JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ
El periodista y escritor mexicano Octavio Raziel García Ábrego (1942-2019), después de ser reportero se convirtió en un articulista cuyos textos semanales ya no abordaron sucesos de actualidad, sino una diversidad de temas culturales, de cavilación, de la vida diaria y experiencias personales incluida su amenazante salud con cuatro aneurismas, y así cumplió 60 años en el periodismo por los que obtuvo un reconocimiento del Club Primera Plana.
Sus artículos primero se llamaron ‘Reflexiones de fin de semana’ y, después, ‘La vida como es’, y con esos títulos preparó sendos libros, el primero publicado en edición de autor que en su momento comentamos (2010, 209 páginas), y el segundo de manera póstuma una década después, promovido tanto por él en sus últimos días, como por su viuda Anita García Villegas. En una llamada telefónica desde el hospital, unas horas antes de su deceso, nos encargó estar al pendiente de que se publicara.
Esta edición de La vida como es…, fue dedicada a su mamá (“Para Alejandrina, que fue mi cuentacuentos de la noche”) y a sus cuatro hijos: Octavio Raziel, Alejandro Antares, Raziel Merlín y Aria Berenice, y tiene agradecimientos para el colega Manuel Gutiérrez Oropeza (+2005) “por sus acertados comentarios y apoyo en la realización de estas columnas…”, y para este tecleador, quien, a su juicio, “me apoyó con sus comentarios con una mente lúcida, y en más de una ocasión, con la gran benevolencia de un buen compañero de viaje en esta turné por la vida”.
Aunque en sus 352 páginas la obra no contiene los 500 temas que él había seleccionado ex profeso de entre toda su producción, según el índice sí incluye 159, divididos en 13 capítulos, suficientes para conocer sus preferencias, motivaciones e inquietudes. Ahí están sus enfoques sobre el periodismo, la literatura, el mar, el amor, la mujer, la salud, su tierra adoptiva (Morelos) y -agnóstico él- sus herejías.
O, como el propio Octavio Raziel escribió en la ‘Justificación’ con que inicia la obra, “ésta recopilación de La vida como es… permite un paseo por diversos momentos, temas, ideas, que fueron fantasmas que debían ser liberados. Sólo habría que darles forma a esos pensamientos en tipos de imprenta”.
Son textos breves, algunos de uno o dos párrafos y otros hasta de tres páginas, por lo que, aunado ello a su estilo pulido con los recursos de la literatura y el periodismo, llevan a una lectura ágil y a la vez provechosa, en ocasiones reflexiva y, en otras, divertida.
Los protagonistas de sus relatos son su sosías Alberto, “sociable por fuera y solitario por dentro”, Laura, “su amor platónico”, y San Compadre, un “pensador irreverente, pero buen tipo”, personajes imaginarios aunque inspirados en seres tan reales como muchas de sus aventuras.
¿Qué nos dice en su libro nuestro inolvidable amigo? Pues, por ejemplo, que “los seres humanos somos marionetas… muñecos colgados de esa red de hilos invisibles que bailan al mismo son… que todos los de esta aldea maltusiana… (somos) una multitud solitaria que los medios electrónicos, en manos de unos cuantos, nos llevan a la edad del post pensamiento… (y desfilamos) de manera convulsa hacia la muerte…”.
Menos dramático, en otro texto habla de sus seis décadas en el periodismo (en este 2024 lo alcanzamos) y de sus inicios en 1959 como redactor de montañismo, que fue una de sus aficiones. “Cuando estás en lo alto de una roca y ves el vacío a tus pies, asumes que eres dueño de ti mismo, de tu capacidad de supervivencia”, dice su artículo ‘Montañistas’ en La vida como es…
Sin detallar su trayectoria profesional, pero sí sus premios y reconocimientos porque “sin ego, la vida no es vida”, finalmente confiesa -y en eso nos identificamos más- que “dos vicios me quedan: leer y escribir”, pues “las letras son almas que se acumulan en nuestro cerebro, unas veces como dioses, otras son demonios o héroes”.
El tema está también en el último párrafo del libro: “Espero que dentro de mi cráneo encuentren millones de palabras leídas, además de frases, cuentos, reflexiones, novelas y otros miles de escritos a través de mi vida”.
Nos llama la atención que no haya incluido en su selección de textos para La vida como es…, aquel artículo que dejó para ser publicado de manera póstuma, donde anunciaba que “Alberto murió a los 77 años, tal como estaba escrito en sus juegos infantiles” y, “si tuviera que escoger entre los cementerios que conocía, optaría por el mar en sí mismo que es el que más horizontes abarca”. Ello, porque otra de sus pasiones fueron los mares; hacia 1960, en la Armada de México fue segundo maestre de Infantería de Marina.