ISABEL ORTEGA MORALES
Chilpancingo, Guerrero. La palabra deportación tiene un profundo peso en el ánimo de quienes están en situación de migración. No es la mejor palabra para hacerles sentir que su irrupción a un espacio no solo no es reconocida como mano de obra, sino también que se les mira con desprecio. Sobre sí mismos está el peso de salir, los hay que, huyendo de la justicia, cierto, sí, pero en su gran mayoría lo hacen para salir de un ciclo de pobreza, de desempleo donde irse de sus lugares se convierte en el imperativo esperado.
Dulce es una chica que tiene problemas de parálisis cerebral. Su papá vive en Chicago y desde ahí sostiene la casa de la familia. Y literal, la casa, porque gracias a las remesas que ha enviado se pudo levantar en el terreno que le donó su mamá, una pequeña casa. También constituyó el cimento de su atención médica en espacios donde, hasta antes del CRIT en la región de la Montaña de Guerrero, atenderse fuera de Tlapa también, como migrar, era un imperativo.
Juan, ha regresado antes de la deportación, dice que lo hizo para evitar que sus patrones tengan problemas con su presencia y con ello, deja abierta la puerta de su regreso, como muchos le apuestan a ello.
En el súper, no ha cambiado el ritmo de compra. El ir y venir de mujeres e hijas e hijos se mantiene. Parece que no han notado el riesgo de que sus maridos puedan dejar de enviar.
Salvo algunos padres de esos migrantes que consideran que el retorno de sus hijos, esperado para un encuentro, es importante, pero siempre y cuando sea temporal la presencia porque dicen ¿a qué regresan?
Las mujeres, muchas, sin poder cuantificar porque tendríamos que ampliar a zonas originarias, a grupos étnicos la migración, parece que se han acostumbrado a la salida de sus maridos, incluso lo alientan, porque saben que, si se quedan, estarán con menos recursos y menos posibilidades de triunfo.
Incluso se ha convertido en una clase social donde “se nota” quienes se han quedado a soportar en familia los rigores del campo, el desempleo, el empleo temporal en obras, pero también los problemas de alcoholismo y violencia.
Si salen, las mujeres dejan de vivir en primera mano el efecto del alcoholismo y la violencia y solventan la vida escolar y la alimentación con las remesas. Quieren el retorno de sus parejas, sí, sin duda. Pero temen que no encuentren fuentes de empleo en sus regiones.
Al arribo a la región también se nota su presencia, esta zona es una pequeña ciudad donde la capacitación en gastronomía se nota en el consumo de productos como hamburguesas, pizzas, pastas italianas, comida china, etc., se acostumbran a esas comidas y las traen aquí en recuerdo de que aprendieron a prepararlas y a consumirlas.
¿Quieren regresar a sus regiones? Dice la secretaria de Migrantes y Asuntos Internacional, Silvia Rivera Carbajal, que no. Y agrega inmediatamente, no solo a Guerrero, tampoco quieren regresar a otros estados como Oaxaca o Chiapas.
¿A qué regresan? ¿Al desempleo? Es la primera expresión. Le apuestan a que la Presidenta de México “vuelva a doblar” al Presidente estadounidense Trump, como les dicen los de MORENA que hizo, y por ello quieren quedarse en la frontera, para que cuando suceda, vuelvan a entrar.
Hay pequeños grupos de personas que se encuentran para dar seguimiento a sus familiares: esposos, hijos, yernos. Les preocupa su seguridad, que dejen allá sus ahorros y no puedan recuperarlos, pero también temen, que esos ahorros puedan no ser ocupados con responsabilidad en sus zonas de origen.