FERNANDO IRALA
Cerca de cumplir los noventa años, se extinguió la vida de Porfirio Muñoz Ledo.
Hombre de una inteligencia extraordinaria y de una capacidad política fuera de serie, su contribución a la democracia mexicana es notable, pero se revalorará aún más con el tiempo.
Su convicción de izquierda lo apartó del sistema en el que inició su carrera en el gobierno. Lo hizo junto a muchas figuras, pero él era el ideólogo de mayor altura en la llamada Corriente Democrática del PRI.
El rompimiento de ese grupo con el que era entonces partido hegemónico se convirtió en el origen de la crisis que dos sexenios después sacó del poder al aparato que parecía invencible, y ahora lo tiene en agonía. En ese proceso se hizo posible la democracia, que por cierto hoy en el retroceso que hemos vivido corre graves peligros.
Porfirio fue luego fundador del PRD y varios lustros después de Morena, partido del que también terminó alejándose, y al que en sus últimos meses criticó con mayor ferocidad que la que utilizó el siglo pasado contra el PRI.
Su capacidad oratoria y para el debate fue excepcional. Sabedor de sus cualidades, le era disculpable una cierta soberbia en su conducta que nunca lo abandonó.
Muñoz Ledo se ha ido en uno de los momentos más complejos y oscuros de nuestra historia reciente. En los siguientes años extrañaremos su pensamiento lúcido y sus expresiones contundentes. Sobre todo el año próximo, en que un partido atrincherado en el poder intentará defenderlo con todo, contra todos, al precio que sea.
Seguramente, Porfirio, que hace cinco años obtuvo una diputación por Morena que luego en ese partido se negaron a refrendarle, esta vez militaría contra el poder, como lo hizo la mayor parte de su vida, y lo haría con la agudeza que siempre lo caracterizó.
Ahora se ha ido y nos ha dejado un enorme boquete que se notará en la refriega política y partidaria.
Adiós a un político de excepción.