*Años después sucede lo de Ayotzinapa, que en sus múltiples versiones se topan con los militares. Nadie desea dar a conocer la verdad, pero todo indica que fue un problema de control del narcotráfico de la sierra guerrerense hacia Estados Unidos
GREGORIO ORTEGA MOLNA. Inertes asistimos a la demolición del -quizá- último referente de los valores que nos remiten al concepto de patria y libertad. Destruye con absoluta convicción y felicidad -el presidente de México- el último baluarte de la moral y ética republicanas. El Ejército deja de ser pueblo para convertirse en gobierno y empresario.
Fue un orgullo proclamado por toda la nación y todo el orbe, que las FFAA mexicanas se distanciaban de los golpismos latinoamericanos para ser auténticos promotores de la unidad nacional y del civilismo como modo de evitar el eco de las botas militares en las calles de la nación.
Desconozco quienes, cómo y por qué conceptuaron y desarrollaron el plan DN-III como fórmula civil, cultural y humana para hermanar a los mexicanos con sus soldados, sobre todo después de octubre de 1968 y de la identificada como guerra sucia. Hasta ayer supusimos que el Ejército era una solución y una intimidación para evitar la violencia. Lo que hoy se anuncia es para que se le caigan los calzones a cualquiera.
Hay indicios de que no todo es impoluto e imparcial dentro de sus filas. Dejaron ejemplo José de Jesús Gutiérrez Rebollo, Juan Arévalo Gardoqui y el señero ejemplo de la corrupción entre los militares: Álvaro Obregón.
Un número importante de efectivos se siente desplazado, minusvalorado o ninguneado. Para resarcirse de lo que esos consideran haber sido despojados, han actuado como Gutiérrez Rebollo, o de plano como decidieron hacerlo en Veracruz en 1991. Tomo de la información publicada: “No hay que olvidar aquel episodio en que militares y policías judiciales -éstos al mando de Morales Lechuga- se enfrentaron a balazos por un avión cargado de cocaína que en noviembre de 1991 aterrizó en una pista clandestina del poblado Llano de la Víbora del municipio de Tlalixcoyan”.
Años después sucede lo de Ayotzinapa, que en sus múltiples versiones se topan con los militares. Nadie desea dar a conocer la verdad, pero todo indica que fue un problema de control del narcotráfico de la sierra guerrerense hacia Estados Unidos.
Para hacer más sórdida la relación entre el comandante Supremo del Ejército y el secretario Cresencio Sandoval, aparece el “hackeo” de las filtraciones de Guacamaya y la negativa -al parecer ordenada por el presidente de la República- del secretario de la Defensa a comparecer ante los diputados para informar. ¿No es parte de su mandato constitucional? ¿Desprecian al Poder Legislativo?
De La columna de hierro, Cicerón y el esplendor del Imperio Romano, comparto un diálogo entre el abogado y Pompeyo, el militar:
-La verdadera ley es imposible sin el militarismo; por lo tanto, el ejército es más importante que la ley. (Dice Pompeyo a Cicerón)
-Me gustaría corregir el prejuicio tan corriente de que la función del soldado es más importante que la del legislador. Hay muchos que buscan la ocasión de provocar la guerra para satisfacer sus ambiciones y esta tendencia es más notoria en hombres de carácter fuerte, especialmente si tienen genio guerrero. Pero si consideramos bien el asunto, encontraremos que muchas negociaciones civiles han sobrepasado en importancia y celebridad a las operaciones bélicas… Hay que reconocer que la obra del legislador es no menos gloriosa que la del jefe militar (respondió Marco Tulio Cicerón).
Taylor Caldwell cita como fuente De los deberes morales, precisamente de Cicerón.
No hay contencioso -grande o pequeño- que tenga que ver con el narcotráfico en el que no parezcan involucrados elementos de las FFAA. Que el lector saque sus conclusiones.
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