FERNANDO IRALA. En defensa del voto, de las instituciones electorales y de la democracia, una gigantesca concentración desbordó el Zócalo y mostró la inconformidad ciudadana ante los intentos de descuartizar al INE.
Se trató de una “marea rosa”, como la calificó una de las animadoras del mitin, que según los cálculos de quienes saben contar, rebasó el medio millón de personas. Otras tantas se manifestaron simultáneamente en más de un centenar de ciudades del territorio nacional y de diversos puntos del continente y de Europa.
Pero no es lo importante el recuento numérico. Lo realmente significativo es que, a diferencia de la práctica común en las movilizaciones en México, en esta ocasión, al igual que en las marchas del 13 de noviembre, no había acarreados, líderes políticos pastoreando sus contingentes, no había tortas ni frutsis. Tampoco tuvieron un cariz partidario ni intentaron ensalzar a ningún caudillo. Y no hubo vandalismo, saqueos, bombazos molotov, ningún intento destructivo. Ni siquiera pintas, pedradas o insultos a la autoridad.
Quienes asistimos al Zócalo y a otras muchas plazas de México y del mundo, lo hicimos de manera pacífica y respetuosa, pero alarmados ante los intentos de inhabilitar a la institución que desde fines del siglo pasado ha dado certeza a los comicios y ha permitido la alternancia en todos los niveles de gobierno, incluida por supuesto la Presidencia de la República.
El Zócalo a reventar no permitió apreciar, en contraste, el amurallamiento de Palacio Nacional, protegido con una valla blindada como si los manifestantes fueran un ejército de enemigos, y no un grupo de ciudadanos en defensa de sus derechos.
Y el objetivo no era Palacio. Si algún poder fue invocado se trató de la Suprema Corte de Justicia. Es en el Poder Judicial donde deberá definirse la legalidad de la reforma electoral conocida como “Plan B”. Se trata de la última frontera, de la instancia cuya finalidad, se recordó en el encuentro, es hacer valer la Constitución.
De ahí que resultó simbólico y oportuno, que el orador que cerró el mitin, haya sido precisamente un ministro jubilado de la Corte. Nadie más autorizado para dar un mensaje de justicia, legalidad y unidad.
La concentración del domingo pasará a la historia como el momento en que los ciudadanos mexicanos decidieron defender a México del retroceso que hemos vivido en los últimos años, e impedir que una Nación con un futuro promisorio naufrague en los espejismos populistas y empobrecedores que pensamos que habíamos rebasado hace medio siglo.
Pero la batalla está por darse.