*De manera indefectible la suerte de uno será la del otro -si se ha decidido terminar con la corrupción-, pero la impunidad es la reina de las pruebas
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Hay hechos, actos, desgracias, obras públicas que marcan para toda la vida a sus artífices y participantes. La Línea Dorada, la Línea 12 es una de ellas. Marcelo Ebrard fue el capitán durante su construcción, y a Claudia Sheinbaum se le mutiló durante su guardia. ¿A cuenta de quién van los cadáveres, la mala fama, la derrota, el engaño, la corrupción detrás de la obra pública?
Decidieron, por razones de impunidad, guardar por muchos años, quizá para la eternidad, el libro blanco de la construcción, de cuya lectura puede desprenderse si en realidad, o es pura faramalla, eso de la corrupción y el desvío de miles de millones de dólares.
Del colapso del tramo elevado, existe un diagnóstico que fue enterrado para que no se conociera la razón por la cual el acero se dobló. En cuanto al costo de la reparación y la promesa de Carlos Slim, hecha en el despacho presidencial, de que él y su grupo Carso lo asumirían, hoy hacen mutis y las cuentas son mera ficción.
Dado lo que hoy sucede en México y debido al enfermizo esfuerzo por centralizar toda decisión, tener el control absoluto del poder, debemos suponer que Claudia y Marcelo habrán de tener un futuro de hermanos siameses, pues uno conoce los secretos del otro, y viceversa, a menos de que los asuntos se diriman como en la Rusia estalinista. Los cadáveres pierden memoria y capacidad de hablar.
Sugiero a estos posibles líderes de la nación, que juntos lean a Natalia Ginzburg, y se empeñen en recordar esa breve narración, Él y yo, en la que la voz de la mujer es la que determina el curso de la memoria:
“Si le recuerdo aquel viejo paseo nuestro por Via Nazionale, dice que se acuerda, pero yo sé que miente y que no recuerda nada; y yo a veces me pregunto si éramos nosotros aquellas dos personas que iban, hace casi veinte años, por Via Nazionale; dos personas que conversaron tan amable, tan educadamente, mientras el sol se ponía; que hablaron quizá un poco de todo y de nada; dos amables conversadores, dos jóvenes intelectuales de paseo; tan jóvenes, tan educados, tan distraídos, tan dispuestos a dar el uno del otro un juicio distraídamente benévolo; tan dispuestos a despedirse uno de otro para siempre, aquel atardecer, en aquella esquina”.
De manera indefectible la suerte de uno será la del otro, si se ha decidido terminar con la corrupción, pero la impunidad es la reina de las pruebas.
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