Elvira Gomezturja
Ciudad de México, 07 de agosto (entresemana.mx). El espectáculo mexicano ha perdido la memoria. Ignoro si es por el nacimiento de las redes sociales, por el giro que ha dado el punto de vista con el que se maneja la fuente –si no hay gritos, problemas, mentadas de madre y vulgaridad ‘no hay nota’- o por el cambio generacional que no lo hace mejor ni peor, solo diferente.
Antes las grandes actrices eran eso, ¡grandes! Hoy son mujeres, con buen cuerpo sometido a cirugía con o sin necesidad, rostros operados y una boquita infernal. No lo digo por amargada, lo afirmo porque el 4 de agosto falleció en Mérida, Yucatán, la primera actriz, directora, productora, adaptadora, maestra de actuación en la década de los 80s: Adriana Roel, que a lo largo de 60 años construyó una carrera muy importante en el espectáculo. Y su muerte pasó prácticamente inadvertida. Es verdad que todos los medios, portales, redes, replicaron la información. Pero Adriana debió recibir un gran homenaje. Fue una de las actrices más importantes y talentosas en el siglo pasado, pionera en todas las áreas del arte. Hizo suyos el teatro, la televisión, el cine.
Regiomontana, nacida el 5 de julio de 1934, tenía 88 años. Desde muy pequeña descubrió su vocación y debutó en teatro infantil a los cinco años con Fernando Wagner y Salvador Novo cuando este fue director de la escuela del INBA. A los 9 comenzó sus estudios de danza. Participó en el Ballet de México y en el Ballet Moderno de Bellas Artes. En su juventud, a los 16, fue su primera aparición en teatro en 1957 dirigida por Seki Sano –que fue su maestro con el Método Stanislavski- en la puesta Los frutos caídos. Tiempo después consiguió una beca para estudiar en París en el Conservatorio de Arte Dramático, sus maestros fueron leyendas del teatro francés como Jean Perymoni y Jacques Lecoq, cuando las artistas tomaban en serio su profesión y no solo la consideraban una herramienta para enriquecerse. Ya entonces Adriana veía el futuro de los actores: “En esta carrera se van a dar de topes, si solo se escudan en la belleza y la juventud”.
Vaya que Adriana también fue una alocada joven. Gregorio Wallerstein, el Zar del Cine, la reprendió en alguna ocasión al verla trepada en una motoneta con una minifalda empapada: “Debes comportarte de otra forma”.
En 1959 debutó en el cine con la película Mi esposa me comprende con Lucy Gallardo, Armando Calvo, Arturo de Córdova y Martha Mijares. Compartió escena con otras grandes como Silvia Pinal, Marga López y Libertad Lamarque.
La Roel perdió a su madre al nacer, pero tuvo la fortuna de crecer con sus tíos y primos hermanos que la cobijaron y evitaron que conociera el sentimiento y desazón que provoca la soledad. Su papá se casó de nuevo y Adriana vivió en su hogar.
Fue hija única y se casó tres veces. Prefería a los hombres inteligentes, sensibles y guapos. En alguna entrevista admitió que su gran amor fue un cineasta José Luis González de León, ninguno de sus tres maridos.
A su regreso de Francia, a los 26 años, entró al mundo de las telenovelas en 1960 en Espejo de Sombras.
Recibió dos Ariel como mejor actriz por la cinta Anacrusa (1979) y por No quiero dormir sola (2013).
Adriana confesó que seguía aprendiendo: “Continúo aprendiendo y me encanta trabajar con jóvenes. Agradezco a Natalia Beristain por elegirme para No quiero dormir sola y a Mariana Gajá por ser mi nieta en esta película; aprendí mucho de las dos” y Adriana tenía 80 años, interpretó a Dolores una actriz alcohólica, retirada, enferma de Alzheimer.
En 2013 actuó por última vez en una película No quiero dormir sola y en una telenovela Mentir para vivir, en 2014 representó su última obra de teatro Coroliano II.
En 2007 le dieron un merecidísimo homenaje en la obra Los Monólogos de la Vagina.
La actriz decía de su arte: “La actuación es mi forma de expresión de vida, es lo que yo elegí para expresarme. Es un arte… cuando está bien hecho. El canto se convierte en un arte cuando está bien hecho, o el baile, el tocar un instrumento o lo que sea. Lo mío fue ser actriz”.
Adriana Roel aseguraba: “Yo no les presto mi cuerpo a los personajes, les entrego toda mi existencia”. Así fue, entregó su vida al arte con una pasión interminable, de la misma manera que vivió, apasionadamente.
Descanse en paz la señora Adriana Roel.
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