ISABEL ORTEGA MORALES (Guerrero). Al Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador no le gusta que los espacios donde está sean agredidos. Se molestó con las mujeres por “pintarrajear” las puertas y fachada de Palacio Nacional y descalificó su movimiento. No le gustó que le fuera arrojada una bomba molotov por alumnos de la Normal de Ayotzinapa que protestaban por la falta al compromiso de resolver el caso en su primer año de gobierno. Solo por citar algunos ejemplos que lo condujeron a alejar cualquier cercanía social con él y cercó el recinto donde vive y despacha.
Conocedor de las emociones que despiertan sus discursos de protesta, sigue moviendo esa vena y dispara cada determinado tiempo dardos para mantener su discurso y mantener a sus seguidores cerca de lo que él considera son sus luchas, cuando deben ser acciones de gobierno siendo como es, el Presidente de México.
El próximo mes vendrá el aniversario número 8 en la cuenta de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en septiembre de 2014. Sabe que viene una gran ola de protesta. Sabe que viene el riesgo de que ese tema, como otros más, se le conviertan en engrudo donde quede atrapada su imagen.
Porque el Subsecretario de Migración y Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, adelantó el Informe al mes de agosto?, porqué la detención del Subprocurador Jesús Murillo Karam?, porqué las 83 órdenes de aprehensión contra elementos del Ejército Mexicano?
Quizá porque el Presidente quiere llegar con menos presión de los normalistas de Ayotzinapa, de las Madres y Padres de los 43 jóvenes desaparecidos, y con nuevos acuerdos políticos que empezarán de manera pública en septiembre con la designación de quienes encabezarán en las Cámaras de Senadores y Diputados la Mesa Directiva para un reacomodo que beneficie sus iniciativas y, entre otros considerandos, porque no hay nada nuevo en el caso Ayotzinapa cuando dicen que los estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” desaparecidos en septiembre 26 y 27 de 2014, están muertos.
Este lapso permite también a los normalistas, a Tlachinollan, redireccionar lo que vendrá para mantener la lucha de un hecho que no solo les duele a las Madres, Padres, Normalistas y defensores de derechos humanos, nos duele a todos como sociedad con conciencia.
La encrucijada no se ve en este momento con una ruta de conciliación con el gobierno y de aceptación del informe. Tampoco parece que Jesús Murillo Karam sea un elemento que cambie lo que asentó, o Tomas Zerón de Lucio. O que la “entrega” que haga el Ejército de sus 83 elementos, tengan más elementos de lo que se ha dicho, o quien sabe si la tortura retorne para construir una nueva verdad. Lo cierto es que seguimos siendo una comunidad que requiere sacrificios para calmar su comentario y crítica al gobierno y la falta de resultados que permitan una mejor seguridad si pretenden hacerlo, como ocurre en Guerrero, con el arribo de más elementos.