LA COSTUMBRE DEL PODER/ Violación, aborto y legalidad

*Hábitos y comportamientos han de transparentarse. Cierto es que las condiciones de vivienda y convivencia hacen difícil cambiar, sobre todo si persisten esos usos y costumbres de traficar a las hijas menores por ganado, o de plano por efectivo

GREGORIO ORTEGA MOLINA. La SCJN también se equivoca, y cuando sucede resulta en graves estropicios, como ahora con el aval al aborto en niñas por causa de violación. Así nomás, sin siquiera detenerse a evaluar en qué estado se encuentra la carpeta de investigación por ese delito, si hubo denuncia; si la afectada y su familia no acudieron ante el MP, instarlos a que lo hagan, pues de lo contrario el legrado se convierte en tapadera del violador.

El problema -de proceder así, sin más, al aborto- adquiere la dimensión de uno de muy difícil solución, dado que nos han repetido hasta el cansancio que, cuando las víctimas de violación son niñas, es un agravio intrafamiliar: padre o padrastro, tíos, hermanos, cuñados y primos, como lo hemos atestiguado tanto en la pantalla cinematográfica de los hermanos Rodríguez, como en el ensayo Los hijos de Sánchez.

Si de verdad desean solucionar el problema de la violación a menores y el embarazo infantil, de entrada, también podrán aportar elementos para el cambio de actitudes y el combate a esa perniciosa corrupción moral en la que la madre se niega a reconocer o aceptar que favorece el machismo y en mucho contribuye a la violencia intrafamiliar, que no pocas veces termina en ese negro abuso que es la violación de los menores.

Dado el nivel y lo variado de las perspectivas que se abren con esa decisión de la SCJN sobre el aborto infantil, considero difícil que la medida prospere, porque es muy posible que los padres de la víctima apresuren el procedimiento, para evitar que se conozca la identidad del culpable, y así obtener esa impunidad que les permite deformar el ámbito moral de la familia, lo que propicia que los integrantes de la sociedad consideren normales los comportamientos equívocos de los gobernantes. La opinión no varía: el que no se enriqueció durante el ejercicio de su función pública, lejos de ser visto como honrado, es considerado despectivamente como un pendejo.

Hábitos y comportamientos han de transparentarse. Cierto es que las condiciones de vivienda y convivencia hacen difícil cambiar, sobre todo si persisten esos usos y costumbres de traficar a las hijas menores por ganado, o de plano por efectivo.

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El único texto legible -y por ello memorable- sobre las “corcholatas”, es el de Ricardo Raphael, su evocación de Carmelita Salinas y la vida que ella dio a La Corcholata en Bellas de noche. Las corcholatas, siempre, terminan en la basura.

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