ROBERTO CIENFUEGOS J. La elección del último domingo en Brasil podría aportar algunas lecciones o apuntes para México, donde está en curso una muy anticipada y disimulada precampaña por la presidencia del país.
Algunas de estas lecciones, enseñanzas o aprendizajes indican claramente que las encuestas fallan, no siempre son del todo confiables y retratan apenas un fragmento de la intención concreta y específica del votante en su encuentro definitivo con la urna. A esto puede agregarse que los electores son muchas veces veleidosos, cambian en ocasiones de opinión y que entre el momento en que responden una encuesta y el que define su sufragio, pueden modificar y/o redefinir unos comicios.
Quizá algunos o todo estos elementos juntos hayan influido en Brasil en el resultado de las elecciones, donde Luiz Inácio Lula da Silva y sus seguidores o simpatizantes creyeron que el triunfo era un destino seguro en esta, la primera consulta comicial. Muchos también daban por descartada la pelea de Jair Bolsonaro para hacerse de otros cuatro años en la presidencia del país continental. Ninguna de ambas apuestas ganó, pero sí en cambio quedó en claro la profunda división del gigante sudamericano. El norte y noreste brasileño siguen apostando por Lula, mientras que el sur y sudeste respalda al ultraderechista Bolsonaro. Una división ésta que casi seguramente se repetirá en las elecciones mexicanas del 2024.
Pero en el caso de Brasil, la sorpresa creció al conocerse que Lula, el ex presidente y líder popular de izquierda, tendrá que pasar la prueba de una segunda vuelta, una posibilidad inexistente en México.
Para Bolsonaro, el radical líder de extrema derecha, y sus simpatizantes, seguramente también resultó una sorpresa que el mandatario y candidato quedara apenas a cinco puntos del puntero electoral, y aún el avance hacia una segunda vuelta definitoria conforme a la ley electoral brasileña para el caso de no alcanzarse el mínimo del 50 por ciento de los sufragios.
Aunque hubo muchos más candidatos peleando en estas elecciones, sólo Bolsonaro y Lula terminaron por medirse uno al otro. Irán en poco menos de un mes a la segunda consulta y ya se verá lo que resulta. De hecho, en este momento puede afirmarse que la moneda está en el aire, y que los votantes brasileños, más de 120 millones de electores, decidirán el país que desean al menos para los próximos cuatro años. Así que la historia, que alguna vez se creyó francamente definida a favor del ex presidente Lula, aún está por escribirse.
En México, donde poco más de 90 millones de electores podrán decidir el futuro inmediato del país en las elecciones del 2024, se está viviendo una lucha, apenas disimulada, por la sucesión del presidente Andrés Manuel López Obrador. Hay quienes, varios millones, dan por hecho que el partido Movimiento de Regeneración Nacional retendrá la presidencia, pero a la luz de la experiencia de Brasil, y de otros factores críticos que se están sucediendo en la vida pública de México, es claro que nada está escrito aún ni para siempre.
La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, está ante una oportunidad única de hacer historia y aunque está prendada de un proyecto, todo indica que aún no tiene asegurado nada en la faltriquera, así todos los indicios señalen que es la favorita para suceder a López Obrador. Un desgaste prematuro, asociado a su carrera prácticamente frenética, podría descarrilarla de la meta. Y aunque una mayoría de encuestas y no pocos comentócratas la ven como la hija predilecta para la sucesión, no pueden desdeñarse los reveses electorales que enfrentó en las elecciones de medio término de junio del 2021 ni la baja participación de sus gobernados en el revocatorio presidencial.
Detrás de la doctora Sheinbaum, aparece, sigiloso, el canciller Marcelo Ebrard, un hombre con muchas suelas gastadas en el quehacer político, con una sólida presencia internacional, formado y solvente en temas críticos del gobierno al que ahora sirve. Ebrard ni suda ni se acongoja, al menos hasta ahora, convencido de sus tablas y experiencia política.
Aunque no tan visible, el hermano Adán Augusto López Hernández está haciendo un trabajo de filigrana, aun con menor, mucha menor, exposición pública. Pero bien podría ser el caballo negro del sexenio. Nada descartable, aun cuando las encuestas lo coloquen por debajo de Sheinbaum y aun de Ebrard. La sangre llama y las corcholatas danzan.
Y en un cuarto sitio aparece el líder moreno en el Senado, Ricardo Monreal Ávila, tampoco descartable, así las encuestas le den un bajo perfil en la competencia de la nomenklatura morenista. Monreal, ya se ha visto, es un político astuto que ha rendido frutos demasiado apetitosos, entre ellos nada menos que la aprobación legislativa en la Cámara Alta para que los militares prolonguen su permanencia en las calles del país en materia de seguridad pública hasta 2028. Algo que no es poco para un gobierno recargado en exceso en la falange militar.
Y por si esto fuera poco, en los predios de Morena, queda pendiente la definición de la oposición política nacional de cara al 2024. Aunque cantada por muchos, no puede darse por muerta, no al menos todavía. Las encuestas cambian, se equivocan o fallan de manera deliberada, tanto o más que los votantes. Y casi seguramente, al igual que en Brasil, en México se anticipa claramente un cisma electoral en el 2024. Ya se verá.
@RoCienfuegos1