ROCÍO FIALLEGA (SemMéxico, Ciudad de México). Observaba en los estantes a La ladrona de libros, decían mis prejuicios “Nunca me han gustado los Best-Seller”, y con ironía me preguntaba “¿y si me lo robo?” Mi reticencia consistía en “otra historia del holocausto”, me resistí a leer la novela… hasta que me la regalaron.
El autor, Matkus Zusak pone a La Muerte a narrar en 500 cuartillas esta historia, la de la niña alemana Liesel Meminger que se convierte en la citada ladrona de libros y su vida se revoluciona por y a través de las palabras, en la segunda guerra mundial y con el marco de referencia de la quema de libros del 20 de abril de 1940.
La Muerte es una buena narradora, aunque irónicamente señale que “A veces me mata ver cómo muere la gente”, nos da una visión de la Alemania nazi y de la aldea a la que llega Liesel a vivir con la familia Hubermann, quienes ocultarán a un joven judío en su sótano.
Es una magnífica oportunidad para conmovernos y reflexionar sobre los avatares de la humanidad, sus guerras y concluir que el corazón bueno de las personas es lo mejor, sino profundizar en la importancia de las palabras, esas perras negras, como decía Cortázar o en la magia que genera un discurso al hacer cambiar de opinión a alguien, como dijo Gorgias de Leontini.
Yo me quedo con la frase “He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura”. Las palabras, sí esas mismas de los discursos de Hitler y de Martín Luther King, las de las maldiciones y las bendiciones, las mismas con las que rezamos, amamos, destruimos, convencemos, herimos, sanamos, nos refugiamos y nos conmovemos, ésas que nos dan la oportunidad de estar del lado de la vida o de la muerte.
Además de ser un deleite, utilizar las palabras es una gran responsabilidad, en este libro vivimos lo que es amarlas y odiarlas, pero para mostrarnos su verdadero valor en nuestra cotidianeidad.
No puedo dejar de comentar que Zusak logra seducir al lector con una sapiencia del imaginario social y un conocimiento de la época magistrales; además de que el diseño editorial, como La historia sin fin, nos involucra más en su lectura.