptos. De la Fiscalía para abajo.
Un Estado mediocre, fallido
La especialidad de este régimen cargado de revanchismo sigue siendo acusar por delitos menores, que alcanzan fianza. La exoneración y liberación previsible de los investigados ha ocasionado un sopapo de magnitudes ridículas. Luego no se podrán añadir otros ilícitos por aquello de que, en una misma causa, nadie puede ser juzgado dos veces. Non bis in idem. ¡Gulp! Un olvido anticlimático.
Independientemente de estas exquisiteces, los próceres del poder ministerial, los fiscales y jueces pasarán a la báscula del improperio, porque fueron enviados a ejercer el poder mediante unas acciones de mentiritas. Si eso es lo que se busca, mal; si no, peor.
Y aunque las causas son incuestionables, los métodos dejan mucho qué desear. Nos salen debiendo. La moralina administrativa no puede ser el valor absoluto de un régimen que había llegado con todo el equipamiento para actuar en serio y al cual la “corcholata” de AMLO pretende ponerle un segundo piso. El signo de un Estado mediocre y fallido ronda por los corrillos políticos y judiciales.
En el proyecto de la candidata presidencial morenista no existe gran visión para aplicar la justicia, para servirle al respetable, ni para acaso reformar procedimientos, menos para transformar el país. La popularidad que López Obrador le ha construido artificialmente no sólo va en caída libre, en picada frenética, lo peor es que también va acompañada de decepción, en todos los sectores, edades, regiones y clases sociales.
El basamento político del proyecto de “la doctora” apunta directo al caño. Las bases se pulverizan, la esperanza se consume a velocidad vertiginosa. Y cuando esto pasa, es dificilísimo remontar o siquiera detener la caída. Es la hora cero, la fatídica de la prueba del añejo. Parece que hasta aquí llegamos. No hay ruta crítica por delante.
Por eso los grandes delincuentes del actual sexenio están de plácemes.
Si ella llegara a desaparecer al INAI, para sustituirlo con un organismo de nueva creación dependiente directo del titular del Ejecutivo… ¡adiós, Nicanor!
A disfrutar entonces los miles de millones saqueados en esta corrupta Administración de López Obrador.
Ojalá que el diablo no se entere, ¿verdad?
Indicios
Vivimos en un estado catatónico, influenciados por la confusión e impotencia que provoca la distracción informativa de las promesas de campaña, la ignorancia y nuestra proverbial tradición de pueblo aguantador, expulsor de migrantes, vejado y abandonado. Para nosotros, pactar con el diablo es lo mismo que pactar con la muerte o creer que, ahora sí, el próximo gobierno será el que nos saque del marasmo. Si a la muerte la hemos agasajado con la fina cortesía con la que apapachamos a La Catrina, la huesuda y la calaca, si la inmortalizamos en los grabados de José Guadalupe Posada, si le brindamos su lugar en las festividades de Todos los Santos y en los jolgorios que montamos en los panteones con flores de cempasúchil, sahumerios de eróticos olores y altares de tepejilote, si brindamos hasta el fondo por los muertos de nuestra felicidad, el convivio con el diablo y con la muerte nunca nos ha tomado por sorpresa. Siempre interactuamos con la mancuerna cuando le pedimos a «las ánimas que no amanezca, porque estoy como quería», agarrando la jarra con xtabentún, sotol, marrascapache, rascabuche, mezcal o tequila. Nunca han dejado de acompañarnos durante nuestra apretada vida, ni en los momentos miserables de la muerte, cuando empeñamos hasta los retratos de la familia para comprar el cajón y la fosa para enterrar o quemar a nuestros seres queridos en su última morada. ¿Tú le crees a Claudia Sheinbaum? ¡Yo tampoco!, como dice la frase que ya es clásica.