MARCELA ETERNOD ARÁMBURU
(SemMéxico, Aguascalientes). Aunque adquirir libros en la actualidad no conlleva acudir a las librerías, siempre resulta agradable el darse una vuelta por ellas. Invertir un par de horas en hojear cualquier libro que llame la atención, ya sea por su título, la imagen de su carátula o los breves textos de la contraportada o la segunda de forros, es uno de los pequeños placeres que depara visitar una librería.
Fue así como encontré, en un lote de ofertas, “Blanco letal” de Robert Galbraith, publicitado como “un nuevo caso de Cormoran Strike, editado por Salamandra. Promocionado como “la novela más épica de una serie que ha vendido más de once millones de ejemplares”, y de la que yo ignoraba prácticamente todo. Un libro pesado, de más de 700 páginas, que prometía visitar los oscuros recovecos del parlamento inglés y una intrigante, rural y majestuosa mansión inglesa para resolver un crimen que un joven, con notorios problemas emocionales y mentales, había presenciado de niño.
Lectura de entretención que, sin mayor exigencia, permite sortear esos días de abrumadoras noticias internacionales, elecciones locales, volcanes en erupción, olas de calor, reelecciones disputadas en algún país del Bósforo, presidentes imputados por delitos varios, campeonatos imperdibles de futbol, corcholatas nerviosas y un largo etcétera.
La primera sorpresa, al retirar el papel film plástico que ahora envuelve los libros, fue descubrir que Robert Galbraith es un seudónimo de la famosísima autora de los libros que integran la saga de Harry Potter, J. K. Rowling. La segunda, que la serie de novelas cuyo personaje principal es Cormoran Strike empezó en 2013 y que “Blanco letal” es el cuarto libro, publicado en 2018. La tercera, que hay una serie televisiva de la famosa BBC (British Broadcasting Corporation) de las novelas policiacas escritas por Rowling, que tiene como protagonista al rudo detective Strike.
Sabiendo que lo que realmente se conoce es una porción pequeña de tan vastos universos y que la ignorancia es inmensa, no preocupa una gota más en el mar. Pero lo que sí sorprende es esta autora que, entre 1997 y 2007, escribió los siete libros de Harry Potter, con cientos de millones de ejemplares vendidos, más las películas, secuelas y precuelas. Todos conocen la historia de las 12 editoriales que rechazaron publicar “Harry Potter y la piedra filosofal” y la bendición que fue para Barry Cunningham el haber aprobado su publicación con Bloomsbury (todavía puede encontrarse en la internet la entrevista que le hicieron a Barry donde afirma que instó a Rowling a buscarse un empleo porque consideraba que los libros infantiles no le darían para comer).
De la saga completa de Harry Potter no hay mucho que decir, salvo que en 2023 aún son libros que vale la pena leer, aunque se hayan visto las películas, porque el mundo creado por Joanne Rowling en sus libros es, por mucho, más rico que los efectos especiales y las logradas actuaciones de las taquilleras películas que se hicieron. Debo confesar, sin ninguna clase de culpa, que yo apenas los acabo de leer.
De más está señalar los muchos premios que recibió por sus libros de Potter y las loas por interesar a niños, niñas, adolescentes y jóvenes en su lectura (hasta en la película del “El Diablo viste a la moda”, una de las tareas imposibles que Miranda Priestly (Meryl Streep) le asigna a Andrea Sachs (Anne Hathaway) es encontrar el texto todavía no publicado de la última novela de Harry Potter). Tampoco es necesario señalar que Rowling es la autora de los libros sobre “Animales fantásticos” (“Animales fantásticos y dónde encontrarlos”, “Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” y “Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore”), donde despliega su imaginación sin abandonar el mundo de la magia, vinculando estos libros con otros textos sobre Harry Potter (“Quidditch”, “El legado maldito”, “Los cuentos de Beedle el Bardo” y los dos o tres libros de “Historias breves de Hogwarts”, donde prosigue dentro de ese mundo de magos, squibs, muggles, mestizos -poco o muy dotados- y fantasía.
Pero, con el seudónimo de Robert Galbraith, Joanne Rowling abandonó Hogwarts, la magia, las maldiciones, los secretos, los peligros fantásticos y fue capaz de reinventarse como una escritora inteligente y disfrutable de novelas de detectives. Este género, tan vituperado, pero tan popular, tan aparentemente intrascendente frente a la política, la filosofía o la economía, pero que tanto gusta a un amplio número de lectoras y lectores, considerado muchas veces como un género menor, porque solo entretiene mientras se resuelve un asesinato, un robo, un secuestro, o una desaparición más, con frecuencia es despreciado. No obstante, el género policiaco, la novela negra y las historias de misterio son tan absolutamente atrapantes que se leen con constante interés, a veces con devoción y, en algunos casos, a escondidas para no ser considerados, por los elitistas, como malos o vulgares lectores.
“Blanco letal” es efectivamente una novela policiaca, tan banal como cualquiera, pero tan entretenida como las novelas de la sueca Camilla Läckberg, autora famosa por sus muchas y bien logradas historias de misterio, o como las tres novelas negras de Rosa Montero, en donde Bruna Husky, ese androide de combate con fecha de caducidad, protagoniza «Lágrimas en la lluvia», «El peso del corazón» y «Los tiempos del odio».
“Blanco letal” es una historia bien ambientada y muy británica. Dura, misteriosa, sorprendente, moderna, cruel, muy bien narrada y con dos protagonistas: Cormoran Strike y Robin Ellacott, que logran mantener el interés y hacernos pensar que su relación va más allá, y es mucho más interesante que el misterio que investigan. Ese detective rudo, parco, enigmático, que vive sumergido en sus oscuridades, con una prótesis en su pierna que le impide, a veces, caminar y nunca le permite correr. Amante de la cerveza, de la comida rápida y del té fuerte, con una precaria economía y una historia familiar complicada, logra deducir acertadamente sentimientos, intuiciones y motivaciones inaprehensibles para los demás. Y esa socia, aparentemente frágil, que padece ataques de ansiedad, Robin, que deviene en una meticulosa e inteligente investigadora que con tenacidad va hilando cabos y logra hilar muy fino intenciones, premisas, consecuencias y sucesos, nos llevan a recorrer las 743 páginas del libro con celeridad, conociendo esa parte de Londres que es emblemática para la autora, junto a un Támesis disfrutable con sus puentes, sus recovecos y sus misterios.
En suma, una lectura absorbente e intrigante, que invita a leer las tres novelas anteriores de Robert Galbraith: “El canto del cuco”, “El gusano de seda” y “El oficio del mal” o, ya de perdida, a ver la serie.