ARTURO MORENO BAÑOS (Hidalgo). El hackeo realizado a los servidores de la Secretaría de la Defensa es apenas un síntoma –grave, sin lugar a dudas– en el sexenio del presidente López Obrador a la administración pública.
Un funcionario de alto rango del gabinete de seguridad nacional renunció hace pocos meses, harto de la inutilidad absoluta de sus esfuerzos durante tres años por impulsar la estrategia de ciberseguridad (esa era su responsabilidad) en el gobierno.
Si no había autorización ni recursos para comprar tecnología informática que protegiera las comunicaciones y los archivos de la Defensa Nacional, bien pudieron recurrir al Conacyt para desarrollar tecnología propia con el apoyo de expertos de la UNAM y el IPN, pues ambas tienen científicos brillantes en esa materia. Buena idea, pero el Conacyt entregó el dinero de sus fideicomisos para, según la versión de su directora, María Elena Álvarez Buylla, contribuir a la construcción del Tren Maya. Lástima por la seguridad nacional y la confiabilidad del ejército mexicano.
Hay que decirlo porque el tema es preocupante. La ambición de poder le está ganado a la disciplina y doctrina militares; típico, lo hemos señalado en esta columna infatigablemente. Tenían prohibido comprar software entre 2018 y 2020, al igual que el resto de las dependencias, pero en 2019 adquirieron Pegasus, el software que les ha permitido espiar a periodistas y a otros personajes que nada tienen que ver con la seguridad nacional.
El presidente López Obrador afirmó que la Sedena no espía, sino que hace inteligencia. Pues a los titulares del Ejecutivo y de la Sedena se les olvidó una verdad de Perogrullo: que la mitad de las tareas de inteligencia consisten en la contrainteligencia; es decir, en proteger e impedir que la inteligencia que produjeron sea robada. Ironías de la vida: el espía espiado y exhibido en y por su enorme torpeza.
A una semana de las primeras revelaciones, ya comenzaron a difundirse documentos muy comprometedores que revelan situaciones preocupantes de la actuación del ejército: abusos sexuales, espionaje a políticos y activistas sociales; encubrimiento de su actuación en la masacre de Ayotzinapa; violaciones de derechos humanos; ambiciones empresariales que no tienen fundamento legal.
En cuanto a la vulnerabilidad, se sabe que está disponible la nómina entera del ejército, nombre por nombre, con los ingresos de cada elemento, datos personales de muchos altos mandos y el despliegue territorial. No es difícil imaginar las consecuencias que podría tener esa información en manos equivocadas. La penetración del crimen organizado en la política y las omisiones del ejército. Reportes sobre la penetración del crimen organizado en las estructuras políticas y policíacas en los estados de Tabasco, Veracruz y Morelos y el sureste en general. La complicidad de los mandatarios –incluido el actual secretario de Gobernación– de esas entidades es señalada con todas sus letras.
También se difundió información sobre las estructuras operativas de grupos criminales y de acciones que realizarán sin que tengan instrucciones e intenciones de intervenir. La confirmación cruda de la política de abrazos y no balazos.
La salud del presidente. La información sobre la salud del presidente en manos del ejército se debe a la desaparición del Estado Mayor Presidencial, ya que anteriormente este órgano era quien la resguardaba, y aunque era de origen militar se manejaba de manera autónoma. Ahora el cuidado del titular del Ejecutivo y de su familia está en la Sedena, lo que los hace muy vulnerables frente al ejército.
Y la pregunta ya muy comentada pero preocupante: ¿cómo confiar en una institución que pretende cuidar a la sociedad si no fue capaz de cuidarse a sí misma y cuya actuación no siempre se apega a la legalidad?
¿Qué otros riesgos acechan a la seguridad, a la democracia, a la población, a la soberanía o a la estabilidad económica del país y no están en el radar del gabinete de seguridad por la sencilla razón de que no hay recursos o simple indiferencia desde el gobierno federal para blindarse?
No importa, pues siempre habrá una canción de “Chico Che” para salir del apuro. Por cierto, musico nativo de Tabasco de donde es también originario el presidente AMLO.