VIOLETA DEL ANÁHUAC/ Acapulco, un mes después

ISABEL ORTEGA MORALES

Chilpancingo, Guerrero. ¿Hasta el 8 de diciembre empezarán a llegar los apoyos económicos? la pregunta es también la respuesta. Como otras preguntas que se formulan acapulqueñas y acapulqueños que, a un mes del paso del Huracán OTIS, intentan levantarse.

En la playa Caleta, un mesero me dice: “¿le gusta mi yate?”, sonrío.

Y agrega: “me lo regaló OTIS, solo que ahora no sé cómo mover de aquí la madre esta porque no me dejó las llaves”, toma la bandeja con camarones, chelas, limones y vasos y se aleja.

En la playa un grupo de varones. En short, toman cerveza y comen mariscos.

–¿De dónde vienen?, les pregunto y me regresan a ver. Sonrío y les digo: ¿son turistas? O vienen a ayudar a los acapulqueños, entonces viene la respuesta:

–Nos contrataron para arreglar algunas casas, y estamos en un momento de descanso, ha sido fatigada la jornada de trabajo.

Me retiro.

En otro extremo está un cuate que dice que llegó de voluntario “imagínate si no voy a venir con la Natasha a ayudar a Acapulco” pero solo veo un hermoso can. Él sonríe y me dice -es Natasha. Mientras agita un pedazo de cartón en el anafre improvisado donde se tuestan unos hongos portobello y al llamado de cualquier solicitud de ayuda, acude presto.

Subimos a varias colonias y recorrimos la costera. Tienen razón acapulqueños cuando nos dicen que, a diferencia de otros momentos, el Ejército no le entró como cuando el Huracán Paulina, o con Ingrid y Manuel “bajo la lluvia estaban y eso nos motivaba, ahora los militares solo recorren en sus camionetas la ciudad, como los de la Guardia Nacional”.

“A ver, dígame, ¿a quién ve usted en las calles?” Y me piden que recorra con la mirada la costera donde un grupo de personas de Sonora, del programa Jóvenes construyendo el futuro, barre. Viajan diario de Chilpancingo al puerto, en la Capital pernoctan y toman sus alimentos. En el puerto solo consumen agua, dicen que, porque no tienen tiempo para comer, quizá sí, tengan razón, pero hay otra razón más, es que temen alguna infección estomacal.

Otros acapulqueños nos dicen que para evitar enfermedades y conseguir alimentos para toda la familia “pues le caemos a los familiares que están en otro estado, con la penita, pero nos aguantamos, lo difícil es aguantar el hambre”. ¿Y las despensas? Les pregunto. “Sí”, nos dicen, si nos han dado una despensa, se agradece, pero eso no alcanza y seguramente usted sabrá que esos productos ayudan, sin duda, pero no es la solución y no queremos mendigar ¿me entiende? Me dicen mientras se llevan la mano al corazón.

La basura se acumula en las esquinas. Los habitantes bajan a dejar a esas esquinas su basura. Dicen que aún no terminan de limpiar el desastre en que se convirtieron sus casas tras el Huracán. Están quitando cristales rotos, aluminios doblados, láminas dobladas. La luz se está regularizando.

Nos alertan de no ir a algunas colonias como la Colosio, “están asaltando” dicen.

Sobre las calles mujeres empieza a acomodar anafres y sacan algunas sillas. Inician una vendimia para los que vienen a trabajar.

Vemos bajar de carros cartones de cerveza y ya están vendiendo hielos. Decidimos tomar un agua de coco para consumir y ayudar en esa reactivación económica que los habitantes acapulqueños inician.

En el zócalo, elementos del ejército resguardan una brigada médica, la única que vimos en todo el recorrido. Mujeres, adultas y adultos mayores, jóvenes, niños, niñas, adolescentes están bajo el rayo del sol. Mientras bajo la sombra de un gran toldo sillas negras, apiladas, reposan.

En el muelle la tristeza no es menor, pero ese es otro tema del que hay que hablar de manera específica solo adelantar que nos comentan “quieren acabar con la tradición de yates, y que nos vayamos a la construcción”.

No logro encontrar a conocidas, amigas, amigos. El internet aún es intermitente y la señal de telefonía no cubre todo el puerto. Tocamos algunas puertas de amigas, algunas se abrieron, otras no.

En algunos puntos de la ciudad máquinas están levantando la basura. Hay fuerte olor a algo descompuesto, sobre algunos apilados de basura colocaron cal. Aún hay grandes troncos sin ser movidos. El Doctor Arias me muestra una foto “mira, el huracán Otis se llevó la copa de esos árboles, pero abajo, otros remolinos de gran intensidad acabaron con los árboles de las laderas”

Fue un fenómeno raro, dicen, pero ojalá hagan una estrategia para que diciembre, que está a la vuelta de las horas, nos permita tener algo del puerto para recibir visitas, aunque saben “no habrá disponibilidad suficiente de cuartos, y ojalá no se nos enferme ningún turista”.

A un mes Otis mantiene su huella destructiva en el puerto icónico del turismo mexicano. Con tristeza dicen habitantes que “la esperanza se perdió”, porque la verdadera esperanza “muere al último”, y a esa se aferran.

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