TERESA MOLLÁ CASTELLS* (SemMéxico, Ontinyent, Valencia, España). Estamos asistiendo en las últimas semanas a una ofensiva, más violenta si cabe, del patriarcado más rancio, aunque reconvertido en chupiguay y con mucho brilli, brilli. Y lo que es peor, o yo lo vivo peor, de la mano de quienes venían a cambiar la política desde el movimiento 15M.
Me acuerdo, con cierta tristeza, de la ilusión que mi amiga Fran, que en aquel momento vivía en Madrid, me transmitía de todo aquel movimiento de cambio. Fran, es un poco mayor de edad que yo, pero lo vivió con una ilusión intensa, como una verdadera oportunidad de cambio con sus círculos con su contacto permanente con los movimientos de la ciudadanía, con su juventud y su preparación, en fin…
En ese sentido, siempre fui bastante más distante al movimiento, puesto que nunca advertí con claridad los dos sesgos que son motores de mi vida: El de la igualdad entre mujeres y hombres y el de la lucha de clases, y eso siempre me mantuvo como alerta.
El tiempo, desgraciadamente me ha dado la razón sobre todo en el tema de igualdad entre mujeres y hombres.
Porque los posmodernos que salieron de aquel movimiento ciudadano y que hoy se sientan en el consejo de ministros y ministras se han convertido en rehenes del patriarcado más hostil y sofisticado en manos del gran capital.
Las mujeres, de nuevo, y si no lo impide el movimiento feminista radical y, de nuevo quiero insistir en que radical viene de raíz, vamos a ser las grandes perdedoras de esta especie de revuelta del “gaycapitalismo” como lo denominaba Shangai Lily, que pretende convertir sus deseos en derechos y que son quienes están gobernándola agenda del Ministerio de Igualdad, en manos, por supuesto de una de aquellas mujeres salidas de aquel movimiento que iba a cambiarlo todo en política. Y seguramente lo va a cambiar, pero para peor, al menos para las mujeres y las criaturas.
Son la misma gente que quiere regular los vientres de alquiler o la prostitución para mantener las garras del patriarcado más feroz, de la mano del capitalismo, sobre los cuerpos de las mujeres y las criaturas y así, poderlos seguir utilizando para sus deseos, sean estos del tipo que sean.
El objetivo final sigue siendo el mismo: la supremacía de los deseos de los hombres convertidos en leyes, aunque sea a pesar del dolor y el sufrimiento de más de la mitad de la población que somos las mujeres.
Lo revisten de colores pastel, de simbología novedosa, de mucha purpurina y de brilli, brilli, de una neo lengua que pone la diversidad como algo progresista ene el centro de todo, pero a poco que rascas te das cuenta de que las mujeres y la infancia les importamos menos que un rábano. Lo único que les importa es que sus deseos, revestidos de mil maneras como formas de sufrimiento u otras parecidas, sean convertidos en leyes.
La lesbofobia campa a sus anchan entre esta nueva doctrina que pretende que el “género fluido” lo inunde todo, olvidando que es el sexo material con el que nacemos el origen de privilegios y opresiones. Privilegios de los hombres y opresiones de las mujeres. El resto, son inventos de una pseudociencia que se pretende imponer por vía de urgencia en el Parlamento sin escuchar a gente experta para tomar una decisión con la máxima información posible.
El resto es usurpar al Parlamento parte de sus funciones por una urgencia inventada y financiada por grandes empresas multinacionales farmacéuticas y de clínicas privadas que ocultan que, con estas leyes van a conseguir centenares de miles de pacientes cautivos y crónicos de por vida.
El resto es linchar a gente que quiere exponer su opinión contraria a estos postulados en todas partes e incluso con agresiones físicas y cancelaciones en redes sociales.
El resto es la imposición de un pensamiento único y vigilante con quien no opine como ellas y ellos y acaben siendo víctimas de un sistema como el que George Orwell ya definía en su distópico libro “1984” escrito en el año 1949, recién acabado la Segunda Guerra Mundial.
Linchar a grandes filósofas, políticas, pensadoras y feministas por no compartir este delirio, nos da una idea de lo que se está cociendo y de quienes están detrás.
Oprimir todavía más a más de la mitad de la población que somos las mujeres ni es progresista, ni es de izquierdas, por muy diverso y plural que se quiera disfrazar. Es, directamente, patriarcado capitalista de la mano del posmodernismo chupiguay y con mucho brilli. Que no nos engañen.
Y como feminista me encantaría que se volviera a convocar otra gran huelga feminista para poder parar este delirio trans. El problema de fondo es ¿Quién la va a convocar si, las grandes organizaciones sindicales, al parecer, están apoyando este delirio?
Profunda pena y tristeza, pero fortaleza intacta para seguir combatiendo esta nueva forma de opresión a las mujeres y niñas. Que nadie se equivoque con eso. Y lo mejor de todo: Somos muchas y con muchas fuerzas todas y cada una de nosotras.