MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Recientemente falleció María Kodama Schweizer, dejando con ello, por imposibilidad explícita, el responsable puesto que Borges le había asignado y ella había aceptado: el de guardiana de su obra. Hay que recordar que Kodama fue coautora, junto a Borges, de cuatro textos: “Breve antología anglosajona”, de 1978; “Atlas”, remembranzas de muchos de los viajes que hicieron juntos por el mundo, de 1984; “La alucinación de Gylfi”, una traducción que hicieron entre los dos de diversos textos de Snorri Sturluson, historiador y poeta islandés del siglo XIII que da cuenta de esa compleja cosmología nórdica y de su mitología, y “El libro de la almohada”, de Sei Shonagon, donde no solo hicieron la selección y la traducción, sino, además María escribió el prólogo.
El estudio del anglosajón antiguo y del islandés fue lo que reunió a estas dos complejas, excéntricas y exóticas personas. Un Jorge Luis Borges de 54 años le propone a una adolescente de 16, que le admira, estudiar juntos islandés y otras lenguas anglosajonas antiguas. Nunca fue su secretaria, ni su asistente. Sí fue su discípula, su alumna notable y, más tarde, su colega y compañera de vida.
En 2016, María Kodama, conmemorando el trigésimo año de la muerte de su esposo, publica “Homenaje a Borges”, donde reúne 20 ensayos que reseñan las conferencias, eventos y sucesos más significativos en su vida de guardiana borgiana, resaltando la importancia de su obra, su vigencia, su incuestionable universalidad y su notable erudición. Habla, por supuesto, de literatura, de esos mundos que construye la imaginación con apenas unos granitos de experiencia y de las bibliotecas; habla de la conciencia, los laberintos, la memoria, los sueños, el tiempo eterno y los instantes mágicos; habla de esos mundos fantásticos que hipnotizan y seducen; habla de libros, de historias, de amores y pasiones, de muerte y de belleza, de religión. Y aporta, para solaz de sus lectores, pinceladas de su intimidad intelectual con un Jorge Luis tímido, risueño, generoso y brillante, siempre en un contexto de reconocimiento y respeto, dos cualidades presentes en su larga relación.
Kodama se declaraba japonesa, aunque nació en Buenos Aires, afirmando que era japonesa por educación y cultura. Borges, cuya lengua materna fue el inglés, ya que fue cuidado por su abuela, afirmaba que por sus venas corría sangre mestiza de ingleses, portugueses y españoles. Educado en Ginebra, universalista, gran viajero y casi ciego, encontró en María a la compañera perfecta, a su alma reencarnada (ambos eran agnósticos) y a la colega imprescindible.
En 2017, María Kodama Schweizer publicó “Relatos” donde se aprecia la diversidad de mundos que le interesa y su eje integrador: la conciencia del ser. Se trata de cuatro cuentos a los que acompañan 26 imágenes de pinturas de Alessandro Kokocinski, ese exiliado perpetuo que huyó de regímenes totalitarios y de dictaduras sudamericanas, fue quien le insistió a María Kodama que publicara sus cuentos.
En el primero, “La sentencia”, se presenta un monólogo donde un hombre hace un recuento de su vida, sus elecciones y el juicio que éstas merecerán cuando le llegue su turno, en un contexto budista. El segundo, “Leonor” (así se llamaba la madre de Borges), nos introduce en esas terribles experiencias de los desórdenes mentales. Una narración con dos voces, la primera una niña atormentada, que vivía cuando podía en su propio mundo, orientado por las constelaciones; y la segunda, la del doctor, responsable de su atención. Dos voces que combinadas presentan la singularidad de cada perspectiva, los diversos sentires y los tiempos de un ser y estar conscientes. El tercer relato, “El dinosaurio”, narra cómo un grupo de paleontólogos, tratando de probar la existencia de dinosaurios en una zona, se enfrasca en una meditación sobre si la próxima era glaciar será el final de todo o habrá esperanzas; lo interesante son las reflexiones sobre lo que le espera a la humanidad y sobre lo que podemos esperar de ésta. Finalmente, en “John Hawkwood” se aborda el tema del derecho al perdón, acrisolado por el arrepentimiento, se trata de un diálogo entre dos diferentes conciencias.
Hay, además, de acuerdo con lo que Ignacio Coló escribió en La Nación, un breve cuento donde narra -con una hermosa metáfora- su relación con Jorge Luis Borges y que empieza diciendo: “Había una vez un mago que soñó y fundó míticamente una ciudad laberinto, a su imagen y semejanza. Varios fueron sus nombres en la eternidad del universo. Acaso, fue, en el alba del mundo, el primer hombre que, de pie, contempló la bóveda celeste poblada de estrellas y sin saber qué sucedía sintió correr por sus mejillas gotas tan saladas como el agua del mar. Luego, sería el primero en comprender la fragilidad de la fuerza y de la belleza ante la muerte y decidió atrapar la vida y el movimiento de los bisontes que cazaba, en las grutas de Altamira. Fue, dicen, un poeta viejo y ciego llamado Homero (muchos dudan de su existencia) que cantó para la eternidad, la eterna lucha de dos pueblos, exaltando la trágica humanidad del derrotado Héctor. Fue también Próspero en la mente de Shakespeare, Leonardo en la desbordada e inteligente invención y en su obra llena de sutiles matices… y al cabo de los siglos, fue Borges, el Hacedor, que conservó, como la memoria que atesora una gota de agua, todos y cada uno de esos fragmentos de su paso por el mundo”. Y así sigue, describiendo los mundos borgianos con sus ojos y su relación profundamente intelectual con él.
En diciembre de 2022, Kodama presentó su último libro “La divisa punzó” donde, junto a Claudia Farías, su coautora, reivindica la figura del monstruo, del dictador, del perverso Juan Manuel de Rosas, de quien las dos mujeres reescriben su historia. Ese libro no lo he leído.