ISABEL ORTEGA MORALES
Chilpancingo, Guerrero. Donald Trump nos lo ha cumplido. Sí, una promesa de su campaña que en nuestro país solemos confundir con retórica, la ha llevado a los hechos en sus primeras acciones de gobierno, formular dos cambios en los nombres geográficos y la cartografía mundial: Para nuestro país, El Golfo de México por Golfo de América y para Canadá, el del cambio al monte Denali, en Alaska, por monte McKinley (en honor al expresidente número 25 como un homenaje “un monumento a la fuerza y determinación del presidente William McKinley”).
La cartografía mundial es un referente histórico que no solo nos da ubicación y limítrofes, también sustenta hechos, personas, pasajes, identidad.
Las aguas del Golfo que abrazan a nuestro país, México, como a los Estados Unidos y Cuba, representaron la fuerza de una Nación antes de que se formara el hoy poderoso país vecino del norte, cuando todavía este país mantenía su dominio sobre tierras que fueron perdidas como Texas, Utah, California, Nuevo México, Nevada, Arizona, Oklahoma, Kansas y una parte de Colorado y Wyoming, mismas que representaron el 55 por ciento de su territorio.
Por lo tanto, es entendible que la cartografía mundial desde el Siglo XVI, XVII y XVIII fuera registrada, así como Golfo de México por cartógrafos europeos en mapas y atlas. Mostraba el poderío y fuerza de esta identidad.
En su ejercicio como presidente número 47 de los Estados Unidos, Donald Trump dijo que quería convertir a su país en una nación fuerte, poderosa, dorada, y uno de esos símbolos es el nombre que en los dos países vecinos, tienen dos zonas: la extensión de mar que la baña, y el monte más alto que está en Alaska.
Si bien los cambios como esos requieren consensos entre países, acuerdos diplomáticos, relaciones políticas, también lo es que hasta en tanto pueda o no ser oficiales en la cartografía, si puede ser usado en su Nación que lo da a conocer de esta manera:
“De conformidad con la reciente orden ejecutiva del presidente Donald J. Trump, el Departamento del Interior se enorgullece de anunciar la implementación de restauraciones de nombres que honran el legado de la grandeza estadounidense, esfuerzos que ya están en marcha”, señala en un comunicado.
El Departamento del Interior sustenta en el documento que estos cambios pretenden no solo preservar el “extraordinario patrimonio de EU”, sino que “las futuras generaciones de estadounidenses celebren el legado de sus héroes y sus bienes históricos”.
No solo Donald Trump ha decidido hacer cambios de nombres. En nuestro país, en diciembre de 2024, de manera interna en el Estado de México, en Tultitlán, decidieron cambiar nombre de una colonia y la nomenclatura, de llevar por 35 años el nombre El Paraje, las autoridades decidieron llamarla “La Cuarta Transformación” y se cambiaron también nombres de calles por “Bienestar” y “Me canso Ganso” y cuando protestaron por esos cambios, llegaron elementos armados con cascos y escudos, replegaron así la protesta al cambio.
Nuestro país se mueve en la retórica de “no puede hacerlo” mientras el presidente vecino lo está llevando a la práctica; tampoco se le creyó lo de la deportación y se está trabajando a marchas forzadas en la construcción de albergues. Protesta Brasil porque llegan esposados y mientras otros estados solo hacen visita a consulados, entidades como San Luis Potosí ha reservado 600 mdp para emplear solo a quienes han sido deportados para garantizarles un empleo.
Cuando la Junta de Nombres Geográficos del país actualice la nomenclatura, se estará diluyendo la fuerza de nuestro país en el plano internacional, aunque nuestro gobierno federal diga lo contrario. Sino puede defender nuestro país la preservación de un nombre en el plano internacional, ¿cómo podremos considerar que se esté viendo en ese nivel a nuestra nación, con respeto, con grandeza? ¿Porque el cambio de nombres también indica identidad no es lo mismo decir “América” que decir “me canso ganso”, o sí?