HISTORIAS EN EL METRO/ No se murió el amor

Ricardo Burgos Orozco

Ciudad de México, 14 de febrero (entresemana.mx). Hace tiempo escribí del amor en el Metro en una de mis historias, en la época en que las restricciones sanitarias eran mucho más estrictas, con miles de contagios y fallecimientos diarios, pero en el cual las parejas no dejaban de apapacharse, abrazarse y besarse. Siempre hubo un andén, un pasillo, una entrada, un vagón, en donde pudieran hacerlo pese a los riesgos.

En aquel tiempo estábamos en semáforo rojo y siempre vi novios o enamorados en el Metro, aunque había mucho menos usuarios porque mucha gente permanecía en sus casas ante el temor del Covid 19.

Hoy, con semáforo amarillo en la Ciudad de México, la vida paulatinamente se ha normalizado en el Metro y por supuesto también para muchas parejas que viajan en este medio de transporte. He observado que los enamorados establecen su punto de encuentro en un lugar de la estación; el más popular es “abajo del reloj”.

También hay quienes prefieren encontrarse “cerca de la taquilla”, “bajando las escaleras”, “en la entrada”, “junto a los torniquetes”, “en el andén”, “en la salida tal”. No faltan aquellos que se les olvida adónde se quedaron de ver como un chavo que vi hace unos días que llegó corriendo al andén, se encontró con su novia y le preguntó de inmediato ¿No quedamos de vernos en la entrada? Ella se le quedó mirando extrañada, se rio al mismo tiempo que movía la cabeza negativamente.

El otro día tuve que ir a la estación Eduardo Molina, de la Línea 5. Un largo recorrido desde Zapata, luego Centro Médico, Pantitlán y luego a la ruta amarilla. Iba caminando hacia la salida cuando me encontré a un par de jóvenes, abrazados, vestidos de negro; la chica traía un vestido descubierto de la espalda con un tatuaje enorme en forma de águila ¡Impresionante! Les dije, solamente sonrieron y al llegar a la calle, se detuvieron unos segundos, se quitaron el cubrebocas, se dieron un beso y se alejaron.

Una tarde en Centro Médico venía de regreso de Hidalgo cuando vi a un hombre y a una mujer muy pegaditos en un rincón de una de las puertas cerradas de la estación. Estaban muy entretenidos, pegaditos, dándose arrumacos; ni cuenta se daban que por ahí estaban pasando cientos de personas. Pensé: espero que no venga un policía porque los va a interrumpir.

Todavía me acuerdo que hace meses cuando la ciudad estaba en rojo, poco faltó para que una pareja me atropellara en uno de los andenes porque iban muy abrazados casi rebasando la línea amarilla, con el riesgo que pudieran caer a las vías energizadas. Nunca me vieron pasar cerca.

Cuando escribí hace más de un año sobre el amor en pandemia, rememoré unas frases de la canción de Simón Díaz: quererse no tiene horario, ni fecha en el calendario, pero ahora, ya con esperanza de que bajen contagios por la pandemia y viendo todos los días enamorados en el Metro, recordé la melodía de Manuel Mijares que dice: No se murió el amor, muy al contrario, sigue avivando el deseo diario, sin descansar jamás, sin desfallecer…

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