ARTURO MORENO BAÑOS (Hidalgo). Con la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a la isla de Cuba viene a mi memoria aquel suceso interesante que aconteció en la historia de nuestro país y que es poco estudiado y conocido. Cuando la isla de Cuba pudo haber pasado a formar parte del territorio de México.
Cuando inició la construcción del Estado mexicano una parte de la clase política e intelectual creía que México debía ocupar el lugar que en Hispanoamérica había dejado el decadente imperio español. Se soñaba a México como un imperio en más de un sentido. No sólo se tenía el deseo de adoptar una forma de Estado encabezada por un emperador, sino también de que éste imperara y ejerciera su hegemonía sobre un territorio vasto, más allá de las difusas fronteras. Se estaba convencido de que el incipiente país podía y estaba destinado a ocupar un lugar prominente en el concierto de las grandes potencias del orbe. Este sueño imperial fue alimentado por la desbordada confianza en el potencial económico del territorio antes novohispano, al cual se esperaba agregar las capitanías de Yucatán, Guatemala y sí también había cabida para pensar en la isla de Cuba.
En 1822 la idea de la anexión de Cuba a México, o al menos la intervención mexicana para independizarla y ponerla bajo su protección, había tomado forma. En ese punto coincidían Agustín de Iturbide y algunos de sus acérrimos críticos, como Servando Teresa de Mier. Para el primero, el riesgo de que la isla cayera en manos de Gran Bretaña o Estados Unidos era razón para que el gobierno mexicano ofreciera a los cubanos “una íntima unión y alianza para la común defensa”. Más contundente fue el republicano Teresa de Mier cuando escribió: “En realidad poco puede valer la Cuba sin México, y toda la importancia de esos átomos que se llaman Antillas, ha de cesar luego que se abra a la comunicación la inmensidad del continente; pero México tampoco debe prescindir de La Habana, que es la llave de su seno”.
El proyecto para incorporar o independizar Cuba sobrevivió a la renuncia de Iturbide como emperador de México en marzo de 1823; continúo el principio general de favorecer la independencia de todas las posesiones españolas en América. Se pretendía generar condiciones para promover la independencia de las posesiones españolas en el Caribe, sin la intromisión de los países europeos.
En cuanto a Cuba la incógnita era si los cubanos podrían sostenerse, llegada su independencia, por sí mismos o si se incorporarían a otro país hispanoamericano ya que no se contemplaba la probabilidad de que Cuba se sujetara al dominio de una potencia europea o a los emergentes Estados Unidos. En caso de que tuviera que integrarse a otro país hispanoamericano, se sostenía que México contaba con mayores argumentos para reclamar ese privilegio. La historia común de Cuba y la Nueva España, así como la misma geografía sustentaban semejante pretensión.
En agosto de 1824 se echó a andar un proyecto mexicano para independizar o anexar Cuba. El gobernador y comandante general de Yucatán, Antonio López de Santa Anna, solicitó autorización, así como apoyo militar y financiero al Supremo Poder Ejecutivo para invadir e independizar la isla. Argumentó que tenía noticias de que “la opinión por la independencia se ha generalizado, no solo entre los criollos, sino entre los españoles liberales”.
Creía que la tarea de independizar a Cuba correspondía exclusivamente a México, como a Colombia tocaba hacer lo mismo con Puerto Rico. El plan era realizar la invasión a más tardar en la primavera de 1825. La propuesta del joven general Santa Anna no tuvo eco en el gobierno nacional, que la desechó, y encontró una fuerte resistencia de parte de la élite yucateca.
Santa Anna no cejó en su empeño. Una vez que su paisano Guadalupe Victoria fue elegido presidente constitucional de México a fines de 1824, le escribió para exponer de nuevo su proyecto. Tampoco en esta ocasión tuvo éxito, aunque se sospecha que Victoria era partidario del plan. Existe la presunción de que Santa Anna estuvo involucrado en la Ciudad de México en la formación de una “Junta Promotora de la Libertad Cubana”. Ésta fue constituida en julio de 1825 por varios cubanos independentistas exiliados en México, luego de un fallido intento de insurrección libertaria en la isla.
Será hasta 1836 después de que España por fin reconoció la independencia de México que el vetusto imperio español comenzó a recibir el tiro de gracia cuando fue derrotado por los Estados Unidos y consecuentemente perdió sus últimas posesiones coloniales en América y al mismo tiempo quedó sepultado definitivamente el sueño de ayudar a la isla cubana a su independencia para después anexionarla a México, es decir lograr una Cuba mexicana.
Había iniciado la era de la hegemonía estadounidense sobre Cuba al menos hasta la llegada de “los barbudos” liderados por Fidel Castro y el inicio de una nueva era en Cuba al menos hasta hoy en día puesto que el futuro es incierto y no está escrito, ya veremos qué sucederá.
¿Tú lo crees?… Sí yo también.