DULCE MARÍA SAURI RIANCHO* (SemMéxico, Mérida, Yucatán). Tuve la oportunidad de escuchar en forma presencial -como se dice ahora- los mensajes del gobernador y del presidente municipal en dos eventos realizados este mes.
El día 6, en la clausura de la sesión solemne del Ayuntamiento convocada para conmemorar el 481 aniversario de la fundación de nuestra ciudad capital, Renán Barrera trazó a grandes rasgos las acciones futuras para mantener y acrecentar la calidad de vida de la que disfrutamos quienes aquí vivimos.
Por su parte, el gobernador Mauricio Vila presentó el mensaje político que acompañó la entrega de su IV Informe en una modalidad audiovisual entretenida y didáctica, que le permitió destacar logros y avances de su administración, incluyendo algunas pinceladas para el futuro inmediato.
Ni uno ni otro mencionaron en sus respectivos mensajes uno de los desafíos más importantes del presente de Yucatán y en particular, de Mérida. Me refiero al crecimiento de la población, que en 2020 se acercaba a los 2.4 millones de personas, casi un millón viviendo entonces en el municipio de Mérida.
En el siglo XXI, Yucatán dejó de ser una entidad expulsora de población como lo fue buena parte del siglo XX, cuando se trasladaban a residir fuera del estado más yucatecos y yucatecas que los que nacían anualmente.
De 30 años a la fecha vivimos la transformación de esta dinámica, hasta llegar al Censo de 2020, el más reciente, que arrojó una tasa de incremento poblacional de 1.8 % anual para Yucatán, cuando el ritmo de crecimiento nacional fue de 1.2 %
No es que se hayan multiplicado los nacimientos de niñas o niños yucatecos en esta última década, sino que comenzaron a llegar familias procedentes de otras entidades del país y algunas del extranjero, en particular de pensionados de Estados Unidos y Canadá.
De ser una entidad federativa expulsora de población, Yucatán ahora es receptora. La mezcla virtuosa se ha dado entre apertura de nuevas opciones de trabajo productivo y la seguridad pública, en la que Yucatán destaca como ínsula de paz cuando en otras regiones, incluso cercanas, predomina la violencia criminal.
Esta nueva dinámica demográfica implica enormes retos para el estado y en especial para la capital, Mérida. Retos que no merecieron un renglón o diez segundos en las visiones de futuro que presentaron nuestro alcalde y nuestro gobernador.
Crecer rápidamente significa mayor demanda de todo tipo de infraestructura y servicios: vivienda, salud, educación, transporte, entre los más relevantes. Pero el desafío mayor estriba en lograr armonizar crecimiento y calidad de vida para las y los yucatecos nativos de esta tierra y para quienes libremente optan por hacer de Yucatán su hogar.
Veamos el tema de la vivienda, prioritario para quienes arriban buscando dónde asentarse y también para las familias originarias que demandan una casa.
En fecha reciente el Diario de Yucatán publicó una entrevista realizada a los presidentes nacional y local de la Cámara Nacional de la Industria de Desarrollo y Promoción de Vivienda (CANADEVI) quienes coincidieron en que, para afrontar la falta de casas de interés social, habría que considerar “entre otras cosas, la construcción de este tipo de vivienda (de interés social, DMSR) en forma vertical, para bajar costos”.
El presidente nacional abundó en sus consideraciones: “Sabemos que a la gente de aquí le gusta tener casas en lo horizontal (sic), pero simple y sencillamente la tierra se ha encarecido y ya no les alcanza para comprar una. Necesitamos hacer vivienda vertical”.
Desde esa perspectiva (costos más bajos, más acceso a casas de interés social), hizo cálculos: “Si en una hectárea se pueden construir 60 casas (lote mínimo de acuerdo con la normatividad municipal vigente, de 160 m2) en la forma vertical se podrán obtener de 160 a 180”.
La solución aparente al problema de la falta de vivienda para la población más vulnerable sería pasar del hacinamiento horizontal al hacinamiento en un edificio con tres o cuatro pisos (máxima altura permitida para ahorrarse el elevador).
Ciudadanía y autoridades tienen que revisar cuidadosamente una política de vivienda popular cuyo eje fuera la construcción vertical, por lo menos, en lo que corresponde a Yucatán.
Adquirir una casa de interés social, de un solo piso, sala-comedor, baño y dos habitaciones, además de la cocina y un pequeño patio, asentada en un lote que respete el tamaño mínimo, representa la oportunidad de ampliarla “apenas se pueda”.
Las y los yucatecos nunca terminamos de construir nuestro hogar. Atestiguan este afán los montículos de material acumulado en los frentes de las casas que son, desde mi perspectiva, indicadores de la esperanza. Cercenar esta posibilidad condicionando el otorgamiento de un crédito de INFONAVIT o FOVISSSTE a ejercerlo en el pequeño espacio de un edificio, no es resolver el problema de la vivienda, sino generar otros más a mediano plazo. Además del calor, la dinámica de la convivencia cotidiana en departamentos divididos por delgadas paredes y techos bajos, con escaleras y áreas comunes insuficientes, son solo los más visibles.
Que los edificios altos, de muchos pisos, se vayan al norte de Mérida, donde familias con suficientes recursos económicos y costumbres de otras latitudes puedan adquirir departamentos amplios, con toda clase de “amenidades”, incluidos aire acondicionado, alberca, gimnasio y estacionamiento techado.
La autoridad, sin duda, tendrá que regular las construcciones verticales que están proliferando, sin que se sepa a ciencia cierta si habrá capacidad suficiente para proveerlas de agua potable, energía eléctrica y drenaje, cuando menos. Pero a las y los trabajadores, a las familias de menores ingresos que aspiran a una vivienda, los gobiernos tienen que facilitar su acceso en condiciones de dignidad.
Y en Yucatán, especialmente en la pujante ciudad de Mérida, eso solo es posible manteniendo el tamaño mínimo de los lotes, y encontrando nuevas fórmulas para que, como en el pasado, tras cada adquisición se abra una esperanza de ampliar y mejorar. No hay ríos ni barrancas que obstaculicen (y encarezcan) la ocupación de la tierra urbana.
Solo la falta de regulación adecuada y posiblemente la miopía de las autoridades para no ver que una medida a tiempo puede garantizar la calidad de vida de la que estamos tan orgullos@s hoy.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán